El sueño de los iguales

Uno de los grandes problemas que enfrenta a mi juicio hoy la escuela es lo que llamo «el sueño de los iguales». Si bien hay mucho desarrollo teórico y conceptual sobre las consecuencias del paradigma de la homegeneización en donde se cree que todos los alumnos deberían ser iguales y se trabaja bajo la sombra de «perfiles de libro» de chicos que no existen, observo variaciones en el discurso escolar pero no en la acción pedagógica concreta.

La  fantasía de que todos son iguales se instala en la vida cotidiana de la escuela. Se reconocen las diferencias de «contextos», «historias familiares», «trayectorias», etc. cuando se habla de los chicos pero a la hora de enseñar, y sobre todo la de evaluar, prima esa fantasía de los lugares por sobre el discurso de reconocimiento de las diferencias.

Dentro de esta fantasía se incluyen los extremos: nadie puede sobresalir ni nadie puede estar «por debajo de la media». Cualquiera de las dos situaciones están «penalizadas» a través de calificaciones negativas, notas en los cuadernos, marcas sobre «la conducta» que no hacen otra cosa que confirmar que estamos bien lejos de una real consideración de la heterogeneidad como motor del aprendizaje.

A esta altura está más que sabido que se aprende resolviendo problemas, que es necesario crear conflictos de conocimiento relevantes que despierten el interés genuino por saber nuevas cosas. Pero, a todos nos interesan las mismas cosas? Lo nuevo que hay que aprender nos provoca los mismos conflictos a todos en el mismo momento? Claramente no: depende de la experiencia previa de cada uno, de las ideas que se construyeron anteriormente, de lo que se sabe y se desconoce.

Ante esta situación, parece más que evidente que la heterogeneidad debería marcar el sentido de la enseñanza, pero por el contrario vemos cómo todos los días se insiste en la escuela en que todos los chicos hagan las mismas cosas en un mismo momento y que lleguen a un mismo resultado. Es tan evidente la contradicción entre el discurso y la acción que cuesta entender por qué no se logran introducir cambios en la enseñanza y las formas de evaluación.

Cada docente debería tener presente que por más que se intente «igualar» a todos y medirlos con la misma vara, los aprendizajes serán diferentes. Y en esto, no debería sentirse frustrado por los resultados de su enseñanza ni juzgar negativamente a los alumnos por no alcanzar o desviarse de lo que el enseñante espera.

Nuestros alumnos no son «perfiles de libro»: son seres con vidas reales cuyas experiencias marcan rumbos y orientan intereses particulares. ¿Por qué esperar siempre que «se alcancen los objetivos» o que se cumpla lo que los docentes tenemos en mente de la forma exacta en que lo consideramos y en los tiempos que arbitrariamente determinamos? Sí, ya sé… aquí viene la famosa frase de «es el sistema» que alberga la mayor parte de las excusas para no llevar adelante los cambios.

«El sistema» somos cada uno de nosotros, los que conformamos la comunidad educativa. No hay un monstruo que nos persigue, sí hay (o debiera haber) responsabilidades de supervisar y resguardar que se produzca una buena enseñanza y por ende el aprendizaje en los chicos. Nadie dice que para hacer esto los maestros y profesores se conviertan en «los policías» del sistema. Tal vez si dejáramos de ejercer ese rol y dedicáramos más energías a la escucha, al seguimiento de la realidad de cada chico, a tener paciencia y esperar más tiempo acompañando adecuadamente seguramente los resultados que obtendría «el sistema» serían muchísimo mejores.

El primer paso es dejar de lado la fantasía de los iguales: darle espacio real en la vida cotidiana de la escuela a las diferentes formas de pensar y alentar el pensamiento independiente de los chicos en lugar de buscar que todos lleguen a lo mismo.

El sistema de evaluación y calificación no ayuda en absoluto. Cuando un chico tiene en su boletín por ejemplo «Bueno» en Lengua casi como «de regalo», en el límite de la aprobación, y luego en donde dice «Se destaca en…» se menciona «la expresión oral y la riqueza de su vocabulario» no se entiende cómo se puede destacar como lo mejor algo que tiene que ver con la Lengua y al mismo tiempo calificar con lo mínimo indispensable ese área. Algo ahí hace ruido… parece que en cierto modo «molestara» aquello en que se destaca cada chico y entonces hubiera que «castigarlo» a través de calificaciones mediocres.

Uno mejora en cualquier ámbito de la vida cuando lo alientan a hacerlo, cuando le reconocen lo bueno y lo ayudan a trabajar en lo que le cuesta. Pero es difícil aprender más cuando la escuela no destaca algo sobresaliente en cada chico porque ¿qué aliciente puede tener para seguir intentando mejorar?

Y el que naturalmente se destaca en algo… ¿por qué la escuela debe «negarlo» o esconderlo en nombre de una falsa igualdad? ¿Por qué no dejarlo destacarse sin que funcione como «la medida para los otros» o desatenderlo porque «ya sabe»?. La diferencia debería ser considerada y atendida en todo sentido.

Ya es hora de terminar  con este sueño que se ha convertido en una pesadilla para la escuela: trabajemos sobre las diferencias y tomemos aquello en que cada uno se destaca como la puerta de entrada para todos los nuevos conocimientos que difícilmente provoquen interés en los chicos cuando partimos de esa errada idea de que todos deberían ser iguales y llegar a lo mismo. Los que más necesitan de ayuda también tienen derecho a mostrarle a la escuela que se destacan en algo, aunque ese potencial no forme parte de la currícula escolar. Solo necesitan el espacio para poder ponerlo de manifiesto.

6 comentarios

  1. Una vez más tocás una fibra muy sensible, Débora.

    La razón de uniformar es el control. Chicos diferentes rompen esquemas y no queremos eso, claro, porque el orden es lo primero. Orden, control, uniformidad. Como una caricatura de Frato soñada en una pesadilla.

    No se tolera al diferente, no sólo frente al otro sino tampoco frente a sí mismo. Muchas, muchísimas veces me reclaman las maestras por alguna nota porque el chico es «brillante» y yo «le puse sólo un bueno», y al revés: «¿cómo puede tener ese chico tan buena nota con vos?» Yo no lo sé, sólo trato de ser justo con el maldito sistema que obliga a reducir el universo contenido en un ser humano en una escala de 1 a 10. O peor, de NS a E.

    ¿Se puede ser genial en todo? No lo creo. ¿Somos todos iguales? Claro que no. Pero lo diferente molesta, y atender a todos según sus propias necesidades y sus propios talentos toma de una plasticidad que no todos tienen. O no tienen ganas de tener.

    Y el tema del DSM IV, instrumento de la santa inquisición psicológica pronto a desaparecer, también ha hecho mucho mal: creando perfiles de chicos que, como vos bien decís, no existen. Preguntale a docentes que hayan viajado con grupos, cuantos de ellos llevaron su medicación. Pobrecitos.

    Gracias, Débora. Un lujo leerte.

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    • Gracias Quique por tus palabras!
      Esta entrada la escribí hace 3 años pero esta semana viví muchas situaciones que me la recordaron.
      Las que señalás ilustran claramente el grave problema de la homogeneización de la escuela, escondido bajo un falso discurso políticamente correcto de diversidad.
      Cuánto nos falta sincerar en la escuela!
      Un abrazo,
      Débora

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