¿Dejaremos alguna vez de enseñar el «oficio de alumno»?

Suelo decir que si hay algo que la escuela hace muy bien es enseñarle a los chicos a ser alumnos. A pesar de ello, ninguno podrá encontrar en la currícula contenidos referidos a este aspecto, aunque la mayor parte del tiempo escolar esté dedicado a esta tarea.

¿A qué le llamo el «oficio de alumno»? Varios colegas, entre quienes destaco los aportes de Andrea Alliaud, han desarrollado esta idea con mucha claridad. Se trata de una serie de habilidades que permiten a los alumnos sobrevivir su trayectoria escolar de manera más o menos exitosa, que van desde el estar «sentados y callados mirando al docente», hasta cumplimentar al pié de la letras la interminable serie de actividades que les asignan. Es decir que hablamos de actitudes y formas de desempeñarse con el docente y sus pares, hasta cuestiones inherentes al aprendizaje o a cuestiones de carácter «académico».

Esta alumnidad hace las delicias de la mayor parte de maestros y profesores, cuya tarea se estructura alrededor de profundizar este estado siguiendo una regla de tres simple: a mayor grado de alumnidad alcanzado, mejor visto se está en el sistema educativo.

Me impacta con qué facilidad aprenden los chicos este «oficio» tanto como me llama la atención lo que les sucede a quienes se resisten a aprenderlo. La permanente fantasía de la homogeneización se hace presente y se constituye en el escenario deseado.  Cuando algún alumno opta por salirse de ella, es sancionado de maneras diversas tal como describía en «El sueño de los iguales«. El mensaje escolar es claro: podés ser muy inteligente; podés aprender cosas en otros lados; pero si no mostrás rasgos de «alumnidad total» se invalida automáticamente todo lo demás. En este último caso los chicos son etiquetados como «rebeldes», «molestos», «con falta de atención», «desconcentrados», «inquietos», etc.

Enumeremos algunos de los ejemplos del «oficio del alumno» que ocupan hoy la mayor parte del tiempo y la actividad escolar:

  • Quedarse sentado, callado y prestando atención 100% del tiempo a lo que dice el docente
  • No contradecir la palabra del maestro en ninguna ocasión
  • Hacer las actividades solo en los tiempos y formas que el docente indica
  • Adular al maestro y reconocerle siempre que fue el alumno el que no entendió, no se esforzó o no sabía
  • Hacer la tarea solo «porque el maestro lo dice» y independiente de que después alguien si quiera la vea o si tiene alguna utilidad (y sabiendo que casi nunca la tiene…)
  • Sentarse «ordenados» uno detrás del otro. Si se sientan en grupos, no deben hablar
  • «Pasar» lo que ya se escribió varias veces como actividad prácticamente mecánica
  • Copiar exactamente del pizarrón (¡y copiar varios pizarrones al día suma puntos!)
  • Tener el cuaderno a imagen y semejanza de los pizarrones, sin ningún «adicional»
  • Jamás «contestarle» el docente algo que cuestione su saber
  • Levantar la mano para hablar: solo se habla cuando el maestro o profesor lo permite
  • No traer «temas ajenos a lo que está tratando», concentrarse solo en lo «que se está dando» interese o no
  • Aquello que sabés hacer muy bien fuera de la escuela, debe quedar allí: bien lejos de la escuela

Con solo mirar algunos de los principales conceptos del discurso constructivista que gran parte de maestros y profesores sostiene, podemos observar a simple vista las contradicciones con las acciones descriptas:

  • Cada chico construye el conocimiento de acuerdo a sus tiempos y con estrategias propias
  • Existen múltiples maneras de resolver una misma propuesta didáctica
  • Se aprende cuando hay motivación e interés
  • La comprensión se logra cuando lo que se aprende tiene significado y sentido para el alumno
  • Cuanto más confianza tiene un chico en su capacidad de aprender más creativo es y más esfuerzo pone para lograrlo
  • Se aprende cuando se resuelven problemas, se toman decisiones y se actúa con autonomía
  • El conocimiento nuevo cobra sentido cuando se articula sobre conocimientos previos, ya sean escolares o espontáneos
  • Se aprende con los otros y de los otros: la colaboración en el conocimiento se logra con la interacción. Es necesario compartir y discutir puntos de vista diferentes.

Viendo esto, está más que claro que la «alumnidad» que se enseña está absolutamente en contra de los principios más elementales del aprendizaje. Es enseñarles aquello que justamente atenta contra las formas de aprender.

En la era de la información y el conocimiento, a donde el mundo cambia permanentemente y los chicos tienen que aprender a adaptarse a situaciones, contextos y problemas complejos, debería desterrarse el hecho de dedicar energía y tiempo a enseñar rituales conservadores que representan lo peor de la escuela. Esta «alumnidad» se asienta en principios autoritarios que ya no se corresponden con la realidad que vivimos desde los valores, pero además tampoco encajan con los cambios pedagógicos.

Los cambios en las formas de aprender son contundentes. Nicholas Burbules nos habla del «aprendizaje ubicuo»: esa capacidad de aprender en todo tiempo y lugar gracias a la tecnología. Como contrapartida Cristóbal Cobo habla del «aprendizaje invisible» (1) a la escuela: aquello que los chicos aprenden fuera de la escuela y que es de un enorme valor formativo pero que la escuela no reconoce. Mientras estos conceptos explican con claridad los cambios, la escuela persevera en enseñar a «alumnidad». ¿Hasta cuándo?

He asistido muchas veces a situaciones en donde se le indica a los padres que aleccionen a su hijo sobre la alumnidad «y lo encarrilen por la buena senda». Cuando se intenta explicar el aburrimiento y la desmotivación que este oficio genera en los chicos de hoy, provoca peores iras en maestros y profesores que enfatizan casi enojados la necesidad de que lo aprendan ahora porque lo van a necesitar para su trayectoria en todo el sistema.

¿Y si pensamos que este sistema no sirve más y de una vez por todas construimos una alumnidad diferente con la que los chicos puedan pensar libremente, plantear y aprender según sus intereses, intercambiar puntos de vista y construir conocimientos válidos de verdad? No puede guiarnos la inercia: es hora de empezar a abandonar la serie de rituales que componen este ya anacrónico oficio de alumno.

Me parece que la permanente contradicción entre el discurso constructivista de la enseñanza y la perpetuidad de estas prácticas de enseñarles «oficio tradicional de alumno» ameritan una profunda autocrítica docente, si es que queremos de verdad desterrar las prácticas autoritarias sin sentido y ponernos a cambiar y mejorar la escuela. Después sino no critiquemos a los chicos cuando aprenden tan eficazmente a especular con el sistema, copiarse, etc. Al fin y al cabo… ¿no es parte de la «alumnidad» que tanto les enseñamos?

Nota: (1) No dejen de ver el video enlazado de la presentación de Cristóbal Cobo explicando el concepto de «aprendizaje invisible» en TEDx

2 comentarios

  1. Débora, cuánta verdad! no lo había pensado así pero es cierto, los docentes incluso hasta inconscientemente somos los mejores maestros para este oficio porque creo que además como docentes también se nos ha amoldado de una determinada manera.
    Con lo que comentaba en mi blog hoy (y muchas gracias por pasarte y compartirme este texto) recordé con tu pregunta cuánto mi hijo y mi hija disfrutaron de lo que ellos llamaban «la salita». Para comentarte rápido a principios de año nos regalaron una estadía en rincón de los Andes y en el complejo había una sala para que los niños jueguen con una docente a cargo pero que no intervenía, cada tarde había algún taller pero participaban si querían, recorrían el parque buscando flores y hojitas, jugaban, hacían porcelana fría, etc. El grupo iba de los 2 años a los 12 y todos se llevaban extraordinariamente y los más grandes muchas veces cuidaban y jugaban con los más chicos y mis hijos adoraban ir, a veces ni salir a pasear querían por estar ahí de 15 a 23 hs!!!! imaginate! A lo mejor esa es una punta por donde desentrañar todo, la libertad de que participen en su propio aprendizaje, colaboración real grupal sin etiquetas de edades, mínima intervención del docente. Un lugar donde se desarrollen habilidades en vez de «contenidos» tan arbitrarios. Si existieran realmente escuelas así yo no dudaría en enviarlos.

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    • Hola Paula, tus reflexiones me parecen centrales para pensar la escuela hoy. A veces cuando mis colegas cuestionan la decisión de quienes recurren a educarse en casa pongo el acento en la posibilidad de poder entender lo que le pasa a un chico y a su familia cuando la escuela los hace sentir cotidianamente tan alejados de sus principios o valores.
      Y es la escuela la que debería cambiar! No tendríamos que llegar a tomar estas decisiones si las escuelas fueran receptivas a estas cuestiones…
      Para quienes quieran profundizar el tema recomiendo leer el blog de Paula, sobre todo esta entrada: http://educoencasa.com.ar/y-si-piden-volver-al-cole/
      Un gran abrazo!
      Débora

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