Deberíamos tener «slow schools»: las escuelas y el tiempo

Si hay algo que obsesiona a las escuelas es el tiempo: en la escuela todo debe hacerse en unidades de 40 o 50 minutos, todos deben seguir los mismos tiempos pautados por un horario preestablecido que se va marcando en general con un timbre. Los docentes corren más obsesionados aún por su cumplimiento efectivo y logran así instalar «la persecución de los tiempos» en niños y jóvenes.

¿Atrás de qué corremos en las escuelas?

La mayor paradoja se produce cuando en realidad todas las investigaciones en el campo del aprendizaje de los últimos 50 años han demostrado que cada persona construye sus conocimiento de acuerdo a tiempos y ritmos propios. Parece una obviedad lo que voy a decir, pero es claro que la escuela va a contramano de lo que está más que demostrado y después nos preguntamos por qué se aprende poco y mal.

Una de las mayores responsabilidades de este estado la tiene sin dudas lo que Rafael Porlan (1993) dió en llamar «la obsesión por los contenidos». Este autor español, que definió con claridad las características de diferentes modelos pedagógicos, señala como rasgo distintivo de los modelos tradicionales esta permanente y creciente acumulación de contenidos. Jaume Carbonell (2008) relata las consecuencias de este modelo: currículas excesivamente cargadas a donde todo parece importante; siempre se agregan contenidos pero nunca se sacan por lo que cada vez hay más para enseñar en menos tiempo; los nuevos contenidos se superponen sobre los anteriores sin mediar reformulación y revisión. El «contenidismo» resulta así uno de los peores males que atraviesa hoy la escuela. Pero veamos otro que puede ser causa o consecuencia de esto según cómo se lo mire: la fragmentación.

En la escuela, la descomposición en diversas materias que se esgrime como necesidad en términos de lograr una profundización disciplinar, tiene como correlato una obvia fragmentación y división de tiempos y espacios. Acompañando esto se visualiza la multiplicación de las personas que están a cargo de la enseñanza, por lo que el seguimiento del aprendizaje de niños y jóvenes no se hace desde una perspectiva integral, sino desglosado en partes. Los alumnos deben aprender en pequeñas unidades de tiempo, cuestiones que resultan profundas y que si hay que requerirían es precisamente de tiempo para ser comprendidas. ¿Cómo se entiende esta contradicción?

Como si esto fuera poco, el apuro llega hasta los momentos de actividades más elementales de la escuela como alimentarse o ir al baño, y encuentra su broche de oro en el cada vez más escaso tiempo que se le atribuye al juego, la relajación y hasta la creatividad. La escuela ya casi ve como «pecado» dedicar algunos de tiempos a este tipo de acciones. Apuran a los chicos en el comedor, los apuran en el recreo, jamás les permiten un tiempo y espacio de relajación. Este fenómeno se acentúa de manera abrumadora en contextos urbanos, aunque no deja de estar presente en otros contextos escolares.

Suelen recomendarnos cuidar la salud. Es más: la escuela enseña a hacerlo. ¿Y cuáles son las recomendaciones habituales? Alimentarse y descansar bien, hacer ejercicio… En la escuela se come rápido, se dedica poco tempo al ejercicio, la mayor parte del tiempo escolar para los chicos transcurre sentados y siendo corridos por cumplimentar tareas en tiempos breves que les son marcados permanentemente.

Increíblemente, el imaginario social reclama que los chicos pasen cada vez más tiempo en la escuela, como concreción de la falsa ecuación «a más tiempo en la escuela = más calidad educativas». Por lo tanto, las jornadas y días de clase tiende a extenderse y el tiempo escolar, dentro de la vida cotidiana de los chicos, es cada vez más.

Los chicos necesitan tiempo para aprender, y no el mismo para todos. Tiempos diferentes, tiempos respetados, tiempos acompañados. La escuela no cambia si no cambia su organización de los tiempos: por más que le demos vueltas, es una de las primeras decisiones que deberían tomarse y debería dejarse de correr detrás de cosas que ni siquiera sabemos para qué las estamos corriendo. Y los maestros y profesores no deberíamos ser quienes los apuremos inútilmente!

 

 

 

 

3 comentarios

  1. Las correspondencias interinstitucionales en los procesos de socialización siempre han existido. La escuela moderna es parte de un programa de socialización, es decir, construye conciencias para una determinada organización social. En nuestra sociedad contemporánea «time is money». La vida en las organizaciones (trabajo, familia, ocio, por mencionar otros espacios sociales distintos a la escuela) están conformados y regulados por un tiempo social, histórico y productivo. Poco queda por afuera de la regulación productiva del tiempo. No es de extrañar que la escuela sea lo que es en tanto es una máquina de socialización con objetivos explícitos e implícitos. Una escuela sin regulaciones temporales que guarden alguna correspondencia con la organización temporal social sería otra cosa. Pero no escuela…

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  2. Hola Gustavo,
    Creo que ese es justamente el problema: que la escuela es una organización que responde a una estructura social que ha cambiado, a donde los tiempos ya se manejan de otra manera. Sin embargo ella mantiene exactamente el mismo formato. No creo que sea posible una escuela sin ninguna regulación temporal, pero tampoco con las que tiene hoy.
    Muchas veces se ponen en marcha proyectos en donde se desarrolla conocimiento que no puede estar condicionado al tiempo escolar, y sin embargo las regulaciones que mantienen fragmentación anacrónicas atentan contra el desarrollo de estos conocimientos.
    Hay que pensar en tocar el núcleo duro de la escuela si realmente queremos un cambio. Sino, sólo será una mejora cosmética.
    Saludos!
    Débora

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