Educar como en el siglo XIX a los estudiantes del siglo XXI

A veces creo que estoy monotemática… en realidad no «creo»: es más bien una certeza! Pero no puedo dejar de pensar por qué no logramos mover ni un poco la escuela.

Como en una especie de pesadilla que se repite sin parar veo pasar siempre las mismas cosas; escuchando a docentes, directivos y hasta «especialistas» esgrimir posiciones y argumentos que verdaderamente ya me parecen insostenibles a esta altura del siglo XXI. No podemos más educar a las nuevas generaciones con contenidos y métodos del siglo XIX: el mundo no lo resiste!

Ya que vengo dedicándome a escribir últimamente dentro de la saga que llamo «verdades incómodas», pensé en iniciar una lista de todas aquellas prácticas que creo que deberían ser desterradas absolutamente y para las que sería necesario dejar de dar argumentos que ya no explican su supervivencia. Es probable que algun@s no coincidan con toda la lista, así que les propongo sumar sus ideas a ella.

En lo particular, creo que lo que hoy no debería sobrevivir en la escuela sería:

Clases centradas en la repetición de información: docentes al frente de un aula repitiendo lo mismo que se dice en un libro o datos que se googlean y obtienen en un segundo. Y no me refiero a que tengan que dejarse de lado las exposiciones sobre temas relevantes que ayudan y aclaran, pero cada vez deberían ocupar menos tiempo dentro de las jornadas escolares y nunca deberían reiterar información que se consigna en otro lado.

Exámenes tradicionales: en ellos se parte del supuesto de que el alumno «no sabe», «no estudia» y que es necesario ejercer un poder policía para controlar la lectura o la mecanización de procedimientos producto de permanentes ejercitaciones tediosas. Sencillamente, la evaluación no debería hacerse mediante exámenes. Nos llenamos la boca con discursos referidos a la evaluación de procesos para terminar aplicando sistemas que solo sacan falsas radiografías estáticas de lo que decimos que es aprender cuando sabemos que no lo es.

Las materias divididas por bloques fijos de horarios: la fragmentación y disociación curricular va absolutamente en contra de las tendencias actuales en los campos científicos, a donde cada vez crecen más las articulaciones disciplinares para dar respuesta a la complejidad de los problemas que se presentan y resulta imposible pensar por separado soluciones, por lo que el mundo va a hacia la convergencia de campos mientras que la escuela se queda en la fragmentación y la disociación saberes.

Cuadernos y carpetas llenos de fotocopias pegadas: en este punto hay varias cuestiones por analizar. La primera es el por qué de la fotocopia: reproducir actividades sueltas de libros, cuando ni siquiera existe autorización de hacerlo porque se violan derechos de autor, para copiar propuestas que otros han hecho para contextos que nada que tiene que ver con el propio, resultan prácticamente un sinsentido. Sin embargo, cuadernos y carpetas «engordan» de más y más fotocopias en vez de diseñar propuestas didácticas a donde los estudiantes tengan que producir de manera original.

El uso de la «lapicera de pluma»: en nombre del logro de una supuesta «morticidad fina» que los chicos hoy poseen desde que nacen cuando interactúan con un control remoto o un celular a los pocos meses de nacer, se continúa este extraño ritual que ya debería ser más de museo que de la escuela. ¿Quiénes escriben hoy con lapicera de pluma más allá de nostálgicos o «vintage»? ¿Qué sentido tiene usar un artefacto descartado culturalmente?

La exigencia de que se escriba «a mano»: a pesar de inundar de computadoras, tablets, celulares y todo dispositivo imaginable, los docentes no abandonan la perseverancia por la escritura «a mano». Más allá de que podamos acordar en la necesidad de aprender variadas formas de escritura: ¿por qué debemos obligar a las nuevas generaciones, con sus dispositivos en mano, a escribir manualmente? Y por favor no volvamos con la cantinela de la psicomotricidad que pertenece al pasado…

Leer todos el mismo libro, con los mismos tiempos y para exponer de qué se trata a los fines de ser evaluado: como si esto fuera poco, interpretarlo de una misma manera y hacer de él un destrozo de partes que lo escolariza hasta perder su identidad y entidad literaria.

La obsesión por tener a todos los alumnos callados y quietos: este modelo tenía sentido en el enciclopedismo, cuando la enseñanza se acotaba a la mera transmisión de información proveniente del docente, y se perpetuaba un modelo de «disciplina» centrada en el control de los cuerpos (bien lo explicaba Foucault!). En la era del conocimiento y el trabajo colaborativo, ¿cómo podríamos sostener este modelo? La contradicción a la orden del día.

El uso de un único tipo de letra, en nuestro caso, la ponderación de la cursiva: la presión por el uso de la cursiva en las escuelas argentinas raya con el capricho. ¿Por qué deberíamos usar ESA letra y no otra? Cada uno puede escribir de la forma que le resulte más cómoda y adecuada para comunicarse, la finalidad de la escritura es la comunicación, no el formato de la letra…

La sanción por la mala ortografía:  en vez de enseñar a reflexionar sobre el lenguaje, la repetición mecánica de reglas y la suposición de que la buena ortografía es patrimonio de «los que leen más» y la practican a modo de ejercitación lleva a la perpetuación de un sistema que solo logra que cada vez se extiendan más los problemas en vez de encontrar las soluciones. Ni hablar de que si escribieran con procesadores de texto podrían utilizar los correctores ortográficos, que bien valdría la pena enseñar en la escuela a usarlos! No se aprende menos porque se tiene mala ortografía: es necesario separar las aguas y poder ver las cosas en su dimensión. La buena ortografía es necesaria para la adecuada comprensión de lo que se lee, ni más ni menos que eso.

Copiar del pizarrón: la práctica «unificadora» del discurso plasmada en la escritura en carpetas y cuadernos, a donde todos hacen lo mismo de la misma manera y en los mismos tiempos (para tranquilidad de los docentes) es el corazón de los modelos tradicionales de enseñanza.

La competencia y el exitismo, promovido por el sistema de calificaciones: una escuela cuya única motivación está centrada en las notas que se van a obtener, genera un sistema de competencia a donde la motivación real por el aprendizaje no tiene lugar.

Sancionar cuestiones actitudinales o de «disciplina» bajando la nota en las materias: vieja y muy arraigada costumbre, en vez de evaluar el aprendizaje se juzga desde el prejuicio por cuestiones subjetivas y se sanciona con bajas calificaciones en las asignaturas por cualquier comportamiento de orden personal.

Las humillaciones públicas a los alumnos: creer que ridiculizando a un estudiante ante otros se consigue «aleccionarlo» no se distancia demasiado del arrodillarse sobre los granos de maíz. La violencia psicológica de docentes a alumnos se equipara al castigo físico que fue eliminado hace rato, pero el otro se mantiene disfrazado de otra cosa.

El control de asistencia como forma de retener a los alumnos: una escuela que solo es capaz de retener a quienes tienen que aprender a través de artilugios burocráticos, y que no ofrece ninguna motivación diferente para pasar tiempo en ella, es definitivamente una escuela del siglo pasado.

La ejercitación reiterada y «por cantidad»: como una suerte de refuerzo por repetición bien propio del conductismo más recalcitrante, asistimos a la perpetuación de la ejercitación mecanizada y donde se identifica cantidad con calidad, naturalizando que cuanto más tarea reiterativa se lleve a cabo, más se va a «fijar» el aprendizaje.

Hasta aquí las que me parecen las principales. Si lográramos remover del sistema educativo solo algunas de estas prácticas anacrónicas seguramente tendríamos una escuela mucho mejor. Para eso necesitamos dejar de dar excusas y buscar fundamentos teóricos del siglo pasado para sostener algo que ya no tiene sentido.

De más está decir que existen tantos estudios que demuestran que estas prácticas ya no sirven como los que se esgrimen para sostenerlas: pero no se trata de investigaciones o palabras de especialistas, se trata simplemente de mirar la realidad y darnos cuenta de que si seguimos formando así a las nuevas generaciones, sencillamente los estamos condenando a no estar preparados para el mundo que les espera en su futuro.

 

 

28 comentarios

  1. Débora:

    Más allá de coincidir en todos los puntos, me quedo pensando en que la mayoría de estos lastres (pivoteando en tu frase inicial de «no logramos mover ni un poco la escuela», son eso), están no sólo arraigados en la práctica docente sino que forman parte de los gruesos volúmenes de actas, decretos y normas del sistema. Los éxamenes, la escala de calificaciones, la estructura de hora cátedra, etc. etc. son ley, y requieren otro tratamiento, desde el Estado mismo.

    De todos modos, y pese a lo agotador de remar contra la corriente para darles a los pibes una educación mejor, confiemos y sigamos trabajando. La escuela siempre supo adaptarse, aunque tiene sus tiempos.

    Gracias y saludos,

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    • Pero sabés Quique? Muchos de esos «lastres» están en la norma en el imaginario de los docentes pero no en la realidad. Estuvieron sí en normativas de otras épocas pero hoy ya no… sin embargo sobreviven con una fuerza increíble!
      No te digo que todo el sistema de evaluación y calificación cambió en la normativa, pero fijate el revuelo que se armó en la Pcia. de Buenos Aires cuando quisieron cambiarlo. La mayor resistencia estaba en los docentes, no en la normativa.
      Esperemos que la escuela apure los tiempos, porque viene unos cuantos años atrás de la realidad!
      Un abrazo y gracias por el aporte,
      Débora

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      • Más allá de que algunas normas hayan dejado de estar vigentes y coincidiendo plenamente en lo anacrónico de todas las prácticas que mencionas creo que tampoco debemos perder de vista el imaginario colectivo en torno a lo que es la escuela.
        Por ejemplo ¿Cuántas familias aceptarían con facilidad cambios en la estructura organizativa que olvidaran los horarios o las agrupaciones estrictas y únicas por edad?
        En cuanto a la competencia fomentada por los sistemas de calificación creo que, si la escuela es uno de tantos reflejos del contexto en el que se desarrolla, tendremos que conceder que en este aspecto está totalmente alineada con los tiempos y lo que el sistema económico y social en el que vivimos demanda. Y no es algo exclusivo de Argentina. igualmente en España me resultó alarmante el grado de insolidaridad entre los estudiantes universitarios comparándolos con la época en la que yo estudié. Me aterrorizó pensar los valores que esos docentes en formación estaban practicando como estudiantes y cómo eso sería lo que transmitirían a sus alumnos.
        Creo que una de las vías de cambio inexcusables es hacer visible lo que se hace en la escuela, hacer que eso llegue a la sociedad. Si la imagen social de la escuela no cambia es improbable que cambien la normativa que la regula y los sistemas de control y, por ende, el margen de los docentes para empujar la escuela hacia nuevas prácticas.
        Un abrazo
        Raúl

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  2. Totalmente de acuerdo, creo que podría comenzarse por ahí, junto a otras decisiones más. Creo que justamente el problema del sistema es lo absolutamente arraigado que se volvió por lo burocrático. Recuerdo una reunión que se tuvo con la inspectora (primera vez en 20 años que le conocía la cara a una inspectora por otro lado) donde se nos pedía cambiar los métodos de evaluación, es decir ya se nos pedía reflexionar que los chicos son diferentes, que un buen proyecto podía significar mejor forma de evaluación que un examen escrito u oral, etc. La única lectura que hizo todo el equipo docente cuando se fue la inspectora fue «nos están pidiendo que los aprobemos como sea», mientras otros decían «muy lindo pero mirá si me voy a poner a corregir cientos de proyectos y encima cumplir con el curriculum»… Y si te ponés a pensar por muy cerrado que eso sea como pensamiento (y simplista) los entiendo porque si no cambian otras cosas, como por ejemplo que te den libertad de armar tu propio curriculum o que elijas formas de calificar (yo no usaría notas por ejemplo) no te queda mucho margen.
    Por un lado te piden cambios que por otros te frenan pero eso es porque no hay una real voluntad de cambio, todo es maquillaje para disfrazar.

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    • Evidentemente Paula la decisión y voluntad de cambiar de los docentes es clave. Yo tuve la misma experiencia que vos: mientras supervisores traccionaban para producir mejoras, nuestro colegas docentes se quejaban de que hacerlo les daría mucho trabajo. Y si bien es cierto que las condiciones de trabajo no contribuyen a los tiempos necesarios para el cambio, a veces cuesta el mismo esfuerzo hacerlo mejor que hacerlo mal por inercia…
      Gracias por aportar siempre una nueva perspectiva!

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  3. Hola Raúl, gracias por el aporte.
    Yo creo que los padres piden lo que conocen y que no son los responsables de generar el cambio. Es difícil que quieran un sistema diferente si nunca lo vieron funcionar… todo cambio implica trabajar con la comunidad.
    Por otro lado, el contexto tampoco fuerza este tipo de formación que se perpetúa: una de las habilidades más requeridas por ejemplo hoy en el mercado profesional es el trabajo en equipo y la capacidad de sumarse a proyectos interdisciplinarios, así que la escuela quedaría bastante desfasada de ese contexto perpetuando las prácticas que no forman para él.
    La universidad en muchos países del mundo ha comenzado a cambiar y a entender las características de la nueva realidad. La mirada de la sociedad acerca de lo se requiere para el sistema educativo cambiará en la medida en que el propio sistema lo genere y eso es responsabilidad de quienes trabajamos en el sistema educativo y de quienes tienen la responsabilidad política de tomar decisiones por sobre todo. Los países que más tarde entiendan la necesidad de este cambio, seguramente serán los que queden en peor situación a nivel global.
    Si hay algo que siempre caracterizó a la educación en la Argentina fue su pluralidad y amplitud en cuanto a la formación general, pero ante todo el poder responder a una sociedad que siempre vivió en la incertidumbre y el conflicto. Hoy, cuando más lo necesita, eso se ha perdido y seguimos a pura nostalgia con los rituales que mencioné, muchos de ellos defendidos y sostenidos por «expertos» que apoyan las gestiones de funcionarios de turno. Ojalá podamos empezamos a reclamar como colectivo docente y a exigir los cambios necesarios para estar a la altura de las necesidades de chicos y jóvenes.

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  4. Gracias Débora por ayudarnos a Pensar la Escuela!!!
    Agrego: Los mecanismos de autodefensa del propio sistema educativo son tan fuertes y están tan legitimados (por comodidad, ignorancia, conveniencia, o incapacidad de asumir riesgos), que se torna MUY LEJANA la posibilidad de un cambio de raíz, que paradójicamente TODOS declaman (está de moda!)… y si a eso se le suman los vaivenes de la política partidaria miope y avestruz, gremios que no representan lo que realmente ocurre en la escuela, directivos preocupados en quedar bien parados cueste lo que cueste (incluyendo el aprendizaje), docentes meramente catárticos, agotados, desbordados, escaso vínculo padres-escuela, alumnos desmotivados, desconcertados y con ganas de más, evaluaciones estadísticas que les hacen decir lo que no dicen, y escuelas sin recursos mínimos… todo esto genera un combo que es mejor esconder debajo de la alfombra antes que ponerlo en evidencia, asumir los fracasos, y encarar en serio una reforma del sistema educativo que ponga el acento en el protagonista de toda esta historia: el alumno.
    Un abrazo, Pedro.

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    • Cuán ciertas estas apreciaciones Pedro!
      Para poder motivar a los docentes para el cambio lo primero es mejorar sus condiciones de trabajo y empezar por el salario docente. La verdad que sino, estamos muy pero muy lejos de poder dar el puntapié inicial.
      Gracias!

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      • Añadiría una cuestión que me parece esencial: un cambio radical del sistema de asignación de docentes a las escuelas. Me parece imposible generar ningún cambio en la institución con docentes taxi que tienen que trabajar en tres o cuatro escuelas para lograr un sueldo digno y acumular jornadas de 40 horas frente a alumnos.
        ¿De dónde sacan esos docentes tiempo para preparar sus clases? ¿Y para formarse? Bueno, sí que lo sacan pero para hacer cursos que les dan un certificado pero que en muchos casos no les brindan aprendizajes reales … para los que hace falta tiempo de estudio y de intercambio con otros colegas que genere nuevas prácticas docentes. Además ¿cómo se puede organizar una escuela en la que no hay semanalmente tiempos para que los docentes se reúnan para organizar su trabajo? ¿qué tipo de actividades interdisciplinares pueden organizarse en esas condiciones? Y aquí sí que volvemos a lo que planteaba Quique acerca de la necesidad de cambios estructurales que se reflejen en normativas totalmente renovadas.

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      • Gracias Débora! Y plenamente de acuerdo!

        Raúl, desde mi humilde lugar creo que en la respuesta a las preguntas que planteás está una de las raíces de la cuestión: Todo se soluciona «haciendo como si…», justificando lo injustificable, y siempre con una buena pizca de burocracia, bellos discursos desde palcos u oficinas y visiones salvadoras o apocalípticas, según el caso.

        En fin, coincidiendo con ambos, una de las claves está en la verdadera profesionalización docente.

        Abrazos!

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  5. Qué buen debate armaste Débora! Lo que dice Elazud me parece esencial, totalmente de acuerdo!. En este sentido siempre pensé que una institución que tiene un ideario X (todas las redactan, pocas las aplican) debería tener un staff fijo, docente que puedan colaborar interdisciplinariamente, generando ideas y proyectos que sean aplicables a ese ideario no?. Pero acá entra en juego otra cosa que es la flexibilidad. Tomo como ejemplo USA (sé que a muchos no les gusta comparar con otros países pero es bueno tomar lo bueno de otros lados y tratar de adaptarlo), allá están con una lucha mortal entre los que defienden el Common Core y los que quieren seguir con la «libertad» de generar sus propios métodos y programas. Me parece elemental también que se pueda tener la libertad de generar programas y proyectos propios de cada institución.
    Ahora, no puede dejar de pensar que lo que dice Raúl es tan cierto como lo que le respondés pero el problema es que muchas veces los MAS cerrados son los padres. Son los primeros que se quejan pero a la vez te sacan escarpiendo cuando sienten que se «experimenta» con sus hijos.
    Qué tema, Débora! da para un libro entero!

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  6. Varios de los argumentos enunciados en la presentación del tema están en el ámbito de la utopía educacional. Varios de ellos son continuación de la negación de la actual realidad. Pero mientras no cambien las «reglas del juego» del ministerio de educación en cuestión y en acción, todos nosotros seremos ilusos. Es una verdadera frustración el leer y quedarse en esa ilusión. El gobierno instala una reformita sobre la subvención y aparece un artículo en las redes que demuestra que todos los hijos de los que están deliberando sobre aquello, jamás pondrían a uno de sus hijos en la infraestructura acadêmica que reformulan. La problemática se hace mucho más variada y exponencialmente mayor que los ideales del artículo. Los chiquillos hace años pusieron en la opinión pública el tema, desestabilizaron los cimientos de la pasquinesca política nacional … y nos. los docentes ¿¿¿ cuando cumpliremos nuestro rol ??? … hemos formado a cientos de generaciones … describimos la problemática … pero nos representa en el ministerio cualquier profesión mucho menos un docente. No tenemos líderes que cumplan su misión …. somos siempre defendidos por nuestros ex-alumnos que hoy son todo menos profesores, todos ellos pasaron por nuestras aulas, pero ninguno de nosotros ha levantado la voz para hacer presente nuestro pensar, es que ni siquiera estamos vinculados entre si … ¿ qué queremos hacer ?

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    • Estimado Miguel Ángel, gracias por su comentario.
      En principio debo decir que sin utopías la educación nunca hubiera cambiado: la Escuela Nueva fue una utopía en su momento así como otros movimientos pedagógicos que se adelantaron a su época. Lo que no creo es que eso se pueda identificar con «negación de la realidad», menos aún cuando en lo personal llevo 27 años como docente trabajando en el sistema por lo que vivo todos los días mi cuota de realidad a la que siempre he podido mejorar y cambiar en algún punto. Los sistemas tienen quiebres e intersticios por los que se puede innovar.
      Coincido -y lo he postulado en un comentario anterior- que los funcionarios a cargo de las decisiones políticas con responsables de que mantener las cosas como están, muchas veces porque les resulta funcional a sus acciones.
      Me parece que justamente el punto que describe al final, de cómo estamos dispersos los docentes y no ejercemos un poder colectivo reuniéndonos a trabajar, es una asignatura pendiente. En lo personal creo que los docentes debemos tener pensamiento, compromiso y participación política (no necesariamente partidaria) y pedagógico. Ojalá estos espacios sirvan para reunirnos: he visto a partir de ellos gestarse varios colectivos docentes que han tomado acción por la articulación a través de las redes. Y en ese punto, espero que podamos avanzar en algo juntos.
      Un cordial saludo,
      Débora

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    • El mencionar que aquellos argumentos estan en la utopía educacional, no quiere decir que no puedan ser realidad en la tecnología educacional o en las vanguardias educacionales como bien mencionas. Mi postura va en el plano de la realidad coyuntural que vivimos, en este estado de las cosas … es imposible hacerlas realidad si no surge un cambio de paradigma en las causas que sostienen el Ministerio de Educación.

      Los puntos que son mencionados como negación de la realidad, son eso, negaciones a la actual realidad, son justamente lo contrario a lo que experimentamos cada día en la mayoría de las aulas de los colegios.

      Por supuesto habemos muchos que ansiamos los cambios necesarios, experimentamos en forma individual y con nuestros pares los cambios que creemos puedan realizarse en la educación pero olvidamos la base de esta problemática, y es que estamos incorporados en un sistema educativo que viene con sabor a Revolución Industrial y Militarización Prusiana de los siglos XVII y XVIII, adoptados en nuestras nacientes repúblicas a principio del siglo XIX, pero que recoge una impronta que no es nuestra, y ese sólo hecho ya nos coloca en una plataforma equivocada.

      Sin embargo sobre la marcha, el arreglo del caso radica en aunar criterios, sin sentirse dueños de la augusta verdad, ese es el primer error de los errados.

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  7. Temo que voy a introducir una nota discordante, pero allá va. Por si la golpiza fuese rayana con lo insoportable, me centraré solo en los aspectos digamos «primitivos» del lenguaje. Sin idioma no hay aprendizaje, de hecho aprender consiste en adquirir otra lengua distinta de la natal-vecinal.

    Empiezo con el mero hecho de hablar. La directora del blog parece apoyar una didáctica más participativa que el clásico formato de la clase «magistral». Correcto: el alumno debe acostumbrarse a ordenar -y exponer- sus propias reflexiones y argumentos. ¡No se olvide, sin embargo, que a menudo habrá que corregirlo y reorientarlo!

    Sigo con la lectura. Discrepo radicalmente de que haya que abandonar la lectura de LIBROS en el papel que les da corporeidad, sustancia y perdurabilidad. A este respecto, me declaro seguidor acérrimo de Daniel Pennac. Es un profesor francés, asimismo de francés, que en el ensayo «Como una novela» (Anagrama, 1993; original «Comme un roman», Gallimard 1992) destripa «sencillos» mecanismos para fomentar el hábito de leer.

    Acabo con la escritura. El alumno DEBE escribir, como lo ha hecho la Humanidad desde Mesopotamia. Debe escribir a mano, impregnándose del ritmo y la prosodia del idioma (que se pierden lastimosamente en muchos textos «informáticos».) Las faltas de ortografía no hay que «perseguirlas», pero sí aplicar vacunas de caballo, que consisten en leer, leer mucho, y escribir, escribir mucho, para que al alumno le peguen bofetadas sus propios dislates.

    Disiento de que las «nuevas» tecnologías suplanten lo que no deben. Hay una nivel del aprendizaje (los finlandeses lo saben bien) que consiste exclusivamente en adquirir el IDIOMA. Para eso no hacen falta alardes tecnológicos, tampoco la prisa es bienvenida. Tiempo habrá, unos 3 años DESPUÉS, para cargar las tintas en la pura instrucción de contenidos. Sobre todo porque los contenidos son absurdos si no se les da una perspectiva crítica. ¡Otra vez el lenguaje, vaya por Dios!

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    • Estimado drlopezvega: Agradezco su aporte.

      Quiero aclarar que en ningún momento he dicho que no deba escribirse más a mano, sino que debería considerarse como un modo de escritura más entre otros que hoy son claramente mediados por tecnología. Y por sobre todo dejar de considerarlo como un modo de escritura «superior» a los otros.

      Por otro lado, ningún estudio ha demostrado que leer mucho mejore la ortografía: de hecho conozco cantidad de personas que podrían considerarse las más lectoras y tienen sin embargo la peor ortografía. No hay correlación entre ambos procesos, al punto tal que todas las investigaciones en los últimos años diferencian con claridad la conformación de los procesos de lectura de los de escritura. Es un mito esa relación entre el incremento de la cantidad de lectura y la mejora de la ortografía.

      Basta con ver todo el trabajo desarrollado por Emilia Ferreiro en los últimos tiempos, a donde demuestra los cambios producidos por Internet en la configuración de lecturas y escrituras. A quienes les interese sugiero ver estos excelentes videos para escuchar sus ideas:

      También recomiendo mucho la lectura de «El ingreso a la escritura y a las culturas de lo escrito», de la misma Emilia Ferreiro como compiladora, Ed. Siglo XXI, México, 2013.

      La función de la escritura es esencial comunicativa y puede desarrollarse a través de diferentes modos, no necesariamente de la escritura manual.

      Un cordial saludo,
      Débora

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  8. El término «ortografía» tiene dos dimensiones digamos formales. Una, la mera legibilidad, que naturalmente no se adquiere por leer o escribir más (aunque he observado que quienes escriben a lápiz o a estilográfica tienden a moderar el trazo y a escribir con menos premiosidad). Otra, la adherencia a la norma, que en efecto no mejora SOLO por leer mucho, pero sí por leer ATENTAMENTE, esto es imbricando la lectura en el propio idioma.

    Por otra parte, yo no creo que el lenguaje sea esencialmente para comunicar. De hecho, ese es un resultado operativo de su función primordial, que a mi juicio es CONFIGURAR y ORDENAR el pensamiento. Todas las habilidades «parciales» deben conjugarse para dar lugar a un pensamiento nítido, porque del error se sale, pero de la confusión no.

    En mi profesión y en cualquier otra observo que los más brillantes (los que exponen una idea o un argumento con gusto, gracia y contundencia, aunque no tengan razón) dominan varios aspectos puramente lingüísticos. Hablan sin atropellarse. Emplean un vocabulario más extenso y preciso. Mantienen una sintaxis irreprochable. ¡Qué curioso! Todos son aficionados a la lectura, y leen de todo, literatura, ensayo, historia… Y muchos reniegan del artefacto conocido como libro electrónico.

    No es por desdeñar las nuevas tecnologías, pero habría que investigar qué tienen esos tipos de particular. Quién les enseñó, qué libros marcaron su infancia, cuáles son los recuerdos escolares que más huella les dejaron. Creo que encontraríamos hechos muy simples, tan simples como que se sembró una humilde semilla y simplemente se le aportó suficiente abono.

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  9. Estimados, es realmente obvio que la lectura es beneficiosa. Sin embargo, no lo es cuando se produce por decreto y obligadamente. La lectura debe ser un hecho placentero para poder ser sostenida y motivar a los lectores a seguir deseándola. Nada aleja más a niños y jóvenes de la lectura que el forzarlos a hacerla. Ellos está muy interesados en leer, solo que no las cosas y de la forma en que se las hacen leer en la escuela.
    Podrán imaginar que con 27 años de experiencia docente yo también hablo desde lo que he recogido, pero también me apoyo en resultados de numerosas investigaciones algunas de las cuales ya he citado.
    Podríamos discutir horas sobre esto, si hubiera estudios serios que demostraran el efecto y no esos escritos metodológicamente dudosos que se arman para corroborar una afirmación que se desea perpetuar. No hay estudios serios que avalen la continuidad de la lectura forzada ni la persecución por la ortografía.
    Respecto de esta última, vuelvo a proponer leer y releer a Emilia Ferreiro. Aquí acerco una entrevista muy jugosa que le hicieron hace varios años:

    http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-26092.html

    También podríamos citar a Cassany, en esta interesante entrevista en donde expone acerca de los cambios de la lectura y la escritura en la era de Internet:

    Hay una realidad que ya la escuela no puede negar en pos de sostener las formas con las que aprendimos los adultos. Las nuevas generaciones no aprenden del mismo modo, esto es más que un hecho y la escuela debe estar a la altura de las circunstancias.
    Gracias por sus aportes!
    saludos
    Débora

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  10. Muy buen debate. Creo que, para un niño que está aprendiendo a leer y escribir, es indispensable que eso se haga con objetos concretos (libros, cuadernos, lápices). Se me dirá que, para las nuevas generaciones, las TIC también son concretas. Probablemente sea cierto, pero no se puede negar, que, al menos hasta ahora, introducen un grado de complejidad del que podríamos eximir a los que se están alfabetizando.
    En el otro extremo, para un adulto, creo que leer en papel y escribir a mano ponen en juego habilidades parecidas a leer en pantalla y escribir con teclado. No me parece que por leer una novela larga en un Papyre (por nombrar un dispositivo), uno se concentre menos que si la lee en papel.
    Saludos. Juan.

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    • Lo que llamamos cultura es una hilazón de valores morales, formas artísticas y métodos de investigación y avance. Las culturas superiores tienden a enriquecerse y expandirse, pero no se desligan completamente de su tradición. Pues bien, el nervio que sostiene el edificio es la sintaxis, es decir el esquema lingüístico que enhebra el pensamiento subyacente.

      Olvidando ese hecho, en favor de unas «nuevas» tecnologías que podrían mejorar (pero también degradar) los procesos cognitivos, estamos aceptando ACRÍTICAMENTE que el paradigma en boga no sirve y es menester remplazarlo por otro más «moderno». ¿Es eso cierto?

      Las nuevas tecnologías, a mi juicio, NO amplían el campo de la conciencia, sino que hacen circular más APRISA ciertas ideas, no necesariamente afortunadas. Lo que llamamos cultura es enemigo absoluto de la prisa. De hecho, vendría a ser algo así como la geología del alma, cuyos tiempos se miden no en meses o años, sino en decenios o siglos.

      A mi entender, al DOCENTE contemporáneo (al de cualquier época) le corresponde transmitir ese modelo de continuidad, porque solo en él tiene sentido la crítica y la consiguiente aceptacióln (o rechazo) de lo que se anuncia como «novedad». Abandonar ese modelo de enseñanza crítica y permitir que el Google o cualquier otra chorrada se adueñe del aula, creo yo, es una dejación de responsabilidades, pues el docente no puede ser un mero repetidor o glosador de «lo que pasa en la calle», sino justamente el guardián de lo que siempre fueron las esencias.

      El profesor Jordi Llovet, filólogo de relieve internacional, ha reflexionado sobre estos asuntos en su magnífico libro «Adiós a la Universidad». Echarse brazos en la neo-tecnología es convertir la educación (la transmisión de la cultura) en un aprendizaje mostrenco de «lo que se lleva», que al parecer es pasar por las aulas para ser igual de burro que antes, eso sí, igual de burro pero conectado a Internet. Igual de burro que cualquier mangante que pasó por la escuela como un mero trámite, una especie de formación profesional para la mediocridad y las amplias tragaderas de comprarse un iPhone cada 6 meses.

      Dicho lo cual, bajo ningún concepto defiendo la lectura como un hábito inculcable malsanamente, sino como una actividad deleitosa, que empieza simplemente con el profesor leyendo en clase. Leyendo sin ejercicios, sin disecciones gramaticales, sin redacciones, sin nada más que el profesor leyendo, exactamente igual que los padres leían los cuentos en la remota infancia donde los cuentos rechazaban el terror y convocaban el sueño.

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      • Enseñar utilizando tecnología es lo más alejado de una «enseñanza acrítica». No existe más el traspaso de la «cultura letrada» como transmisión de legados provenientes de grupos ilustrados: el conocimiento en la era de Internet se construye de un modo colaborativo, no lineal y por diferentes vías. Puede o no gustar que así sea, podemos ser más o menos nostálgicos de formas anteriores, pero esta es la realidad.
        Creer que la tecnología nos hace burros es parte de argumentos tecnofóbicos que desconocen las investigaciones en el campo del aprendizaje, que explican con claridad cómo ha cambiado a partir del impacto de las TIC. Pero bueno… podemos quedarnos en debates maniqueos o podemos buscar estrategias para mejorar la enseñanza y el aprendizaje. En lo personal, voy por la segunda opción. Las fórmulas actuales que seguimos sosteniendo en la escuela claramente no dan buenos resultados (y estoy hablando de mantener estas mismas prácticas de las que he hablado). ¿Cuánto fracaso más esperaremos para comenzar a cambiarlas?

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    • Hola Juan,
      No creo que sean incompatibles ambas cosas, creo que el problema hoy radica en desconocer la relevancia de las tecnologías en la construcción de procesos de lectura y escritura. Y me parece también que a la escuela le resulta muy funcional este desconocimiento para mantener lo más conservador y tradicional en ella.
      Las TIC no introducen complejidad a quienes se están alfabetizando y éste es el importante aporte de las investigaciones que cité de Emilia Ferreiro. Por el contrario, están facilitando y cambiando los procesos de lectura y escritura desde sus inicios. Allí deberíamos apuntar con los cambios en la enseñanza. La complejidad con las TIC la tenemos los adultos, no los niños, no las nuevas generaciones. Quizás si pudiéramos ponernos en su lugar entenderíamos cómo facilitarles la alfabetización que por cierto hoy, hasta incluiría que desarrollaran habilidades de programación. Pero eso es objeto de otro debate…
      Gracias por sumar tu mirada!
      saludos
      Débora

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  11. Es muy interesante el debate, creo que debe pensarte el fracaso escolar desde esta perspectiva. La escuela ha quedado obsoleta en muchos sentidos y no hay q culpar a los adolescentes de abulicos o desinteresados si no hay que preguntarse como puede cambiar el dispositivo escolar, que es el mismo que el siglo pasado, para poder interpelar a sujetos de este siglo.
    Uno de los temas a debatir en la educación hoy es que ya el alumno no es aquel al que hay que educar y no sabe nada. Hoy muchos niños y adolescentes poseen conocimientos que los adultos no manejamos, por ejemplo en la tecnología. Aqui hay un video que justamente habla sobre este problema entre alumnos y profesores. Vale la pena verlo! <a href="http://comunidadpsi.com/video/la-brecha-digital-en-la-escuela/"La brecha digital en la escuela

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  12. Hola Débora «Educar como en el siglo XIX a los estudiantes del siglo XXI» ya está a disposición de nuestros alumnos, gracias por ese texto.
    Me gustaría aportar dos ideas: 1- la repetición, 2- la re-escritura.
    Sobre la repetición creo que vale la pena recordar que es una -entre varias- de las estrategias para el desarrollo de la memoria; tal vez debamos decir que la repetición servil como garantía de desarrollo del pensamiento crítico es un disparate. Soy músico, pero sé que los deportistas y otros profesionales implicados en un hacer con el cuerpo valorizan la repetición cuando ésta está orientada, no cuando equivale a renunciar a la responsabilidad de pensar.
    Sobre la re-escritura, me parece valioso tanto combatir el liquid-paper (ilusorio semblante de que «aquí no pasó nada malo») y cualquier estrategia que desestima al error como herramienta de crecimiento. La resignificación de lo escrito, o de lo dicho, o de lo actuado en general, es una estupenda oportunidad para conocerse y estar mas cerca del deuteroaprendizaje que de la obediencia debida. En lugar de ser custodios de la pureza escritural, los docentes podríamos gestionas condiciones de posibilidad para que los aprendientes lograran familiarizarse con los procesos creativos que rara vez están a salvo de tropiezos, tropiezos plenos de promesas de crecimiento.
    Y gracias nuevamente, Carlos [http://ow.ly/UY1MF]

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