La «alumnidad»: eso que la escuela enseña tan bien

De regreso de unas muy necesitadas vacaciones en donde tuve la oportunidad de viajar con mi familia y aprender muchas cosas, tenía ganas de arrancar el año pensando qué cosas podría hacer para mejorar el tránsito de mis hijos por el sistema escolar y el mío como docente. Si bien es algo que suelo proponerme todos los años, me doy cuenta de que las fórmulas hasta ahora no resultan.

Los chicos cuentan los días que les quedan para retornar a la escuela. Las pocas ilusiones se basan en el reencuentro con los amigos y en, como mucho, contar sus cosas buenas de las vacaciones. No hay otras expectativas tales cómo «¿qué profesores me tocarán?» o «¿qué cosas nuevas aprenderemos?» y no dejo de preguntarme cómo recuperar estas motivaciones.

Pasé estas vacaciones leyendo excelentes blogs de colegas que me han resituado en comprender que no somos tantos los que queremos un cambio de fondo en el sistema educativo y que probablemente por ello cueste tanto conseguirlo. ¿Pesimismo? ¿Realismo? No lo sé… Para colmo mi prolongación de estado vacacional hizo que olvidara que es mejor escribir las entradas del blog en un archivo aparte y perdí todo lo que felizmente había hecho en primera instancia, por lo que esta entrada es la segunda vez que la escribo.

Tal como está hoy la escuela, no hay posibilidad de innovar sin un cambio organizacional de raíz. Lo primero que hay que tocar son los tiempos y los espacios así como la asignación de profesores, y ningún gobierno de turno está dispuesto a hacerlo. ¿Qué nos queda entonces? ¿»Padecer» otro más y esperar que lleguen las próximas vacaciones? Claramente no es por esto que elegí la docencia… Y como madre, ¿solo la resignación? Me da sabor a poco.

Quizás el punto esté en pensar también en cómo ayudamos a los chicos a transitar esta escuela real que les toca sin por ello dejar de pelear por una escuela mejor. De un tiempo a esta parte, me doy cuenta de que educamos a nuestros hijos y también a nuestros alumnos más para la «alumnidad» que para otra cosa: podemos o no estar de acuerdo, pero les enseñamos con fervor que deben atenerse sin cuestionar a los usos y costumbres escolares (no hablo de normas, sino de hábitos!). Cual ovejas del rebaño le dedicamos un buen tiempo a aleccionar sobre esas cosas que son así «porque son así» y que lo mejor para ellos mismos es que callen y agachen sus cabezas siguiéndolas.

Los chicos aprenden fácil que el conocimiento que les interesa está disponible en Internet pero les cuesta más aprender que en la escuela se pone en juego una suerte de “escena montada” a donde ellos deben cumplir el papel de buenos alumnos. ¿En qué consiste? En tolerar horas sentados intentando prestar atención a múltiples cosas que no les interesan; en comulgar con lo que dicen sus docentes y la forma en que lo hacen respondiendo de acuerdo a lo que se espera de ellos y en sortear todas las evaluaciones que les plantean en términos de lo que la escuela define como “esperable”. Se trata más de cómo aprender a sortear lo que se les pide que de aprender a pensar por sí solos o a estudiar lo relevante.

La función docente se reduce a la así a transmitir información; moldear los cuerpos, las reacciones, las respuestas; de manera tal que todo grupo responda de manera homogénea.

Cada vez me convenzo más de que lo que deberíamos enseñar a los chicos de hoy son pocas cosas:

  • a manejarse en Internet para encontrar lo que necesitan en las fuentes más confiables y hacerlo de manera segura para ellos
  • explicarles aquello que no se entiende o cómo llegar a informaciones complementarias para comprender algo
  • habilidades sociales para sortear la trayectoria escolar que les toca vivir
  • valores que les permitan construir ciudadanía

La información está disponible y el acceso es sencillo cuando dentro o fuera de la escuela hay conectividad. Que los docentes no seamos capaces de salirnos del histórico lugar de transmisores de información obliga a los chicos a aprender más de “alumnidad tradicional” que de otras cuestiones.

Salvo que quienes enseñamos seamos capaces de transmitir contenidos que despierten el interés de los chicos, el resto será tarea inútil. ¿Cuánto recuerda, utiliza o transfiere hoy un alumno de lo que aprende en la escuela? Claramente muy poco. Por eso es tan importante centrar las energías en enseñar aquello que sí tiene sentido, como por ejemplo explicar aquellas cosas que han buscado por sí mismos y no se entendieron, pero partiendo de la base de usar el potencial del acceso a la información.

¿Seremos capaces de darle un nuevo perfil a esa “alumnidad” que se aprende hoy en la escuela? ¿O seguiremos enseñándoles a los chicos simplemente a transitar su escolaridad de manera que respondan a lo que se espera convencional y uniformemente de ellos? En este “como sí” a donde unos hacen como que enseñan y otros hacen como que aprenden, lo cierto es que todos salimos perdiendo. ¿Seguimos con el clásico «The Wall»?

 

 

 

10 comentarios

    • Considero muy valioso mantener una saludable actitud crítica aun dentro de la «trinchera docente».Apoyo su texto y agregaría que aun en la propia transmisión curricular alentaría a los niños a ejercitar su crítica conjuntamente con una propuesta propia sobre ese tema y hacer un interregno de aportes de temas propios como «dar conferencia» sobre lo que deseen,como lo hace la escuela Freinet. Que aprendan también que su palabra interesa y alli tiene un lugar.

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      • Qué bueno Frida recuperar algunas de las propuestas de Freinet! Empoderan, dan confianza a los chicos sobre su aprendizaje.
        ¡Gracias por recordarnos estas ideas!
        Un abrazo,
        Débora

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  1. ¡Qué bueno volver a leerte Débora! ¡Espero que hayas pasado unas confortables vacaciones! Tu Blog, como un alto en el camino, es una fuente de alimentación que renueva constantemente el sentido profesional que tiene la tarea docente. Entrando nuevamente a la escuela, en los próximos días, tendremos nuevos desafíos por delante en donde nuestra responsabilidad será arriesgarnos a cambiar «The Wall» y, tal vez, pensar en clave de «Matrix» con discursos y prácticas disruptivas de nuevo tipo.
    ¡¡¡Todo lo mejor en todo para este año!!!
    Un abrazo,
    Mercedes Lavalletto.

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  2. Hola a tod@s;
    Soy lector de este Blog, aunque no suelo comentar (porque prefiero debatir en otro tipo de espacios) pero esta vez “prometí” el comentario por Twitter (@pablocrodriguez) y acá estoy…
    Ya que estoy empiezo por felicitar a Débora por el, siempre provocador y estimulante, Blog…
    Por empezar coincido con su veraniega reflexión de que “no somos tantos” l@s docentes que queremos un cambio pero estoy convencido de que se trata de algo contagioso, de un círculo virtuoso y que no debemos claudicar en esta lucha… En ese sentido, no coincido con que “no hay posibilidad de innovar sin un cambio organizacional de raíz». Existen numerosos ejemplos de lo contrario y la idea de cambios de sistema me suena “institucional” y creo que eso siempre llega “después”. No podemos esperar que esos cambios lleguen “de arriba” Como dice Ranciere: “las instituciones no emancipan, emancipan las personas”.
    Respecto a la “alumnidad”, no sé hasta qué punto l@s estudiantes no son conscientes de “lo que pasa” (de esa escena de la que habla Débora) y me pregunto si “adaptarse” a eso que se espera de ellos es entonces un acto de “sumisión” o una forma de “resistencia”, una estrategia que les permite pasar por un sistema (evidentemente erróneo) de manera más o menos exitosa… La verdad es que no lo sé pero podemos preguntarles y ver cuánto hay de esto.
    Respecto a la “capacidad” docente de trasmitir contenidos que despierten el interés de l@s estudiantes, está el problema de cuáles serían esos contenidos “comunes” que luego se “personalicen”, la pregunta sobre “¿qué es lo común?”. Y me parece que aún así restringe el análisis de “lo que pasa” en la Escuela a los contenidos que se transmiten y, personalmente, creo que en la Escuela acontecen (o deberían acontecer) otras muchas cosas.
    En cuanto al tema central que plantea el artículo (educar más para la “alumnidad” que para otra cosa), estoy de acuerdo con la idea y creo que el principal problema (y una posible punta del ovillo para pensar en -no digo soluciones sino- maneras de abordarlo) es la (trans)formación docente porque eso de “la función docente se reduce así a transmitir información; moldear los cuerpos, las reacciones, las respuestas; de manera tal que todo grupo responda de manera homogénea” es tan cierto como cierta es la posibilidad de que no sea así. Y si bien entiendo que cuando uno escribe una nota en un Blog (y lo digo como autor de http://www.asifuimosaprendiendo.blogspot.com.ar) puede generalizar, creo que las generalizaciones son peligrosas y que no tod@s l@s docentes hacen lo mismo ni tod@s l@s estudiantes “responden” igual…
    Como defensor de la emancipación intelectual, de la igualdad de las inteligencias y de la enseñanza universal “Jacototiana” no puedo sino poner un llamado de atención (y de “desacuerdo” en la más sana de sus concepciones) a la idea de “explicarles aquello que no se entiende” pero no profundizo en esta idea para no hacer este comentario más largo y aburrido (aún).
    Por último, aún cuando en la última década ocurrieron enormes avances en materia de Educación Pública y de Justicia Social, ese “acceso a la información” del que habla la entrada sigue siendo muy desigualmente distribuido y no podemos dejar de tener en cuenta el carácter emancipatorio del conocimiento y obrar en consecuencia.
    Creo que, como propone Carlos Cullen, tenemos que separar “lo educativo” de “la Educación”, al menos para este tipo de análisis. Como dice Débora, tenemos que romper con esa “ficción” (donde unos hacen como que enseñan y otros hacen como que aprenden, lo cierto es que todos salimos perdiendo), esa ficción que genera un “malestar” casi insoportable (en docentes y estudiantes), pero tenemos que hacerlo con una opción ético-política. No es fácil pero se puede.
    Para terminar vuelvo a Cullen: “Se trata de deconstruir lo educativo posible, para liberar la Educación posible. Y ésta es una tarea estrictamente ética: hacernos dignos del acontecimiento, emancipar la subjetividad, para que pueda imaginar órdenes simbólicos alternativos y, de esta manera, alivie el malestar insoportable, sustituyéndolo por malestares más soportables.”
    La seguimos…
    Salu2!!!
    Pablo

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    • Gracias Pablo por aportarnos otras miradas sobre este problema!
      Es cierto lo que planteás sobre los alumnos y sean o no concientes nuestro trabajo debería hacer que reflexionaran sobre eso. En esta entrada no pude dejar de combinar mi perspectiva como madre, no hablo solo como docente. Y desde ese lugar veo qué difícil es para mis hijos transitar la escolaridad cuando de algún modo se rebelan ante los sinsentidos de la escuela y paradójicamente me encuentro en la encrucijada de decirles que se «adapten» para lograr la tan mentada aprobación, que sobre en todo en la secundaria pareciera ser casi la única meta que se tiene.
      Lamentablemente son escasos los profesores que abren otros espacios y otros tipos de diálogos y como muy buen planteás ésta es la tarea que nos debemos los docentes desde una perspectiva de la profesionalización del rol.
      Es verdaderamente importante seguir pensando juntos y alentando a los colegas a salir de la «comodidad» del uso arbitrario del poder, de la enseñanza mecanizada y de todos los cliches que se instalan y cuesta erradicar. Ojalá podamos reforzar las redes para expandir otro tipo de propuestas.
      Muchas gracias por cumplir con la promesa del comentario!
      Un abrazo,
      Débora

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  3. Qué bueno Débora reencontrarte en la reflexión…Ideas que nos interpelan y nos dejan haciéndonos preguntas, en lo personal desde mi lugar como formadora de formadores, pero también desde mi otro rol, ese en el que las teorías me resultaron escasas, con las que busqué (casi idílicamente o inútilmente?) la mejor escuela para mi hijo… Y de pronto me ví en tus ideas, haciendo en muchas ocasiones, el esfuerzo de enseñar a mi niño «la alumnidad»…Me quedo pensando…Un abrazo

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    • Hola Gabriela!
      Creo que es más duro aún cuando nos vemos enseñándole a nuestros propios hijos la alumnidad para sobrevivir. Para quienes siempre pensamos en romper los circuitos reproductivos del sistema, es verdaderamente una contradicción profunda. Pero por otro lado, no es posible exponer a los propios hijos a quedar al margen del sistema, aunque uno le cuestione tantas cosas.
      A veces creo que el término medio está en enseñarles a mantener el espíritu crítico y aplicarlo «dosificadamente»: ¿pero los chicos están en condiciones de discernir cuándo y cómo hacerlo? Ahí se me cae la teoría porque si a los propios adultos nos cuesta, para ellos no es tarea fácil.
      Y entonces regreso a la pregunta de siempre… ¿por qué nos cuesta tanto cambiar la escuela?
      Te mando un gran abrazo y muchas gracias por sumar tus dudas y preguntas!
      Débora

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