¿Por qué lo conservador y tradicional tienen más éxito en la escuela?

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Creo que he vivido equivocando la pregunta: me lo paso preocupada por las innovaciones educativas y cuestionando por qué no impactan la escuela. Tal vez el punto radica en comenzar a entender las razones que llevan a tener éxito y perpetuar sus rasgos más conservadores.

Hace mucho años (muchos de verdad… en 1990!) escribí un artículo que se llamaba “Constructivismo e ideología… ¿una pareja incompatible?”, en donde planteaba la dificultad de lograr la implementación de una propuesta constructivista cuando de fondo los docentes no estaban en condiciones de lograr lo más esencial: correrse del centro de la escena de enseñanza y aprendizaje, pero por sobre todo, dejar de detentar el poder absoluto en el aula. Allí expresaba por primera vez mi hipótesis acerca de que la innovación tiene una raíz profundamente ideológica: no podemos esperar que salgan a “enfrentar el sistema” quienes consideran que está bien mantener el status quo.

Los innovadores son aquellos que rompen con lo establecido y que en algún punto para hacerlo se ven forzados a ir en contra de lo que la escuela espera de ellos. No es algo apto para tibios o temerosos, sino más bien una cuestión ligada a la osadía, a no tener temor ni a “los de arriba” ni a equivocarse. De este modo, se entiende que no es algo al alcance de todos.

Es así como las experiencias raramente se extienden, replican o multiplican: quedan más bien ocultas en un circuito del que a veces sólo salen a la luz como parte de un relato casi “folklórico” para algunos o bien se constituyen en objeto de críticas por parte de otros. Raramente se expanden y cuando lo hacen es necesariamente de la mano de una decisión del sistema de poner en marcha alguna reforma pedagógica que, al entrar en el terreno de “lo oficial”, pierde su potencial de originalidad e incluso de efectividad.

Siempre recurro a la diferenciación que hizo Antonio Bolívar[1](1999) cuando aclaró las diferencias entre los conceptos de innovación, cambio, mejora y reforma. En el último es donde se asientan las iniciativas oficiales, las “bajadas” de la gestión central. En el otro extremo están las innovaciones, con su permanente rasgo de novedad y casi siempre ligadas a acciones de personas o grupos que resultan contraculturales a la vida institucional.

¿No nos queda nada por hacer entonces? ¿Las innovaciones están condenadas a morir en el aislamiento? Estoy segura de que no es así: sin “puntas de lanza” no sería posible siquiera cuestionarse lo más esencial de la escuela. Se necesitan voces disonantes y críticas, debates profundos, cuestionamientos de fondo. Lo que es claro es que quienes estarán en condiciones de hacerlo nunca serán “los sumisos del sistema”. Sólo quienes comprenden el valor de ir contra lo instituido están en condiciones de encarar un proceso de innovación. Claro que muchas veces, para quienes detentan esas posiciones, resulta ser un lugar muy incómodo.

Los innovadores se encuentran muchas veces solos y cuestionados por su entorno. Quienes los ven actuar en cierto modo les temen porque su accionar interpela las prácticas conservadoras, y muchas veces por eso los combaten.

Es más fácil hacer siempre lo mismo. Es más cómodo. Es efectivo aunque no importe en qué términos. Es económico porque se reproduce con poco esfuerzo. Recibe menos cuestionamiento de todos, aunque no importe si se cumple el sentido esencial por el que se realiza. Incluso se trata de un tema de inclusiones o exclusiones: en cualquier escuela pertenecer es seguir al rebaño. Y por todo esto es razonable que lo tradicional tenga más éxito.

La innovación puede llegar a ser una carga muy pesada que recae sobre pocos, pero sin duda quienes puedan asumir estas posiciones serán quienes logren mover los motores del cambio. La única manera de avanzar es de la mano de aquellos pioneros que se animan a probar cosas diferentes. No es algo para todos, y justamente por eso merece más respeto y reconocimiento por parte de sus pares. La soledad del innovador es en esencia parte de su forma diferente de entender la educación, y su mayor éxito estará en poder expandirla a algún colectivo o comunidad. No se trata de «iluminados», sino simplemente de arriesgados, que no es poco. ¿Llegará el día en que se vea de este modo?

[1] BOLÍVAR, A(1999) Cómo mejorar los centros educativos. Ed. Síntesis. España.

10 comentarios

    • Yo me vivo arriesgando como decía Débora a innovar en mis clases porque soy de la nueva escuela, pero no son tan bien recibidos esos cambios por el resto de mis colegas docentes. A mí me enseñaron así y me encanta estimular a mis alumnos a aprender de manera diferente.

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      • Hola Giselle! Qué sorpresa tan agradable leer tu comentario. Tengo muy buena relación con destacados innovadores de la universidad pública y, la verdad, todos decís lo mismo. Y los alumnos lo vemos. El lema de mi universidad nombra la innovación y sin embargo se le complica la vida a quien la lleva por bandera. Normal que luego el nivel educativo esté como esté. Al menos tenemos un gran aliado: Internet; ese no entiende de trabas burocráticas ni actitudes conservadoras y autoritarias. Suerte con tu misión! Nada fácil, pero del todo necesaria! Gracias! Un gran abrazo!

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