La era de los “especialistas” o cuando la escuela comenzó a caer

Créditos foto: Freefall, Erdei Barna. Fuente: Flickr.

En una entrada anterior relataba una situación que daba cuenta de lo que vivimos cotidianamente quienes nos ocupamos de formar docentes. Me parece que es hora de decir sin eufemismos que la caída de la calidad de la educación y la pérdida del rumbo se comenzó a ver clara cuando dejamos de pensar en los alumnos y pusimos de nuevo en el centro de la escena a los contenidos. Podríamos decir que esto comenzó cuando dejamos de tener unido a lo que iba junto y separamos lo que no debíamos.

Hay una extraña paradoja que observo en esta situación: se vive culpando de la pérdida de la calidad de la educativa a supuestos “nuevos métodos” que nunca fueron puestos en práctica y se vive reclamando “que se enseñe algo” (argumentando que hay vacío en la enseñanza) cuando al menos en la Argentina los últimos casi 20 años[1] fueron dedicados al enorme incremento de contenidos en las currículas y hemos estado bajo el “reinado” de los especialistas en contenidos que llevan décadas capacitando a docentes en las disciplinas y preparando a quienes van a ejercer la profesión. Datos puros: si éste es el contexto que tenemos en la escuela, ¿por qué atribuyen el fracaso a la falta de contenidos? Yo creo que el problema viene extremadamente mal enfocado desde hace años… ¡porque contenidos es lo que sobra!.

Toda la preocupación del sistema educativo corre detrás de contenidos que, fragmentados a su máxima expresión, cada vez se incrementan más en cantidad y complejidad mientras que –en paralelo- se alejan más de las necesidades de los chicos y jóvenes y por supuesto también de los requerimientos del mundo real.

La verdad que estoy un poco agotada de las discusiones sobre secuencias didácticas en las que a nadie le importa el aprendizaje de los alumnos de carne y hueso sino escarbar al infinito sobre los contenidos. Pareciera que los métodos sólo importan siempre y cuando sigan avalando esta fragmentación, cuya evidencia más clara es la proliferación de materias que hoy hay en la escuela. El supuesto que sustenta esta lógica es que a más especificidad de contenidos se produce mayor aprendizaje, pero después de más de 20 años de evidencia parece que no logramos entender que esta solución ha sido un rotundo fracaso. ¿Cuánto más vamos a esperar?

Claro… en el medio responsabilizamos a los docentes: esos seres mal formados, cuasi inútiles que no terminamos de entender el purismo contenidista. Es fácil culpar a los docentes de todos los males de la escuela, total… poco reaccionamos ante estas acusaciones. Ahora: este argumento se cae sólo cuando vemos que hasta los supuestos “mejores docentes”, que dominan a la perfección “el enfoque de las áreas curriculares”, no logran mejores resultados en cuanto a calidad de los aprendizajes se refiere. Entonces: ¿por qué no dejamos de buscar el fracaso a donde no está su raíz?

Cuando quienes sostenemos que el problema no está en la profundidad y especificidad de los contenidos sino en la fragmentación creciente del curriculum y la perpetuación de enseñanzas transmisivas (que por otro lado son las únicas factibles con el incremento de la cantidad de contenidos), nos acusan casi de “pusilánimes de la didáctica”. Ni hablar si lo hacemos en nombre de algún enfoque didáctico como el constructivismo, que ya parece haber pasado de moda a pesar de no haber sido nunca implementado en términos reales.

Nadie piensa en quienes aprenden: sólo se piensa en la enseñanza. Y permítanme recordarles colegas que la función esencial de la enseñanza es lograr que se aprenda. Cuando la evidencia nos supera, tenemos que darnos cuenta de que la “especialización” en contenidos ha producido una fragmentación del conocimiento con consecuencias graves, pero además nos ha traído el retorno de lo conservador y tradicional en cuanto a los métodos. Sí señoras y señores: una vez más afirmo contundentemente que transmitiendo información en cantidades no vamos a lograr que los alumnos aprendan. Y no lo digo yo, sino las evidencias de los países más exitosos en cuanto a educación se refiere.

Voy a seguir expresando que mientras los docentes no conformemos equipos de trabajo y sigamos separados por “quintitas” lo único que vamos a lograr es perpetuar más años de fracaso escolar. Pero además, mientras no nos planteemos seriamente el cambio de metodologías de enseñanza articuladas y pensadas en los alumnos, no en el contenido, sólo veremos más de lo mismo.

El Aprendizaje Basado en Proyectos por ejemplo, es un enfoque que lleva muchos años de desarrollo. Tiene seguidores y detractores como todos, sin embargo en Argentina existen escasísimas experiencias de implementación real. Las pocas que podemos encontrar dan cuenta de resultados indudables en cuanto a la mejora del aprendizaje. Claro que siguen siendo experiencias aisladas y “con poca prensa”.

Existe además un enorme prejuicio por el cual los proyectos se asocian más con el jardín y el primer ciclo de la escuela primaria, cuando en realidad es un enfoque que se plantea para todos los niveles. Pero a más avance en el sistema educativo, implica más esfuerzo de trabajo en equipo por parte de los docentes. Y aquí no queda otra que entender también que la propia estructura y organización actual de la escuela, sumada en nuestro país a las precarias condiciones de trabajo docente, no contribuye en nada al desarrollo de estas perspectivas didácticas. Ahora: ¿no deberíamos cambiar esto en vez de culpar a maestros y profesores? Y por otro lado: ¿no deberíamos repensar las currículas para que pueda lograrse la tan necesitada articulación de contenidos que brinde sentido alguno a lo que los chicos aprenden?

El problema está en que, tal como sucedía hace muchísimos años cuando los enfoques tecnocráticos invadían la pedagogía, volvemos a asistir a la escisión entre “especialistas” y docentes en donde los primeros, dueños de las verdades absolutas, nos dicen a los segundos lo que tenemos que hacer y cómo tenemos que hacerlo. Pero por supuesto que no se dice desde la experiencia de aulas reales, sino desde una supuesta expertiz que la legitima el sólo hecho de “pertenecer al grupo de especialistas”.

¿Quién da validez al conocimiento didáctico en el aula? ¿Quién enseña y comprueba lo que da resultado y lo que no? ¿Es posible señalar acusadoramente a maestros y profesores cuando no son ellos quienes diseñan sus propias metodologías de trabajo?

Actualmente además estamos asistiendo al apogeo del “seguimiento de recetas” de supuesto éxito garantizado, ante el temor de que la calidad siga cayendo por el barranco. De ahí que proliferan aquello que siempre llamo “secuencias didácticas marca ACME”, listas para implementar en todo momento y lugar, como si los chicos reales fueran homogéneos y pudiera encajar un solo tipo de enseñanza para todos ellos. La fantasía de que aplicando esa fórmula se obtendrá los mejores resultados está a las claras que no tiene fundamento alguno.

Así que por qué no dejamos de hablar “los especialistas” y “los docentes” como dos castas y nos ponemos a trabajar en serio juntos, pensando en cambiar las currículas, la organización institucional de la escuela y las metodologías de enseñanza. Sin dudas mis mejores experiencias pedagógicas han sido cuando he podido trabajar en equipo con mis colegas: para eso necesitamos tiempos y espacios además de voluntades. Y por supuesto: dejar de lado los “divismos”.

Si queremos trabajar para que la escuela mejore, es el momento de escuchar las necesidades de quienes enseñan día y día y de repensar juntos por dónde ir, en vez de imponer recetas únicas producidas en reuniones de “expertos” y/o funcionarios políticos. Cuando un docente está frente a un grupo de 30, con escasos recursos y múltiples problemáticas que atender poco importa el purismo disciplinar: hay que diseñar alternativas realistas.

Tal vez cuando se termine este reinado de expertos, que pasará como lo hacen todas las modas pedagógicas, volvamos a recuperar algo fundamental para la educación: la centralidad de los alumnos, fin último de todo proceso de enseñanza. Y que nadie afirme que esa etapa la pasamos porque jamás logramos verla plasmada de manera general en la práctica: sólo apareció descripta en los textos y en aislados casos, muy pocos de ellos incluso documentados. Lo único que pasamos en los últimos años fue más y más de la misma enseñanza tradicional, disfrazada de muchas otras cosas.

 

[1] En Argentina el énfasis curricular se ha puesto en las disciplinas, áreas y contenidos.  Pasando por diferentes proyectos político-educativos desde la aprobación de los llamados Contenidos Básicos Comunes para todos los niveles del sistema educativo, hasta los Núcleos de Aprendizaje Prioritarios vigentes a partir de la Ley de Educación Nacional de 2006, el aspecto común ha sido la preocupación por «devolver los contenidos» que se habían diluido como tales. Los diseños curriculares de las jurisdicciones, atendiendo al marco nacional, están organizados en torno a los contenidos.

7 comentarios

  1. En mi opinión, si hay un fracaso, es debido dos grandes problemas: la falta de capacidad que muchas veces tenemos los docentes para trabajar en equipo (nos formamos para trabajar en «el aula»; no tanto para «la escuela») y las dificultadas de las instituciones para formarlos. Los contenidos estuvieron, están y estarán: se han agregado, quitado y se modificarán continuamente porque así es el conocimiento humano. El problema entonces, no es la existencia de los contenidos sino su fragmentación y desconexión.
    No parece posible asociar así directamente una caída en la calidad educativa a la presencia de materias «especiales». El problema en realidad, es metodológico: si no se trabaja en equipos el conocimiento no se integra y aparece el contenido estanco como un artificio escolar que nada tiene que ver con la realidad.
    Podríamos pensar que la manera más sencilla de integrar disciplinas es la unificación de su responsabilidad en una sola persona: el clásico maestro. Pero (dejando de lado en el análisis las atendibles situaciones laborales) encontramos que en muchos casos esta personalización afecta la calidad educativa en ciertas áreas y contenidos. Es difícil enseñar lo que no se aprecia y transmitir algo de interés por ese conocimiento en particular.
    Voy a un ejemplo concreto: sería muy difícil para un docente sin demasiado interés vocacional en el conocimiento de las tecnologías (diferenciemos claramente «uso» de «conocimiento») poder responder a la exigente demanda que los alumnos lo someterían, sobre todo en un contexto de trabajo abierto en relación a los contenidos como se da en el ABP. Y, por supuesto, no se trata de posicionar al docente como «fuente de conocimiento» sino con el rol de orientador, facilitador y validador en la búsqueda de ese conocimiento. Como docente «especial» de Informática, es lo que experimento todo el tiempo.

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  2. Hola Ricardo,
    Ya hemos discutido varias veces sobre este punto y claramente vamos a disentir sobre la organización curricular por disciplinas, sobre todo en el nivel primario. Así que no me voy a detener sobre esto. Sin embargo, creo que sí se puede afirmar que el peso que se ha puesto sobre los contenidos en detrimento de las metodologías tiene una enorme responsabilidad sobre la situación actual. Y no es sólo un fenómeno local, sino que se replica en otros contextos.
    Basta con mirar las políticas educativas en orden a lo curricular: todo se centra en discutir qué materias y qué contenidos, pero no se debaten metodologías y menos aún las limitaciones que imponen las condiciones de trabajo docente.
    Como he dicho varias veces en este mismo blog, los problemas inherentes a la calidad educativa no se reducen a una sóla causa, pero es necesario identificar cuáles son algunas de las principales si queremos mejorar.
    Sí coincido en lo que planteaste respecto a la dificultad de trabajar en equipo, aunque esto en parte es consecuencia de las condiciones de trabajo a las que he hecho referencia y no solamente a la voluntad de los docentes.
    En ningún momento de mi planteo hablo de la unificación en una sola figura, sino de trabajar juntos. Con AbP o con lo que sea, no podemos enseñar todo parcelado y después pretender que los alumnos encuentren solos sentido y significado a los contenidos. Por lo tanto me parece que tu interpretación de responsabilizar de esto a los «maestros especiales» no se corresponde para nada con lo que yo he expresado: de hecho la división por disciplinas la sostiene muchas veces en primaria un mismo maestro de grado. Estoy hablando del orden de lo curricular, más allá de las personas que lleven adelante la enseñanza de los contenidos.
    En cuanto a las dificultades de las instituciones para formar maestros, de hecho ayer publiqué una entrada el respecto. Pero creo que la dificultad está puesta en formarlos en un pensamiento autónomo, tanto en la formación inicial como luego fomentarles y permitirles dentro de las instituciones ejercer un pensamiento independiente.
    Mientras sigamos viendo este problema como en «veredas enfrentadas», de seguro no saldremos del problema. Quienes ponen a los docentes generalistas en el lugar del «no saber» suelen ser otros y no ellos mismos.
    Saludos,
    Débora

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  3. Prefiero hablar de «puntos de vista» y no de «veredas diferentes». Porque coincidimos en que el problema es metodológico. Y en ese sentido, haciendo un diagnóstico lo más general posible, hice mención a que los docentes no estamos preparados debidamente desde la formación para el trabajo en equipo y de los problemas institucionales para la formación de esos equipos. Nunca hablé de la voluntad, cosa que es variable a las personas y los contextos.
    Por último, no creo poner en mis palabras al docente generalista en el lugar de «no saber», sino en el de «no desear enseñar», humanamente entendible. En lo que respecta a las tecnologías digitales, no son pocos los que así a viva voz lo expresan. Y es lógico y natural. No todos abrazamos con la misma pasión a todo tipo conocimiento ni desarrollamos capacidades competentes para cualquier área. Qué pobre sería mi labor docente intentando enseñar a apreciar la poesía, o las artes plásticas, por dar algunos ejemplos.

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    • No creo que ningún docente que da diversas materias sienta por todas ellas la misma «pasión»: todos preferimos por trayectorias personales unas ante otras. Por lo tanto no se trataría de «deseo de enseñar» sino de encontrar la manera de hacerlo con aquellos contenidos que más nos cuestan. Allí está la habilidad central de los docentes: en encontrar las mejores formas de enseñar.
      El problema sin embargo no es sólo metodológico, si las currículas te condicionan y te encierran con los tiempos y las instituciones se encargar de apurar tras los contenidos en vez de detenerse a mirar los aprendizajes reales que se producen.

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      • Sí. Aplicando las técnicas apropiadas, todo sería posible. Seguramente, lo haríamos. Pero ¿lo haríamos mejor? ¿Superaríamos la calidad de quien tenga el valor agregado de la pasión? Seguramente que no. Prefiero entonces dejar eso en un funcionamiento en equipo en donde la suma de mejor de cada uno de los docentes logre un aprendizaje mejor.

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  4. Conozco poco de lo que muchas veces plantean acerca de la docencia escolar sistemática ,Un poco más de aquello que se establece como aprendizaje ,de los niños con sus padres o adultos a cargo . A eso me vengo dedicando desde hace un tiempo Y naturalmente encuentro enlaces.Acuerdo con lo central del enfoque de Deborah pues si no nos dedicamos a mirar detenidamente qué les acontece a los niños con lo que supuestamente enseñamos ,nos «salimos de pista».Es una tarea que tiene una dimensión de investigación y requiere además de una atenta y disfrutable observación. También nos,demanda que el niño a su vez conduzca.En cuanto a los docentes…muchas veces mártires por forzarlos a «surcir» problemas sociales no atendidos políticamente,creo que esto los ha empujado a focalizat excesivamente en cuestiones laborales básicas y se los ha llevado a ser especialmente «trabajadores» equiparables a cualesquiera otros.Y esto pervierte su especificidad.Cuando reparo en ello me duele y apena.Es un borrimiento que degrada o crea «mitos»idealizados que sería otra forma de pasarlos a formar parte del simulacro de nuestra cultura.

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