La enseñanza y el aprendizaje deshumanizados

Créditos imagen: suez92 Why would you wanna break a perfectly good heart? Fuente: Flickr.

Recuerdo que cuando inicié mi carrera docente que una de las grandes preocupaciones que tenía era cómo manejar los afectos con mis alumnos. Cuando era maestra de niños pequeños, pensaba en el momento de la finalización del año y la despedida y en cómo hacer con todo el cariño que tenía por esos niños a quienes ya no vería todos los días. Luego, cuando comencé a formar maestros y trabajar con adultos, siendo muy joven, era una preocupación el tema de la “distancia óptima” que me permitiera crear cierto vínculo pero al mismo tiempo permitirme “evaluarlos con objetividad”. Siempre me resultó difícil pensar en mis alumnos al margen de sus historias; sus pesares; la complejidad de sus vidas.

Con el tiempo me fui dando cuenta de que los afectos con los alumnos son “inevitables”, que no se pueden medir o racionalizar y que es imposible anticipar cómo se desarrollarán. Pero lo que aprendí con mayor contundencia es que sin la solidez de un vínculo resulta muy difícil enseñar. Afortunadamente, cuando los estudiantes son adultos esos vínculos continúan y luego se convierten en apreciados colegas con los que compartimos la tarea.

Una de mis más queridas profesoras, Dolly Rodríguez Sáenz, me dijo una vez que tenía que aprender a manejar el “apego”. Para mí fue una gran enseñanza, aunque no sé si he cumplido en los términos que ella me lo planteaba, sino más bien en un sentido contrario. Mientras cuando era joven me parecía que los “temas personales” “nos desviaban del eje de la clase”, con los años aprendí que muchas veces son los que marcan su rumbo en un profundo sentido de aprendizaje.

Sé que muchos piensan que cuando más distancia mejor es el vínculo de aprendizaje, pero en mi experiencia podría afirmar que es justamente lo contrario. Enseñar es sin duda aprender a escuchar y poder ponerse en el lugar del otro: ¿cómo puedo lograrlo si no establezco un vínculo real y sólo hago “como si”? . Hay colegas que se “espantan” con las relaciones de afecto que se establecen con los estudiantes y juzgan a quienes las detentan de “demagogos” o “blandos”, influenciables y hasta susceptibles de “corromperse” ante la evaluación.

Sin embargo yo creo que el vínculo de afecto motiva a los alumnos, crea lazos de compromiso sólidos y lleva a una honestidad académica que poca veces se puede lograr cuando el vínculo no se establece. Por supuesto que los vínculos de afecto no impiden la puesta de límites: por el contrario, cuidar al alumno implica poder ponerlos y sostenerlos.

Diría que hoy estoy más sorprendida por la tendencia a legitimación del alejamiento del afecto en la enseñanza y la reivindicación de los vínculos basados en la “mano dura”, en una suerte de vuelta al pasado que se observa como falsa garantía de la mejora en el aprendizaje.

En algún punto me espanta que maestros y profesores quieran imponer una relación con sus alumnos basada en la distancia: no concibo la relación de enseñanza y aprendizaje vista desde perspectiva. Para ayudar al otro a aprender, es necesario vincularse con sus motivaciones, con su historia y trayectoria, con sus deseos de avanzar. ¿Cómo podemos enseñar desde la desafectivización o, lo que es peor, desde la deshumanización? Tratar a los alumnos como números o seres sin identidad es obstaculizar su aprendizaje.

Además de pensar en qué sienten los alumnos que son merecedores de ese trato, me pregunto qué modelo internalizan de lo que es enseñar y aprender. Como mi lugar es el de la formación de futuros maestros, no puedo dejar de pensar el impacto que tiene esta deshumanización sobre los procesos formativos de quienes luego tendrán a su cargo alumnos propios. Y aquí me voy a detener en una “anécdota” que me llevó a reflexionar profundamente en estos días sobre este tema.

Nos llega la información de que nuestros estudiantes del Profesorado a donde trabajo habían abierto un documento colaborativo en la web a través del cual invitaban a todos sus compañeros a volcar de manera anónima comentarios sobre cada uno de los profesores con su nombre y apellido, y ese archivo es de acceso público y promovido a través de las redes sociales.

En este documento se dejaron una innumerable cantidad de comentarios de índole absolutamente personal, relacionados con la experiencia particular de cada estudiante con cada uno de sus docentes, muchos de ellos que parecían sustentar un “muro de la venganza”. Pero lo que más llamó la atención, era el nivel de agresividad y a veces burla en algunos de ellos. Por supuesto, los profesores que recibimos la información lo leímos con enorme dolor, más allá de que hubiera comentarios positivos y de que, en muchos casos, las opiniones vertidas fueran sumamente contradictorias. Suelo destacar el orgullo que me producen los estudiantes: su esfuerzo por avanzar en la carrera contra una realidad que les juega bien en contra; las ganas que ponen a la apuesta de superarse; etc. Pero esta vez debo confesar que viví una gran tristeza.

Todos sabemos que existen espacios en las redes a donde estudiantes secundarios y terciarios llevan adelante este tipo de acciones, aunque en la mayoría de estos espacios las personas que dejan sus comentarios se identifican. Pero que otros lo hagan no implica justificación de por sí. La supuesta finalidad es la de “orientar” a los otros alumnos acerca de con quiénes cursar sus materias.

Una de las cuestiones más llamativas era la reiterada ponderación a las cátedras que eran “fáciles”, que no implicaban esfuerzo, que se podían “zafar”. Mi primera (horrible) sensación, fue la de pensar por qué dedicaba tantas horas de mi vida y tanta pasión a esta actividad desde hace 23 años, si esto era lo que quedaba de todo ese trabajo. Empecé a pensar en la implicación personal que tengo con mi trabajo y resultados que estaban a la vista. Varias cosas no me cerraban…

Afortunadamente la capacidad de desapegarme de la que tanto me hablaba mi querida profesora que comenté el inicio, me llevó luego a intentar un análisis desde otras perspectivas y salir del impacto inicial.

La lectura de este texto de 27 páginas! (sí, se han tomado mucho trabajo “colaborativo”…) ha dado lugar varias reflexiones:

  • ¿Qué pensaría un estudiante adulto si sus profesores hablaran sobre él con nombre y apellido en las redes sociales, opinando desde lo personal, pero de manera anónima?
  • ¿Qué sucede en términos de etiquetamiento y estigmatización, eso que tanto trabajamos en nuestra formación para que los futuros maestros puedan superarlo?
  • ¿Es posible que todo lo que quede de una relación de enseñanza y aprendizaje sean juicios de valor mínimos muchas veces insultantes?
  • ¿Por qué no pensar en evaluar conjuntamente la enseñanza en vez de tomarse el trabajo de reflejar tantos comentarios ofensivos?
  • ¿Cómo es posible que los vínculos entre docentes y alumnos estén tan quebrados que no puedan plantearse espacios de comunicación que permitan mejorar las prácticas?
  • ¿Qué implica para un futuro docente expresarse públicamente de esa manera acerca de sus formadores?
  • ¿Esto que observamos es todo lo que la formación docente puede ofrecer? ¿Esto es lo que se lleva un estudiante que pasa más de 4 años formándose en una institución pública?
  • ¿Qué es lo que lleva a pensar que juzgar a otros anónimamente puede resultar una referencia de valor para sus compañeros?
  • ¿Por qué no se repara en el factor del “anonimato en Internet” como fenómeno que produce una suerte de “venganza” en términos bastante dudosos de los alumnos hacia sus profesores?
  • ¿Qué uso hacen los futuros docentes de las redes sociales e Internet si no son capaces de distinguir aquello que atañe a lo público y a lo privado? ¿Cómo enseñarán luego a sus alumnos este tema cuando ellos mismos no puede discernir la diferencia?
  • ¿Cuánto más debemos trabajar acerca de un uso responsable de Internet con los futuros maestros?
  • ¿Puede alguien que alienta “la cultura del zafe” en al aprendizaje ponerse más adelante en el lugar de enseñar promoviendo otro tipo de aprendizajes?
  • ¿Quiénes se están formando como docentes son capaces de identificar el valor que se le asigna a la enseñanza, al aprendizaje y a la autoridad docente en esta experiencia? ¿Cómo podemos lograr una revalorización de la docencia con acciones como ésta?
  • ¿Los estudiantes de profesorado se perciben a sí mismos como futuros maestros (con todo lo que ello implica) más allá de ser alumnos hoy?

Todas estas preguntas me llevaron a buscar un origen, una explicación válida acerca de este quiebre de la relación docente-alumno. ¿Cómo se llega a esta situación? Esbozo alguna hipótesis de análisis.

La enajenación, esa capacidad de convertir al otro en una “cosa” en vez de verlo como una persona, es seguramente una explicación para este fenómeno. La enorme preocupación que surge es la de pensar en esa “ajenidad” – planteada en términos de una relación pedagógica- es cómo los futuros docentes no pueden visualizar a quien les enseña como un ser humano que siente sino como “eso” acerca de lo cual se puede opinar cualquier cosa. ¿Esta forma de percibir al otro será luego la que tendrán sobre sus propios alumnos?

La desafectivización de los vínculos pedagógicos llevan a estas cosas. Pero lo más peligroso es que se trasladan a todos las relaciones pedagógicas, incluso aquellas en las que el docente presenta empatía, haciendo que todos los vínculos de enseñanza y aprendizaje se vean del mismo modo y cayendo en el fenómeno de “meter todo en la misma bolsa”. Así es como no se distinguen las personas, sólo queda la homogeneización como respuesta. La “cosificación” confiere una especie de impunidad o inconciencia que empuja estas situaciones.

En la medida en que sigamos perdiendo la percepción del otro como un ser que siente, que piensa, que actúa y que tiene una historia, será cada vez más difícil mejorar la relación pedagógica. No puedo dejar de pensar cuánto trabajo nos queda por delante formando a los futuros docentes…

Reconstruir los vínculos; replantear las formas de comunicación; promover la revaloración del rol docente; construir desde la posibilidad de ponerse en el lugar de otro; entender que profesores y alumnos son seres que sienten son algunas de las prioridades sin dudas. Y seguramente poner mucho énfasis en la formación acerca del uso responsable de Internet, una gran tarea pendiente. Si queremos que los próximos maestros y maestras sean diferentes con los chicos, tenemos que trabajar fuertemente sobre estas cuestiones.

 

11 comentarios

  1. Como nos tenés acostumbrados el trabajo se mete hondo en temas insoslayables.Y encuentro que abarca territorios que cubren diversos abordajes , que se entrecruzan entres sí.La construcción de vínculos dentro de la educación implica siempre un involucramiento afectivo,se lo reconozca o no Y se monta sobre vínculos primarios desde ambos lados.Pero no puede se igual y o analizado del mismo modo con niños pequeños–como está señalado–que con púberes o adolescentes.Y no olvidemos el contexto social y la cultura de cada escuela en particular,desde el personal jerárquico que baja a todo el colectivo escolar.En fin y se pueden sumar más complejidades que interactúan.Agradecida por este aporte que compartiré desde Facebook.

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      • Uno de mis favoritos sobre la «teoría del apego» es John Bowlby. Les recomiendo las conferencias 1 y 7.
        En nivel incial ofrecerse como esa figura de apego que brinda seguridad mientras las figuras de cuidado (madres, padres, tutores. Aquellas figuras primeras con las que se establecen los momentos iniciales de crianza y afecto) no están presentes, es parte de lo que hace a la tarea.
        Suelo preguntarme porqué cambia entre otras cosas el vínculo desde el ingreso a la escuela primaria hasta todo el recorrido académico. Porqué esa distancia se hace mayor al finalizar el jardín de infantes.

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  2. Leyendo este post y lo primero que recordé fue un texto de J. C. Tedesco que seguramente leí por primera vez (aunque no por última) mientras cursaba en el profesorado en el que hacía referencia a la dimensión afectiva en el proceso de aprendizaje.
    En lo que a mi tarea refiere siempre he tenido una relación muy cercana con mis estudiantes, tanto del nivel medio como en el superior, ello nunca impidió una relación de respeto, con muchos de ellos me he mantenido en contacto y en la mayoría de los casos su devolución respecto de mi tarea fue positiva.
    Tal vez, ….sólo tal vez, esto se deba a que año a año me he tomado el trabajo de reconocerlos por su nombre al punto que muchas veces tengo que revisar los listados para recordar sus apellidos, en ese sentido creo y lo sostengo que si uno se toma el trabajo de reconocer a sus estudiantes ellos, en la mayoría de los casos, hacen el esfuerzo de reconocernos de igual manera, así dejamos de ser «el de química», «la de geografía», «la de física» para ser docentes que tienen nombre y apellido.
    Mientras leía me preguntaba si «la cosificación» no se produce en ambos sentidos. Está más que claro que no podemos dejar conformes a todos todo el tiempo, siempre habrá estudiantes que no compartan nuestras estrategias, nuestros métodos o a los que no podamos llegar, pero siempre estamos a tiempo de cambiar y presentar una perspectiva diferente, en especial a los estudiantes del profesorado quienes en breve serán colegas y tendrán que vincularse con sus estudiantes.
    «La efectividad de la educación se ve mejorada con la afectividad» creo que sobre esto no hay dudas, seguramente muchos colegas nos acusarán de arribistas, demagogos, la experiencia demuestra que se logran mejores resultados reconociendo al otro y pudiéndonos poner en su lugar cuando es necesario.

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    • Coincido con tu planteo de la cosificación de ambos lados, sólo que me parece que quienes debemos pensarlo inicialmente somos los docentes.
      Me gustó mucho lo que planteás acerca del «reconocernos» mutuamente: sobre este punto tenemos que trabajar mucho desde todas las instancias.
      Una pregunta que me queda es si los estudiantes de profesorado realmente se perciben a sí mismos como futuros colegas…
      ¡Gracias por todo este aporte!
      Un abrazo,
      Débora

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      • ¡Que tema interesante! Al trabajar con personas la afectividad no debería dejarse de lado no?…Coincido en éste aspecto como fundamental para el vínculo pero no creo que sea tarea fácil para todos ya que pone en juego la puesta de límites (en un buen uso de la idea), emociones personales y evaluación. Quizá en la verdadera pasión por lo que hacemos es desde dónde podemos construir el vínculo con los alumnos, pensar qué nos sucede con las conductas de los distintos alumnos y cómo las manejamos… empezar por uno mismo puede ser la manera de ofrecer a los alumnos la «descosificación» del vínculo.
        Coincido en que al tener una relación de afecto y confianza con los alumnos, el respeto se convierte en algo inherente al vínculo, y los resultados son positivos, se acepta de mejor manera lo que sucede en el proceso de ensañnza-aprendizaje, por ejemplo en cuanto a las evaluaciones. También se obtiene un mayor compromiso por parte de los alumnos con la tarea cotidiana y a veces los alumnos pueden traer inquietudes que exceden el contenido específico a dictar en ese cuatrimestre.

        Cómo anécdota personal… me ha pasado leer en redes sociales un comentario sobre mis clases y una alumna (con un pseudónimo) decía que «si me cruzaba por los pasillos casi que me saludaba con afecto». Creí que tenía que tomarlo como un halago justamente por lo que planteaba Débora, entre tanto «juzgar» al docente en su «ser»… creo que en ese comentario había un afecto y habíamos logrado la identificación con nombre y apellido, o al menos cara y correspondencia con la materia.

        Respondiendo a la pregunta de Débora acerca de si los alumnos del profesorado se identifican como futuros colegas, me parece que está en los docentes ofrecerles esa posibilidad. Dictar las clases desde una asimetría en relación a cierto recorrido realizado, circunstancias y hechos que nos hacen estar ahí… pero la formación es un paso para ellos para en un futuro convertirse justamente, en nuestros colegas. Alejarse de posturas demagogas, distantes, frías; correrse del lugar de » el profesor es el que posee el saber (sabelotodo)», creo que eso ofrece otra posibilidad para los alumnos….
        Al fin y al cabo.. son muchas las circunstancias que hacen del encuentro con los alumnos en cierto momento de la vida… y todo camino es para andar… y andar… y andar…

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  3. Cecilia, ¡muchas gracias por tus comentarios! Sin dudas es empezar por uno mismo como docente, aunque a veces vemos que con eso sólo no alcanza y por ahí es donde se entromete la «desazón».
    Es muy bueno recordar el tema de la asimetría natural en la relación de conocimiento entre docente y alumno, pero siempre teniendo en cuenta que no está reñida con la empatía.
    ¡Un abrazo!
    Débora

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  4. Gracias Débora por tu artículo.

    Recientemente me comunicaron que no había superado el periodo de prueba por ‘sentir demasiada empatía por los alumnos’, ‘necesitamos una profesora con disciplina Soviética’, me dijo el director del centro. Y no puedo dejar de darle vueltas.

    Justamente me considero una buena profesora porque me he dado cuenta -en mi corta experiencia- de que tener en cuenta las circunstancias de mis alumnos y no tratarlos a todos por igual y de forma fría y distante es más grato y efectivo para ambos.

    Sin embargo en este último centro he visto como el director piensa claramente que lo mejor es ser distante, amenazar y castigar a los alumnos. El otro día se metió en mi clase, impuso una redacción de castigo y luego me dijo ‘ves qué fácil lo he solucionado?’ Hasta una compañera dijo que algunos ‘ibamos de coleguitas’…

    Sintiéndolo mucho, no voy a cambiar mi forma de ser. Para mí gritar, amenazar y castigar es contraproducente así que si esa es su idea de educar, me alegro no formar parte de su equipo. Sólo espero no perder la esperanza y encontrar algún día un centro en el que la dirección sepa realmente de educación y cuide y fomente una relación sana alumno-profesor que tanto miedo causa hoy en día.

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