Educación vial: el eslabón perdido

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Día de lluvia. Llevo a mi hijo a la escuela. Caminamos cargados con mochila, vianda, paraguas, etc. Vamos a cruzar en la esquina por la senda peatonal, como siempre le he enseñado. Dos autos pasan sin frenar, nosotros seguimos parados mojándonos, esperando que pasen los vehículos. Mi hijo de 9 años me pregunta por qué lo hacen, pero yo no tengo respuesta.

Esta escena que describo sucedió puntualmente hace pocos días, pero es una situación reiterada como tantas otras de este tipo. En un país a donde la primera causa de muerte son los accidentes de tránsito, da mucho para pensar cómo hacemos para cambiar esta especie de “profecía autocumplida”.

Siempre me detengo a mirar quiénes son los que siguen de largo sin respetar a peatones o pasan por encima de todos, incluso otros conductores. Me inquieta enormemente cuando se trata de padres que van con sus hijos en el auto, testigos permanentes de esa forma de relacionarse con los demás y con el medio en el que circulan. ¿Qué es lo que están transmitiendo?

Hay estudios que demuestran la enorme influencia de los hijos sobre las conductas de manejo de sus padres: sus comentarios suelen ser mucho más efectivos que las campañas de las prevención. Y me consta que los chicos, cuando existe una educación vial escolar, se convierten en los principales portavoces del cuidado. Pero he notado que en los últimos años se le da cada vez menos relevancia a esta temática dentro de la enseñanza. Entre los quichicientos contenidos que se marcan como prioritarios para la escuela, paradójicamente no hay un lugar relevante para los referidos a la educación vial.

¿Cómo pensamos entonces que podemos cambiar una cultura tan poderosa en nuestra sociedad si no media una educación sistemática y profunda en torno a esta temática?

Los rasgos culturales son tremendamente difíciles de modificar. Pero si pensamos en que este rasgo nos conduce a la terrible estadística argentina referida a accidentes de tránsito, deberíamos tomar este tema con mucha seriedad. La falta de registro de la existencia de normas es una característica social que hace de la transgresión permanente un hecho naturalizado y aparentemente hasta «gracioso»: asistimos a la apología de la «viveza criolla vial» con enorme naturalidad.

Por supuesto que la escuela no puede hacer todo. Aquí la re-educación de los adultos al volante ocupa un lugar central, aunque tampoco creo que existan hoy políticas efectivas dentro de este terreno.

Cuando me tocó renovar la última vez mi registro de conducir, me encontré con una interesante propuesta de hacer un curso a cargo de una ONG vinculada con la prevención de accidentes de tránsito, en donde una persona nos hacía reflexionar sobre nuestras conductas cuando estamos el volante. Era verdaderamente importante esa experiencia pero hoy fue reemplazada por la comodidad del “curso on line” con multiple choice. A pesar de ser una promotora de las tecnologías, creo que hay algunas cuestiones en donde no puede obviarse la interacción “cara a cara” y ésta sería una de ellas.

Lo increíble es que no dejamos de espantarnos y conmovernos con los terribles casos a los que asistimos en materia de tránsito, a donde se pierden innumerable cantidad de vidas, muchas de ellas de niños y jóvenes. Pero por alguna extraña razón socialmente no parece que pudiéramos relacionar nuestras actitudes personales en cuanto a lo vial con las situaciones que se producen. Si los adultos nos burlamos de las normas, las relativizamos o sencillamente las ignoramos en nuestras actitudes de todos los días, también estamos transmitiendo un mensaje a chicos y jóvenes.

El tránsito lo hacen las personas que estamos dentro de él: conductores de autos, peatones, ciclistas, motociclistas. Cada uno de nosotros tiene responsabilidad directa mediante su forma de ejercer “poder”, respeto o indiferencia respecto de los demás. Cuando un padre o madre circula con sus hijos en el auto y no respeta o agrede a otro también enseña con esa actitud una forma de tomar en cuenta a los que lo rodean. No somos ajenos.

Siempre digo que no es accidente si se puede prevenir, pero que muchas veces uno puede cuidarse de todas las maneras posibles y sin embargo toparse con otro/os que no lo registren y produzcan una desgracia. Quizás si la escuela volviera a retomar la centralidad de la educación vial podría dar un mensaje a su comunidad y ayudar a instalar y reflexionar sobre el tema. Seguramente así alguna mejora podríamos notar. Cuestión de empezar a probar, ¿no?

5 comentarios

  1. Comentario anecdótico: Actualmente estoy trabajando el proyecto de educación víal en sala de tres. Decidimos llamarlo «Me pongo los zapatos y salgo a caminar»… con una idea de «CIRCULACIÓN VIAL» más que «EDUCACIÓN VIAL», incluyendo al peatón, bicicletas,etc como parte de éste circuito. (ésto tomado de currícula del gobierno). Me llama la atención que los chicos tienen bastante interiorizado el concepto de «Señal de tránsito», y funcionamiento del semáforo y senda peatonal; e incluso, al hablar de la señal de Prohibido estacionar, algunos pueden referir «que sus papás estacionan igual en donde está el cartel cuando van a la casa de la abuela», o «que sus papás dejaron mal estacionado el auto». En éste punto creo que es interesante ésto de la influencia de los chicos en el respeto de las normas de tránsito de los padres. Y aún me esclarece más el motivo por el cual trabaja «Circulación vial» dentro de la currícula, como parte de la construcción del ciudadano no?.

    Saludos

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  2. Una excelente propuesta.Podría formar parte de un programa de educación ciudadana.Y abarcaría todo lo que es público y que no es sentido como propio Me gustaría mucho que conozcan bien nuestra constitución pues es nuestro contrato social.En cada caso acorde a la edad y sobretodo de modo práctico,con situaciones reales y cotidianas.

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  3. Coincido plenamente con la importancia de la educación vial a los niños como factor de educación y su efecto expansivo a su familia. Pero creo también que un factor fundamental es la falta de cumplimiento de ley y la ausencia de sanción. Solo en algunos casos llega a ser monetaria. Todos hemos escuchado a conocidos que admiten que han viajado al extranjero, habiéndose conducido respetando las normas que aquí no respetan, sencillamente porque afuera son sancionados. Además manejamos como pensamos, como bien decis, para frenar y dar paso a alguien que va en bicicleta mojándose, cuando vos estás en tu auto, primero tenés que reconocer al otro, darle entidad y acá cada uno juega solo.

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    • Me parece Pablo que has señalado un punto central en todo esto: el reconocer al otro, el dejar de «verse el ombligo». Hay algo cultural muy fuerte en este sentido que pareciera nos impide darnos cuenta de que nuestras acciones impactan sobre quienes nos rodean.
      Ahora que estamos conmemorando otro aniversario de la Tragedia de Santa Fé, más que nunca deberíamos pensar sobre estas cosas y cómo las cambiamos.
      ¡Gracias por tu aporte!
      Saludos,
      Débora

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