La naturalización de la violencia en las aulas

Siempre me sorprendieron los comentarios que legitiman el ejercicio de algún tipo de violencia contra los niños, pero sobre todo me duele aquel que viene de adultos que expresan que “siempre fue así”, mientras asisten al maltrato con una naturalidad pavorosa. Claro que cuando hablamos de los padres es una cosa y cuando nos referimos a los docentes es otra. Y como el objeto de este blog este pensar sobre la escuela, voy a referirme específicamente en este caso a los docentes.

Mientras algunos académicos intentan discutir sobre el reposicionamiento del esfuerzo en el aprendizaje, no puedo dejar de pensar en que aún estamos unos cuantos pasos atrás.

Las constantes formas en que se presenta la violencia en las aulas es más que evidente. Comentarios de maestros y profesores hacia sus alumnos en donde los exponen frente a todo el grupo; gritos permanentes en nombre del mantenimiento del “orden”; zamarreos; tomadas del brazo; arrastradas de niños; etc. Claro: también la violencia se presenta fuertemente entre los chicos y jóvenes y en esos casos las formas de intervención de los adultos a cargo resultan muy diversas. Muchas veces son positivas, pero otras sólo refuerzan los códigos violentos ya instalados.

Un punto aparte es el de la minimización de la violencia entre pares por parte de los docentes: cuando prefieren negar la realidad y hasta sostener situaciones de bullying bajo el lema de que “hay que aprender a tolerar la frustración”. ¿Qué confianza puede tener un niño que no es resguardado por sus maestros y en lugar de eso es empujado a tolerar lo intolerable?

Quisiera afirmar que son escasas las situaciones de violencia de maestros y profesores hacia sus alumnos, pero debo decir que todos los días me anoticio de alguna. Una de las cosas que más me afecta de esto es el silencio cómplice, negador o justificador de los colegas.

Tal como me pasa todos los años cuando comenzamos a analizar el estado de la educación y la enseñanza, he asistido estos días al relato de cantidad de estas situaciones por parte de mis alumnos. Hijos; hermanos; sobrinos que lo sufren. Ni hablar cuando hurgamos en las trayectorias personales y vemos cómo ha impactado la violencia psicológica y física en la escuela sobre quienes serán futuros maestros. Me resisto a pasar este tema como si tuviera el mismo peso que otros.

“- Lo que no te mata te fortalece” es otra de las frases que he escuchado de maestros que justificaban sus actitudes. Pero tengo mucha claridad respecto de la falsedad de esta afirmación. Porque la violencia cotidiana naturalizada va “matando” sistemáticamente la infancia y cada niño o joven que la padece mantiene huellas que no podrá borrar nunca.

Porque conozco las aulas, sé de su complejidad diaria. Y por eso sé también que muchas veces uno puede perder la paciencia y elevar el tono de voz porque trabajar con grupos de niños y jóvenes es bien difícil. Pero el salto entre esto y la violencia verbal o física representa un abismo. Sacudir a un chico de jardín; tomar a un pequeño de un brazo para sentarlo por la fuerza; decirle a un alumno frases hirientes o ridiculizarlo frente a sus pares son algunas de las cosas que se repiten hoy mucho más de lo que nos imaginamos. La justificación después cuando los pequeños hablan es que fabulan o exageran y así logran desestimar sus dichos frente a los otros adultos. Sí, puede ser que algunos niños fabulen, pero no es la generalidad.

Una de mis estudiantes del profesorado me contaba hace unos días cómo se hermanito pequeño asistía todos los días a la violencia que su maestra ejercía sobre un compañerito a quien todos catalogaban de “chico problemático”: le creaba tanta angustia esta escena que ya no quería ir más a la escuela. Ella y su madre se debatían si ir a hablar con la maestra o las autoridades por temor a las represalias que la docente pudiera tomarse con su hermanito. A ese punto llegamos: a donde se piensa que para proteger la infancia lo mejor podría ser callar.

La verdad es que no importa si esto siempre fue así: lo único que debería interesarnos es desterrar de las escuelas estas prácticas violentas tan arraigadas y naturalizadas. La infancia no debería ser una carrera de supervivencia contra el maltrato para fortalecer el temple de los alumnos. Niños y jóvenes tienen derechos y los adultos debemos ser los garantes de que se respeten, más allá de sentimientos corporativos de defensa de nuestros colegas. Asistir a estas situaciones y no intervenir, es sencillamente ser cómplice de que se perpetúen. Otra frase conocida es “los trapos sucios se lavan adentro”, aludiendo al hecho de no develar ninguna situación que involucre a quienes trabajan con nosotros. Adentro o afuera, el punto radica en no dejarlo pasar. En la medida en que logremos volver a darnos cuenta de que esto no es algo justificable ni natural, seguramente empezaremos a solucionar el problema.

No quiero dejar pasar la mención de una contracara de este problema que siempre remarco: las condiciones de trabajo docente. En Argentina se niega el impacto que tiene el síndrome de bornout sobre maestros y profesores. Parece que el docente es “todo terreno” y capaz de soportar cualquier situación. Pero no podemos dejar de ver que la raíz de muchas de estas situaciones de violencia esta aquí y no todos los que lo sufren están en condiciones de identificar las causas. Allí está el rol de los colegas, en tender una mano para comprender esta situación. No se trata de juzgar, sino de pensar que en la relación entre docente y alumno hay alguien que siempre está en condiciones más endebles.

Apelemos a recursos que nos permitan revisar este tema entre todos. No lo dejemos pasar. La oportunidad está en nuestras manos.

Créditos imagen: diario La Gaceta http://www.lagaceta.com.ar/nota/553597/sociedad/denunciaron-maestra-sus-hijos-maltrato-verbal.html

9 comentarios

  1. muy buen análisis, y yo agregaría como uno de probables causas al síndrome de «bornout» el delicado tema de la inclusión e integración de NNE (niños con necesidades educativas especiales) en salas superpobladas y sin el acompañamiento profesional (maestras integradoras, profesionales específicos en el aula) requerido para que esta inclusión sea realmente positiva para todos los integrantes de la comunidad de aprendizaje

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  2. Un articulo impresionante y con unas frases muy claras, no he podido evitar llorar, mi hija esta pasando por esto y como bien dice el articulo las frases que intentan justificar a esta profesora son «ella es asi, siempre es la misma, todos los años es igual» por parte del resto de padres «a mi no me salpica no me quiero meter» por parte de compañeros «es que ella siempre ha sido igual»

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    • Querida Susana,
      ¡Cuánto duele cuando se trata de nuestros hijos y vemos cómo se asiste a la violencia sin intervención alguna!
      Soy de la idea de que, aunque sea contra viento y marea, uno debe continuar insistiendo y reclamando a la escuela una intervención para no caer en la inercia. El problema es que eso desgasta y a veces, en algunos contextos, genera más tensión sobre los chicos.
      Ojalá puedas lograr que se ponga la atención que el problema merece.
      Un abrazo y gracias por tu comentario!
      Débora

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  3. Hola!
    Estuve leyendo el libro de Mariano Narodowski Un mundo sin adultos. En su visión la categoría cultural de «infancia» se está perdiendo . Por consecuencia o en forma especular también la la categoría de «adultos» con su capacidad de protección, supervisión y cuidado. Son los adultos los que pueden frenar la violencia, siempre que ejerzan su rol
    Todo lo que contás es cierto, es así. Simplemente agrego un condimento a tu análisis.
    Saludos

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    • Es justo uno de los próximos libros que tengo pendiente Jorge! (mi pila de libros para leer crece y mi tiempo es inversamente proporcional a la altura de esa pila…) Así que me encanta que puedas ir adelantádonos algunos conceptos para revisar y seguir pensando.
      ¡Muchas gracias!
      Débora

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