¡Estos chicos nos van a dejar sin trabajo!

La frase la escuché en un contexto diferente al que voy a pensar aquí y se pronunció como una nota de humor en un evento denominado “Interclubes” de “Programá tu futuro”, una iniciativa de clubes abiertos de programación que funcionan en la Ciudad de Buenos Aires. La frase se escuchó como un comentario ante la presentación que mi hijo de 10 años hacía de una aplicación que había desarrollado en estos clubes y me dejó pensando varias cosas. Los que presentaban allí eran todos adultos, el único niño era mi hijo. Y entre palabras de aliento y hasta de admiración, este comentario me llevó a pensar que lo que se expresaba debía representar el imaginario de muchos de los adultos allí presentes.

¿No será parecido a lo que muchos docentes sienten hoy en la escuela ante las nuevas generaciones de niños y jóvenes a quienes nos toca enseñar? ¿Acaso no nos deja “jaqueados” este conocimiento que para ellos parece fluir con tanta naturalidad mientras que a nosotros nos cuesta un enorme esfuerzo adquirir?

De allí la tremenda necesidad de llevarlos a nuestro “terreno conocido”: defender las formas más tradicionales de conocimiento; imponer las tecnologías que manejamos y los códigos que dominamos los adultos. Y esto me conduce a una nueva pregunta: ¿Quién debería cambiar? ¿Ellos o nosotros? ¿Son los chicos y jóvenes quienes deben aprender formas de conocimiento y tecnologías que fueron de nuestra época “para conformarnos” o somos los docentes quienes deberíamos entender y manejar las nuevas formas de conocimiento y aprendizaje para facilitarles su desempeño en el mundo que les toca vivir?

Me imagino ya algunas respuestas por parte de los defensores a ultranza de la letra manual caligráfica; de la memorización como forma de “ejercitar la mente”; del silencio y la tarea en solitario “para concentrarse”; etc. Sin embargo no sé si los demás -aquellos que hace bastante no nos encontramos reflejados en esos principios pedagógicos- nos hacemos esta pregunta o el menos si nos ponemos a reflexionar sobre esta distancia entre las formas de aprender que conocemos y las que tienen hoy los chicos. Hay un abismo a veces entre lo que les pedimos a los chicos en la escuela y sus formas y estilos de aprender. ¿Dónde se encuentran entonces la enseñanza y el aprendizaje?

Por otro lado, no puedo dejar de pensar en esa fantasía que le mueve a los adultos todo este escenario de “nos van a sacar el lugar”. Es realmente difícil aceptar que nuestras competencias y habilidades nos van resultando limitadas para lo que la vida cotidiana nos impone, mientras que a los más pequeños les resulta “nadar como pez en el agua”. Es razonable sentirse desplazado es este contexto, pero no por ello vamos a instalar una especie de “venganza” a donde forcemos a los chicos a moverse en el terreno a donde sabemos que podemos dominarlos. Sobre todo considerando que los tenemos que preparar para vivir su vida, no para vivir la nuestra.

De seguro esto nos va a representar un enorme esfuerzo de formación y actualización permanente, que sabemos que no todos están dispuestos a dar, sobre todo porque las condiciones de trabajo de los docentes no dejan mucho margen para que esto se produzca.

Por eso cuando escucho a los funcionarios que tienen a su cargo las decisiones de política educativa cuestionar a los docentes y tildarlos como “poco preparados”, “vagos”, “ineptos”, etc. y al mismo tiempo observo cómo repercute esto en el imaginario social; me doy cuenta de que estamos bastante lejos de lograr esta posibilidad movernos de los lugares conocidos. ¿Qué docente va a querer seguir formándose si lo juzgan de este modo?

La paradoja está sin embargo en que muchos de los que sostienen este discurso de cuestionamiento total a las capacidades de quienes enseñan son muchas veces los primeros en defender el sostenimiento de las formas más tradicionales de enseñanza o incluso quienes reclaman la vuelta a la “mano dura” en la escuela.

Para que podamos salir de esta encrucijada se necesita la conjunción de varios factores: reconocer que los chicos llegan con aprendizajes espontáneos diferentes y valiosos que deben ser tenidos en cuenta en la enseñanza; aceptar la necesidad de comprender estas nuevas formas de aprender; pero también valorar el trabajo docente y alentar con hechos concretos la continuidad de la formación y la actualización. Un maestro o profesor que se siente valorado por sus alumnos y su comunidad, es sin dudas alguien que querrá seguir mejorando y no sentirá que aquellos a quienes enseña representan una amenaza a su tarea.

Las aulas no deberían ser espacios de competencia ni un lugar a donde sentirse intimidado: deberían ser sitios de confianza en donde podamos intercambiar saberes, teniendo claro que todos ganamos en este proceso.

Créditos imagen: "Amenaza", David Cabrera. Fuente: Flickr.

2 comentarios

  1. Los niños nacen con un potencial propio y van construyendo sus propios saberes..No sería apropiado iniciar un año escolar preguntándoles si querían o no venir a la escuela,que quisieran aprender,o que desearian compartir de sus saberes.?Y cómo el docente llegó a esa tarea.? Comparto tus conceptos centrales y actualmente he puesto en La Infancia Hoy dos videos.En el primero focalizo en la centralidad actual en los niños desde pequeñitos,justamente por este potencial que traen y generando vida.Y en el segundo comienzo a abordar el tema de la curiosidad en los niños,su recorrido y vicisitudes.Y la apertura que esto significa en estos tiempos.Este aporte lo compartiré y muchas gracias.

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