Los pequeños toques machistas que siguen educando

Ante el abrumador incremento de la violencia contra las mujeres, no puedo dejar de preguntarme qué hacemos y hemos hecho mal educando a quienes hoy son los adultos que llevan a cabo estas acciones aberrantes. Por supuesto cuando hablo de educar aquí me refiero tanto a las familias como al sistema formal, pero como siempre digo, quienes trabajamos en las escuelas estamos formados especialmente para enseñar pero en cambio las familias hacen lo que pueden o lo que les vieron hacer a otros.

Miro para atrás y veo tanta situaciones que me preocupan… Voy a relatar algunas de ellas.

Era adolescente y me ocurrieron dos situaciones que nunca pude olvidar hasta el día de hoy que he pasado los 50 años. Una cuando iba en el último asiento del colectivo, sola, y un hombre junto a mí comenzó a manosearse dejándome encerrada en el rincón sin poder salir. Callada, como pude, salí con vergüenza y me bajé corriendo sin saber a quién recurrir. En otra ocasión, estando en una esquina esperando un colectivo, paró un hombre en un auto a preguntando por una calle y exhibió todas sus partes íntimas provocando lo mismo que relaté antes. Recuerdo cuánta vergüenza y humillación sentía, el temor que me produjeron estas situaciones, el miedo en el cuerpo.

Estos hechos, mucho más comunes de lo que cualquier hombre se imagina, los guardé sin decir a nadie hasta escuché un día a mi hijo de 16 años discutirle a mi hija de 19 que se exageraba sobre lo que vivían las mujeres. Allí mi relato brotó espontáneamente y él no podría creer que desde hacía tantos años pasaran estas cosas o que yo misma hubiera sido víctima de estas situaciones. Su mirada empezó a ser otra, y yo no dejé de preguntarme a mí misma por qué había callado tantos años lo sucedido.

Cuando mi hija mayor iba a 1er grado (hace ya muchos años) tenía un compañero que sistemáticamente le levantaba la pollera para mirarla y humillarla frente los demás. Como le producía mucha angustia, optamos por ir a hablar con los padres del chico, ambos profesionales formados con alto nivel académico. Ante lo planteado, el papá del chico se rió y dijo “- ¿Viste qué pícaro?” y continuó destacando lo hecho por su hijo y alegando -ante mi espanto por su reacción- que eran “cosas de chicos”. La madre permaneció callada asistiendo al planteamiento y, por supuesto, nada de eso se revirtió. Como padres, sólo fuimos capaces de enseñarle a nuestra hija a tratar de ignorar estas situaciones con la ingenua intención de que no la dañaran más cosa que, afortunadamente, ella siempre resistió.

No tiene sentido contar aquí la cantidad de veces que las mujeres hemos escuchado las más absolutas barbaridades por la calle y sólo atinamos a salir corriendo calladas por miedo. Vivir con miedo a reaccionar, vivir con miedo a enfrentar lo dado.

Fuimos educados y educadas para callar y justificar todas estas situaciones. La naturalización del sojuzgamiento de las mujeres resulta un hecho que se ha impreso en nuestras mentes, nuestros cuerpos y nuestros sentimientos de manera inconciente. De este modo se explica cómo opera la perpetuación en el tiempo: no se percibe como algo cotidiano, sólo resalta ante los hechos aberrantes de abuso y violencia contras las mujeres que se hacen públicos. Lo de todos los días directamente no se percibe.

En las escuelas seguimos asistiendo a la reproducción de esa matriz binaria y prejuiciosa que pone a nenas y varones de un lado y de otro asignándoles supuestas características “esperables”: para las mujeres el silencio y la sumisión; para los hombres la fuerza y el ocultamiento de sus sentimientos (¡hasta hoy seguimos escuchando que “los varones no lloran”!). En los jardines aún vemos cómo se toma asistencia dibujando cada día «cuántas nenas y varones vinieron hoy». No hay malas intenciones de los adultos en esto: simplemente sale así, sin permitir lugar a la reflexión y el cambio. De este modo evidenciamos el por qué no podemos romper el ciclo.

¿Qué hacemos entonces? Los adultos que estamos educando no podemos perder más tiempo. Tenemos que obligarnos a hacer un cambio que revierta este panorama porque sino estaremos condenados a ver pasar más y más casos horrendos. ¿Qué les enseñamos hoy a nuestras niñas y jóvenes? ¿A no dejarse someterse o a «callar para sobrevivir»?

Creo que el recrudecimiento de la violencia es el claro producto de una generación de mujeres jóvenes que ha comenzado a perder el miedo y dejó de callar. Ante eso, quienes somos más grandes, no podemos seguir como hasta ahora: tenemos que reaccionar. Y cuando me refiero a esto no hablo solamente de las mujeres, hablo del colectivo social. Como madres y padres, educar a nuestros hijos desde una perspectiva de géneros diversos, poniendo especial énfasis en las expresiones cotidianas invisibles que refuerzan los principios machistas de nuestra cultura. En las escuelas, haciendo una profunda autocrítica y revisando las estrategias que usamos en el día a día. La escuela es un ambiente a donde priman las mujeres. Nuestra mirada impregna lo cotidiano.

Hace poco viví una situación que pone de manifiesto algo de esto. Había llegado a la escuela un camión con bancos y sillas nuevos que necesitábamos. El que conducía estaba acompañado por 2 hombres cuya función era descargar el camión. Cuando me acerco, el conductor me dice si puedo pedir ayuda para bajar las cosas. Le comento que a esa hora cuento con pocos auxiliares y me dice “- Bueno, traiga a las mujeres! ¡Tanto que quieren ser iguales a nosotros que vengan a descargar el camión!”. Por supuesto yo no me había referido ni a hombres ni a mujeres, pero su comentario daba cuenta de la reacción que produce el reclamo de igualdad. Es más, para cuando dijo esto estaban llegando justamente 2 auxiliares mujeres a las que yo había avisado, que lo dejaron atónito. Esta es claramente una anécdota menor, pero ilustra perfectamente un escenario.

¿Cuántas veces en la escuela o en la casa las mujeres llamamos a los hombres para hacer ciertas cosas que damos por hecho que no podremos? ¿Cuántas veces sucede a la inversa que los varones no convocan mujeres a las que de entrada creen incompetentes para tantas cuestiones o las llaman para resolver situaciones del orden de lo afectivo que sienten que no pueden enfrentar? ¿Cómo están repartidas las tareas cotidianas dentro de las familias? ¿Por qué seguimos perpetuando ideas de que sólo los hombres son capaces de resolver algunas cuestiones y las mujeres otras?

Me sorprendo a mí misma viéndome comenzar a registrar estas cuestiones ya siendo tan grande, sobre todo cuando provengo de una familia de mujeres. Mucho de que hoy observo logré verlo de la mano de mi hija o de alumnas jóvenes, quienes fueron haciendo punta en algunos de estos hechos. Le debemos a las nuevas generaciones esta apertura y nos compromete a estar a la altura de las circunstancias.

¿Seremos capaces de logarlo? Por lo menos empecemos cuestionándonos el día a día y accionando, antes de que sea demasiado tarde. Madres, padres, docentes somos responsables de que el cambio sea posible.

Créditos imagen: ely .... "Cuidado el Machismo mata". Fuente: Flickr.

Un comentario

  1. Creo que es posible cuando se logra atravesar concepciones machistas, contractuales o clasistas con una voz pública con fuerte resonancia, no solo de muchas sino también de muchos; porque esos consentimientos voluntarios que legitiman violencia comienzan a quebrarse cuando son los hombres quienes participan de construir «un lugar hospitalario» (Por eso mi reconocimiento a los queridos alumnos y a su decisión; » varones con pollera»

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