Fin de ciclo escolar y la pesadilla de los exámenes

Llega esta altura del año y es tema obligado entre chicos, jóvenes, docentes y padres: los exámenes. Y cada año me pregunto por qué no podemos cambiar esto. Siendo que está más que estudiada la escasa efectividad que tienen los exámenes como forma de evaluación para averiguar lo que las personas aprenden, siempre la inercia nos gana. Más allá de que vivimos en un sistema educativa que corre atrás de los exámenes como si fueran la esencia de su subsistencia, es inconcebible que no exista un cuestionamiento real a ellos desde la escuela y los docentes a esta altura.

Las explicaciones acerca de cómo se aprende han cambiado con el tiempo. Hoy sabemos que la repetición de información no resulta muestra alguna de aprendizaje real y menos si entendemos al aprendizaje en términos de comprensión. ¿Entonces? ¿Por qué seguimos atosigando a niños, jóvenes y adultos cuando más cansados están? Creo que aquí todo se centra en «para qué evaluamos».

Hoy existe coincidencia desde los nuevos enfoques didácticos en que se evalúa para recoger información oportuna que permita al docente tomar decisiones, al tiempo que orientar y acompañar a los alumnos en procesos de mejora. Visto de este modo, es necesario evaluar de manera continua y para poder tener datos sobre el progreso que cada estudiante va haciendo así como de sus obstáculos. En esta perspectiva, está más que claro que el examen no resulta la forma más adecuada para obtener esta información. Como diría Álvarez Méndez (2001) en su excelente libro «Evaluar para conocer, examinar para excluir» de Ed. Morata: el examen resulta un «artificio inadecuado».

Entonces uds. dirán… ¿por qué se continúa tomando exámenes en cantidad?  Hay varias hipótesis que podríamos esbozar acerca de este tema:

  • El examen se sigue usando como sistema de sanción y control ligado al ejercicio de una autoridad pedagógica basada en el miedo.

  • Se perpetúa una idea, muy arraigada en los padres por cierto, de que a mayor cantidad de exámenes, mayor calidad educativa. Hay incluso muchas escuelas que utilizan esto para hacerse cierto «marketing» ligando exigencia en exámenes con calidad académica. Cuanto más selectivos los exámenes, más calidad se observaría. En este caso estaríamos asistiendo a una falacia ya que ligar la calidad a la falta de comprensión y la mera reproducción cuantitativa de la información nos lleva muchos años atrás en términos de enseñanza y aprendizaje.

  • La continuidad del enciclopedismo como forma de enseñanza y modelo de aprendizaje a seguir, a pesar del cambio a un discurso progresista fundamentado en el constructivismo. Aunque se cambien las formas de enseñar, a la hora de evaluar todo sigue igual que siempre…

  • La falta de formación por parte de los docentes sobre nuevos enfoques e instrumentos de evaluación, posiblemente como consecuencia de la fuerte impronta que se ha dado en los últimos años a la capacitación en las disciplinas en detrimento de la formación en la didáctica.

  • Se observa una cierta  «comodidad» de las escuelas al desarrollar metodologías de evaluación de tipo estandarizadas que permiten «corregir mucho en poco tiempo», apelando a una relación «costo-beneficio» en vez de pensar en la finalidad última de la enseñanza que es la de producir aprendizajes reales, significativos y duraderos.

  • La disociación entre el discurso pedagógico «progresista» y la perpetuación de prácticas tradicionales. Se habla mucho de cambio, pero se hace poco.

Hasta aquí podemos delinear algunas explicaciones del por qué. Pero si lográramos un escenario de compromiso diferente por parte de escuelas, padres y maestros… cómo debería entenderse una evaluación alternativa o innovadora?

El autor que señalaba antes, Álvarez Méndez (2001), habla de dos características esenciales: democrática y formativa. En cuanto a lo primero refiere a la participación efectiva de los alumnos en sus procesos de evaluación, dando preponderancia tanto a la autoevaluación y a la coevaluación (evaluación que realizan los pares) como a la evaluación del docente. Esta «triangulación de miradas» garantizaría que de verdad sea posible atender al proceso de aprendizaje de cada uno. En cuanto a lo formativo, al autor señala que como el término lo indica la evaluación debería «formar» a maestros y alumnos, es decir que debería estar integrada al propio proceso de aprendizaje. No se trataría entonces de «juzgar» o emitir simplemente un juicio de valor, sino de pensar permanentemente en cómo mejorar en el aprendizaje. De este modo lo que se señalarían como «errores» serían vistos como muestras de por dónde hay que volver a estudiar o revisar.

Respecto a lo formativo de la evaluación, una anécdota bien ilustrativa. El otro día mi hijo que asiste a 7mo. grado se mostraba sorprendido porque en una «prueba recuperatoria» le habían tomado lo mismo en que se había equivocado. Hasta llegó a pensar que la docente se había equivocado. Sin embargo, es importante entender que «recuperar» implica volver sobre los pasos  para repensar y poder dar cuenta si finalmente logró comprenderse. Eso que le sorprendió, debería ser lo habitual en los exámenes recuperatorios. Si se toman exámenes como única forma de evaluación, por lo menos deberían atenderse estas cuestiones de coherencia mínima.

Si bien este tema da para muchas y extensas entradas, quiero cerrar con un punto que me preocupa muchísimo en tanto se ha extendido como una «moda pedagógica» en los últimos años en las escuelas argentinas, al punto de ser incluidas como parte de los reglamentos de evaluación. Me refiero a las famosas «pruebas integradoras». ¿Cómo puede un alumno retener información de todo un año escolar y ponerla en juego en solo examen en como mucho un par de horas? Cuando cuestiono esto algunos colegas me argumentan «no pedimos repetir información sino comprensión». Sin embargo, cuando veo las consignas no se trata de eso sino de ver cuánto recuerda cada uno de todo lo que se vió.

Es hora de entender que la comprensión no se «mide» por cantidad de temas que se retengan. Comprensión y retención no van de la mano. Para evaluar la comprensión se requiere tener información de proceso y eso claramente no lo puede aportar una prueba integradora. Ahora, si el docente cuenta con información suficiente acerca del progreso del alumno en el año (que debería tenerla!), ¿para qué necesita una prueba integradora? Se supone que las integraciones no se hacen una vez al año sino que son procesos graduales de los cuales vamos observando rasgos progresivos a medida que avanza el tiempo para cada alumno.

Hay que cambiar de una vez los instrumentos y estrategias de evaluación. Dejemos de correr atrás de estándares y «pruebas objetivas» cuando sabemos que son la peor muestra de la supervivencia activa del conductismo en las escuelas. Los docentes si tomamos ese tipo exámenes no podemos estar ajenos y echarle culpas a terceros. La evaluación es responsabilidad del docente así como lo es la enseñanza, que debe constituirse en objeto de evaluación permanente también.

Y aquí también es importante cambiar la posición de los padres que le reclaman a la escuela «más exámenes» porque lo consideran un sinónimo de buena escuela. Los exámenes no garantizan el aprendizaje, menos aún la comprensión… nada más lejos de eso. Solo traen angustia, malestar, comparaciones dolorosas, parametrización y fantasía de «homogeneización».

Es hora de pensar en dejar de «torturar» alumnos a fin de cada período. No hay necesidad de evaluación alguna que justifique deban «morir en el intento» dando cantidad de exámenes todos juntos porque «cierra el bimestre o el año».

Noviembre y diciembre en Argentina, cierre de ciclos lectivos, chicos y docentes agotados. ¿No es hora de que demos vuelta la página y generemos una nueva forma de evaluar? Quizás así logremos que los chicos aprendan en serio y, como si fuera poco, que no detesten ir a la escuela!

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