Llega el cierre del ciclo escolar y muchos padres se preguntan si sostener a sus hijos en la misma escuela o cambiarlos. Los motivos son diversos: el tema social, lo académico, las expectativas que la familia tenía respecto de la educación que recibirían, los valores, etc. Y ahí surge el debate respecto de cuáles son las mejores escuelas o las opciones que cada chico tiene. En este contexto es común que reciba llamados o mails de quienes me conocen y buscan alguna ayuda o recomendación de escuelas.
Ni hablar cuando hace pocos días se publicaron los resultados de la prueba internacional de evaluación PISA y Argentina salió en el puesto 59 entre 65 países. Las familias no pueden dejar de preguntarse qué y dónde se obtiene una «buena educación» o una «buena escuela».
Suelo decir que no existen buenas o malas escuelas, todo depende de lo que cada familia busque. También digo que inclusive en una misma familia puede suceder que lo que es bueno para un/a chico/a no lo sea para su hermano/a. No cualquier escuela se ajusta a lo que necesita cada chico en particular. Esto implica decisiones familiares muy complejas en cuanto a «logística cotidiana». Por eso me resulta tan difícil recomendar una escuela, y siempre me tomo el trabajo de escuchar qué busca cada familia y cómo fue la experiencia previa de cada chico antes de sugerir alguna. Pero a pesar de estos recaudos, siempre me topo con un problema: ¿a qué le llama cada familia una «buena escuela»? Me queda claro que cuando decimos esa expresión nos podemos referir a cuestiones bien diferentes.
Hace unos años leí un excelente artículo de Guillermina Tiramonti que se llamaba «¿Qué tienen de «buenas» las «buenas escuelas?» en donde planteaba muchos ejes para pensar este tema. Lo que más me resonó en esa ocasión es la identificación de escuelas de «élite» como escuelas de calidad, y las consecuencias que genera este supuesto en términos de pertenencias, inclusiones y exclusiones.
En el imaginario de la mayor parte de las familias, cuanto más cuesta acceder a una escuela mejor es. Sin embargo me atrevo a refutar con certeza este supuesto, sobre todo cuando se trata de quienes sostienen que buscan para sus chicos un espacio en donde puedan tener amigos, aprender y expresarse con libertad. Nada más lejos de esto que iniciar ese camino «compitiendo» con los pares por llegar y ocupar un lugar en la élite. Estos valores que marcan la llegada a una escuela necesariamente van a sostenerse a lo largo de toda la trayectoria dentro de ella.
Otro fuerte debate se da entre «pública y privada», claramente vinculado con la ideología y otro tipo de valores que cada familia sostiene. Sin embargo, en los últimos años al menos en la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano es difícil pensar en estos términos porque el deterioro de la escuela pública, querramos o no reconocerlo para quienes trabajamos y peleamos por ella cada día, se instaló como un hecho contundente y como producto de políticas y decisiones que condujeron a este escenario.
Con este panorama todo se hace aún más confuso para los padres: ya no está claro qué priorizar o qué buscar en una escuela. Algunos optan por «la selección social», buscando un entorno similar en estilo de vida, valores y formas de pensar. Otro optan por la mal llamada «calidad académica», que suele estar más emparentada con lo más tradicional de la escuela como el enciclopedismo y los exámenes a repetición como forma de «control social» y pedagógico. Y por supuesto una variable fundamental en la elección resulta la ubicación de la escuela respecto de dónde se vive o donde los padres trabajan. Sobre este último punto sin embargo, los padres es donde suelen hacer las mayores concesiones en busca de la «escuela ideal».
Paradójicamente, para acceder a una escuela pública en CABA la variable «matemática» que se prioriza es la cantidad de cuadras a la redonda en que vive la familia. Es decir que todo esto que estoy comentando acerca de la preocupación de las familias en la búsqueda de la mejor escuela para sus hijos/as, queda absolutamente anulado por la decisión arbitraria de que se debe vivir a 10 cuadras máximo. Esto lleva a una contundente situación: las familias que optan por la escuela pública no pueden elegir, deben concurrir a «la que les toca». ¿Es justo entonces que quienes optan por las privadas sí puedan buscar y elegir con libertad pero los que buscan públicas no? Ya es lo suficientemente difícil para los padres decidir qué educación se ajusta mejor a cada uno de sus hijos para que un sistema arbitrario fuerce la selección.
Pero si se puede elegir… ¿qué deberíamos buscar?
Una buena escuela es aquella a la que los chicos quieren ir. Puede irles mejor o peor académicamente pero lo que debería buscarse en ellas es que los motive de alguna manera: en algunos casos pueden ser los amigos, en otros la propuesta pedagógica y -si los planetas se alinean- ambas cosas. Pero cuando los chicos padecen ir a la escuela es necesario comprender que esa no es una buena opción para ellos.
La «fama» que tiene una escuela no puede ser el factor determinante para su elección. Muchas veces ella se atribuye a un pasado lejano que las cristalizó con una imagen social que se perpetúa pero que al día de hoy no se ajusta a las necesidades reales que tienen los chicos. Por otro lado, pensar que la calidad de la enseñanza va asociada a la «exigencia» puede resultar un combo explosivo para algunos chicos que siente la presión como factor contraproducente del aprendizaje.
Cuando me preguntan por escuelas para recomendar, siempre sugiero visitarlas y guiarse por la sabia intuición de padres: cómo se sienten recibidos, qué clima perciben, cómo observan a los chicos que están allí. Y confiar en ese instinto que, si bien puede fallar, los padres siempre tenemos agudizado.
Por último, un consejo que espero sea útil: no tomar la elección como algo «terminal» y pensando que va a durar toda la escolaridad con seguridad. Si no resulta, siempre hay posibilidad de cambio. Los chicos son capaces de adaptarse perfectamente a nuevos y mejores escenarios.
Gracias Debora que buen articulo como siempre tus aportes tan enriquecedores. Cariños
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Muchas gracias Mercedes por estar siempre atenta y seguir pensando la escuela!
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Totalmente de acuerdo!!!! Nunca deja de ser una elección difícil, pero acuerdo en que la «percepción» que un padre tiene cuando entra a una institución es un muy buen «termómetro» para calibrar la intensidad de las emociones que atravesarán la trayectoria escolar de un hijo.
Excelente artículo, Débora!!!
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Muchas gracias Patricia!
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En mi caso lo que me llevó a elegir una buena escuela fue que ésta tuviera un programa de educación especial para niños con déficit de atención e hiperactividad, ya que, mi pequeña padece dicho trastorno.
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Muy buen Artículo y Muy Acertado..!!
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