Créditos imagen: https://cooperativa.ecoxarxes.cat/blog/view/184316/las-leyes-educativas-pasan-el-sistema-educativo-permanece
La enorme repercusión que tiene en los medios el discurso de la calidad educativa es tan contundente como el vaciamiento de su contenido. Se le llama calidad educativa a cuestiones tan disímiles y muchas veces tan reivindicatorias de lo más conservador del sistema educativo que nos debería llamar a la reflexión acerca del tema para generar un debate más serio.
Que la escuela está en crisis como organización, como institución social, es una verdad a gritos. La Sociedad del Conocimiento le demanda a las instituciones formadoras un urgente cambio del que ellas no se hacen cargo por múltiples razones.
Empecemos por definir el concepto de «calidad educativa». Recuerdo haber discutido fuertemente por este tema ya en los años ´90 cuando se comenzaba a hablar de estándares, evaluación externa, copiar modelos técnicos de evaluación de otros países, etc. ¿Seguimos por el mismo camino?
Comencemos por una definición de José Gimeno Sacristán:
«(…) el concepto de calidad de la educación es un concepto polisémico que expresa concepciones diferentes de los resultados educativos; porque es un concepto que relaciona apreciaciones sobre la peculiaridad y características de la práctica con valores y criterios o patrones ideales que no siempre son explícitos ni mucho menos coincidentes.»[1]
Siguiendo la propuesta de J. Gimeno Sacristán, se presentarían perspectivas relevantes del concepto tales como:
- la posibilidad de las instituciones educativas de responder a las necesidades de los alumnos para desenvolverse en el medio.
- la adecuación de la «cultura educativa» a las necesidades de los distintos grupos culturales que acceden al sistema.
- la necesidad de no acentuar las desigualdades sociales a través del sistema educativo.
- la implementación de modelos pedagógicos que favorezcan los aprendizajes de los alumnos.
- la satisfacción que produce en los usuarios del sistema.[2]
Con este marco podemos ya comenzar a comprender por qué no es posible juzgar la calidad educativa en términos de las calificaciones que los los alumnos obtienen en sus exámenes por ejemplo. Hablar de rendimiento académico es un indicador entre muchos otros que hacen a la calidad. Es decir que si caemos en la trampa de «estamos en puesto 59 entre 65 en las pruebas PISA» para afirmar rotundamente la caída de la calidad, estamos reduciendo el problema y perdiendo el enfoque. No porque estos resultados no sean indicadores de algo, sino simplemente porque no es posible juzgar el todo por una parte mínima.
Cuando salen estos comentarios en los medios inmediatamente surgen las voces que ponen el acento en:
- Culpar al nivel anterior del sistema del deterioro: «vienen muy mal del secundario» dicen en la universidad por ejemplo.
- Acto seguido comienzan los ataques a los docentes: su baja preparación, su poco compromiso, su poca habilidad para manejar problemas sociales del aula, y toda culpa que se les ocurra que puedan tener vinculada con este problema. Sin embargo, cuando hablamos de sistema todos los participantes tienen su grado de responsabilidad.
- La cantidad de días de clase: como si el solo hecho de ir a la escuela garantizara el aprendizaje, todas las voces convergen en la falsa fórmula inventada de «+ días = + calidad». Y por supuesto aprovechan a atacar a los docentes por los paros.
Hay otros argumentos, pero en líneas generales siempre rondan por estos discursos.
Claro que si leemos la definición de calidad que consignaba, bien lejos estamos de entender el problema. La tradición tecnocrática de la evaluación de la calidad, centrada en la medición y cuantificación de resultados, nos da el panorama menos sesgado del problema y nos obtura toda posibilidad de mejora. La medición resulta una radiografía estática que no da cuenta de causas y genera interpretaciones reduccionistas que terminan por ser más una especie de «denuncia» que los medios saben utilizar muy bien, que un camino para encontrar soluciones reales.
El otro problema es que, contra esa tradición tecnocrática, los gobiernos no proponen alternativas viables y honestas en donde se evalúen otras cuestiones sin mentir acerca de lo que se encuentra. Así quedamos en el medio de fuego cruzado pero nunca logramos mejorar.
Las instituciones también deberían desarrollar sistemáticamente acciones de autoevaluación: si lográramos instalar una tradición real de mirar los problemas, analizarlos y enfrentarlos seguramente podríamos empezar a salir del atolladero.
Un punto central es el del rol de funcionarios dedicados a las áreas de educación: el grave problema que se presenta es cuando la toman como slogan partidario de campaña pero no asumen su responsabilidad sobre la toma de decisiones para el cambio y la mejora. El ejemplo más emblemático sin lugar a dudas es el del salario docente. A nadie se le puede ocurrir pensar que podemos mejorar la calidad educativa con la pauperización actual del sueldo de los docentes en Argentina, que genera unas condiciones de sobre-empleo y cantidad de horas de trabajo que necesariamente repercuten en la calidad. Los mismos que juzgan la falta de compromiso de los docentes son quienes regatean los aumentos y sostienen cifras miserables.
Hay un hecho contundente: ninguno de los países del mundo que está entre los mejores en «calidad educativa» -hasta en los estudios más cuantitativos- paga mal a sus docentes. Argentina tiene un profundo retraso en el reconocimiento del trabajo docente y claramente lo está sufriendo y lo seguirá haciendo mientras no se tome en serio este problema. Que claramente no se reduce a convocar una paritaria sobre el inicio de las clases y ofrecer cifras irrisorias. Cualquier análisis del salario docente de Argentina, comparado con otros países, no resiste ninguna lectura optimista: estamos muy mal en este aspecto.
Si a esto le sumamos las condiciones de la población escolar que se atiende, el tiempo y esfuerzo de dedicación de los docentes a la atención de problemas del orden de lo social y afectivo, claramente estamos mirando para otro lado mientras no se toquen estos aspectos.
Hay que cambiar la enseñanza: en tanto no se asuma como problema seguiremos tirando tiros al aire. Es imposible cambiar la enseñanza si no se mejoran las condiciones de trabajo docente: ningún maestro o profesor que trabaja todo el día tres turnos para poder vivir, tiene que capacitarse y mantiene a su familia puede garantizar un cambio en su forma de enseñar. La escuela necesita tiempos de trabajo dentro del horario escolar para diseñar nuevas estrategias, para intercambiar con colegas, para compartir materiales, para trabajar en nuevas formas de enseñanza. El cambio organizacional es la asignatura pendiente junto con la mejora salario. Pero claro: los mismos que cuestionan son los que se niegan a ponerle «el cascabel al gato».
Hace un tiempo escribí una entrada sobre «la escuela que yo quiero» en donde enumeraba una serie de situaciones que deberían darse para que la educación mejorara. No me parecen inviables, creo sencillamente que se necesitan las decisiones políticas y los acuerdos sociales que nos permitan empezar a cambiar de verdad la escuela, más allá de los momentos de campaña a donde todos los políticos prometen cosas que nunca suceden. Y cuando hablo de la sociedad, hablo también de los padres, que deberíamos abandonar la nostalgia por la escuela que tuvimos como si fuera la única opción posible y empezar a pensar que la que necesitamos hoy debería estar bien lejos de esa imagen que nos quedó del pasado en vez de reclamar «la vuelta de la mano dura», «la vuelta de los bochazos aleccionadores» o «la cultura del esfuerzo». Por supuesto que vale la pena esforzarse para aprender, pero sencillamente hay que hacerlo por aquellas cosas que en el futuro valgan la pena para nuestros hijos, no por los modelos del pasado como señalaba en «Confundir calidad educativa con rigidez pedagógica«.
Por más que tuviéramos 365 días de clase con una mala enseñanza, multiplicada por cantidad de días, no resultaría una ecuación que diera por resultado la mejora de la calidad. Así que dejemos de reclamar más días de clase y vayamos mejor por pensar las cosas que verdaderamente cambian y mejoran el sistema educativo.
Citas y referencias:
[1] Gimeno Sacristán, José (1988) “Profesionalización docente y cambio educativo”, ponencia para el Seminario «Formación docente y calidad de la educación», Universidad de Valencia, 1988.
[2] Gimeno Sacristán, José (1988) : Profesionalización docente y cambio educativo.
[…] al docente de la calidad educativa por su asistencia a una cantidad de días de clase es mirar para otro lado. La calidad se construye […]
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[…] tareas en la casa es uno de los peores males que estamos afrontando. Tras la fantasía de que la calidad educativa se obtiene por la cantidad de tareas que se hagan (¡enorme falacia si las hay!), se llena a los […]
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[…] gran título en el que se ponen adentro tantas cosas diferentes… He escrito muchas veces sobre el concepto de calidad, pero ministros; secretarios; presidentes; gobernadores; etc. siempre invocan esta idea sin tener a […]
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