Cuando la escuela crea angustia en las familias

Estamos acostumbrados a escuchar que la escuela abre un espacio para las familias, que invita a los padres a participar y también las quejas de docentes que dicen que «los padres no se hacen cargo de sus hijos». Algo pasa evidentemente con la comunicación… Escuelas convencidas de que convocan y padres afirmando que se enteran de las cosas muestran que esto es así.

Es probable que haya padres que no se ocupan de sus hijos, pero la realidad es que el ritmo de vida; el trabajo; la complejidad de la organización familiar; etc. genera un entorno bastante poco favorable para alimentar una buena relación entre padres, hijos y escuela. En este sentido es fundamental que los docentes sean capaces de ponerse en el lugar del otro antes de juzgar e incrementar rispideces. Muchos padres quisieran estar más tiempo con sus hijos, acompañarlos, ayudarlos… pero sencillamente no pueden hacerlo. Presuponer por ejemplo que los padres tienen la obligación de leer todos los días cuadernos y carpetas; sentarse con sus hijos a estudiar o hacer ejercitaciones o desarrollar trabajos con ellos es sencillamente negar la realidad de la media de los hogares.

Del otro lado «del mostrador» aparecen entonces las familias a las que la escuela les crea angustias innecesarias: aquellos padres que quieren participar y no pueden, tienen un permanente sentimiento de «estar en deuda». Y sobre esa base se construye una relación asimétrica de poder, en donde siempre la balanza se inclinará para el mismo lado. Llámese profecía autocumplida, se termina instalando un vínculo por el cual ninguna de las partes implicadas se siente satisfecha.

¿Podemos salir de este círculo? Parece bastante sencillo…

La escuela tiene la función de enseñar a que los alumnos sean progresivamente cada vez más autónomos. Entre otras cosas, la escuela debería enseñar a estudiar. Suena a obviedad, sin embargo suele darse por sobreentendido que niños y jóvenes deben arreglárselas solos o con sus familias resolviendo situaciones que la escuela les presenta sin que haya mediado enseñanza alguna al respecto: «investiguen xx tema»; «traigan material sobre…»; «inventen un texto que…». Y si no puede pidan ayuda en casa…

¿De quién es la función de enseñanza escolar? Los padres sin duda deben asumir múltiples funciones de enseñanza, ¿pero por qué deberían asumir la escolar? En ese plano está el patrimonio de las instituciones educativas, que claramente no debiera ser cedido o confundido.En esta suerte de desdibujamiento de los lugares, tienen lugar los problemas de comunicación entre la escuelas y las familias.

Por otro lado están los tiempos y los espacios de encuentro y de comunicación. Los cuadernos de comunicaciones se han vuelto una especie de pegatina a donde se imprimen notas generales y despersonalizadas y se establece muy poca comunicación de carácter vincular. La falta de tiempos institucionales remunerados de los docentes en Argentina para hacerse cargo de dialogar con los padres hacen que más bien se rehuya esta práctica en pos de no generar tiempos adicionales de trabajo no reconocido. Y sobre este punto está la responsabilidad del sistema, que no genera los espacios adecuados para poder establecer una comunicación adecuada.

Gran parte de las situaciones problemáticas que se generan en la vida institucional provienen hoy de una mala comunicación entre docentes y padres y, por qué no, entre docentes y chicos. La burocratización y deshumanización han invadido los procedimientos poniendo en el centro como más importante «hacer un acta» o que la nota regrese firmada que el contenido de lo que se aborda.

Cuando los padres eligen una escuela para sus hijos, suelen realizar una visita de aproximación para conocerla, ver qué les solicitan y analizar cómo lo hacen. Esa es una muy buena instancia para percibir las reglas del juego de la comunicación: ¿se abren las puertas? ¿Se los atiende o escucha o sólo se les piden papeles? ¿Se los invita a pasar, hablar y plantear dudas? Gran parte de lo que luego sucede en la escuela se muestra a las claras en esa primera experiencia.

Hay instituciones que parecen recibir a las familias con un escudo puesto: se atajan de todo; no quieren que se les planteen conflictos; se niegan a escuchar historias, relatos y argumentos. Muy difícil sentirse confiado para ir a hablar a la escuela cuando del otro lado se encuentra un muro que no se puede traspasar.

Las familias de hoy enfrentan múltiples problemas y miedos a los que deben atender y hacer frente. La sociedad en que crecen chicos y jóvenes es compleja y muchas veces los adultos no estamos preparados para enseñarles cómo moverse en ella. Violencia, inseguridad, adicciones, educación sexual, vínculos complicados, etc. ¿Es justo que la escuela se constituya en otra fuente de angustias para las familias?

Para repensar cada uno desde su lugar…

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