Créditos imagen: Teacher, Tim Ellis. Fuente: Flickr
Esta entrada empieza con un relato en primera persona. Como le decía hace pocos días a una colega y amiga, estoy en una etapa de mi profesión en donde la experiencia se capitaliza y no es necesario andar con eufemismos y por eso lo mejor es poder decir lo que una piensa con suficientes argumentos teóricos y prácticos.
Vamos a la historia. Atravesando un pasillo del Profesorado a donde trabajo desde hace 23 años, una colega me detiene y me pregunta con firmeza: “-¿Es cierto que vos le dijiste a los estudiantes que no usen la letra cursiva?”. Más allá de la anécdota del “teléfono descompuesto” a donde le aclaro que yo jamás dije eso, que debía ser una interpretación autónoma de alguno/os de ellos, pero que sí les digo que no fuercen a los niños pequeños a escribir en letra cursiva como única opción posible; esto desencadenó una charla que me dejó un gran sabor amargo.
Esta colega conversaba con otra del área de Prácticas del Lenguaje, que decía convencida que yo incurría en un error “influenciada” por mi formación y trayectoria constructivista. En la discusión, la colega especialista en Lengua me recordaba su carácter como tal -evidentemente frente al mío que sólo soy una “mera pedagoga”, de la raza de esos “generalistas” que somos muy mal vistos por los “especialistas”- desautorizando toda opinión pedagógica que podamos emitir, ya que siempre implica hablar del tratamiento de algún tipo de contenidos. Pareciera que haber sido maestr@s con niños reales y no de libro, tampoco resultaría suficiente a nivel de las “credenciales” para algunos en cuanto a habilitarnos a hablar. Claro que dentro de este razonamiento tampoco estarían habilitados a hablar aquellos especialistas en un área de contenido que no comulgan con una postura determinada.
Algo me dice que estamos frente a un grave problema. Mientras nos llenamos la boca de “frases hechas pedagógicas” del tipo “hay que formar sujetos críticos y reflexivos”; “hay que enseñar a pensar”; “hay que desarrollar el pensamiento autónomo”, tenemos como contrapartida una manera de formar docentes “encorsetados” en una línea única de pensamiento. Más allá de la flagrante contradicción, la pregunta que hago tiene que ver con las tremendas consecuencias que esto traerá en el futuro.
Enseñar a futuros docentes implica darles herramientas conceptuales y prácticas para que puedan tomar sus propias decisiones. Cuando los formamos, tenemos la obligación de mostrarles que existen opciones y que el conocimiento no es ni único ni monolítico. Porque enseñar con modelos lineales tiene más efecto que los propios contenidos que queremos transmitir.
Por supuesto que adhiero a corrientes, enfoques y posiciones y que las defiendo enfáticamente porque mi experiencia me ha mostrado cuáles cosas han sido útiles para mi práctica profesional y cuáles no. Pero intento poner el mismo esfuerzo en mostrar que existen posiciones que no comparto, y argumentar el por qué de mis disidencias. De allí a transmitir el conocimiento como verdades absolutas y posiciones únicas, hay un abismo.
No logro entender qué tiene de malo que los futuros docentes interpelen al docente que los forma con un pensamiento diferente: no comparto que deban tener un pensamiento homogéneo. Y si esto implica que mis propios colegas decidan ponerme en un paredón y dispararme con argumentos que intentan poner en tela de juicio mi experiencia y mi formación, poco me afecta. Prefiero el debate frontal y respetuoso con argumentos, que la desautorización por “pertenencias” a grupos más o menos hegemónicos que generan inclusiones y exclusiones por la adhesión cuasi religiosa a corrientes de pensamiento.
Cuando doy clase suelo apasionarme con los temas y las formas que yo tengo de verlos. A veces tanto énfasis puede sonar a que sólo se acepta un punto de vista. Sin embargo, por eso mismo tengo como frase de cabecera para mis alumn@s que hay varios enfoques más allá del que yo adhiero, y que ellos tendrán que tomar decisiones y fundamentar por qué eligen uno u otro. La situación que dio origen a este relato mostraba a las claras cómo un estudiante buscaba fundamentar una posición diferente, aunque quizás haya errado en la forma de hacerlo porque no basta argumentar que se sostiene algo “porque otro lo dice” (argumento por la autoridad del conocimiento”) sino que se requieren más fundamentos. Si usamos sólo éste, basta con que nos respondan que no le damos la autoridad de conocimiento al autor de los dichos para desestimar su aporte. Y eso fue lo que sucedió aquí.
Voy a evitar detenerme en esta entrada en el tema del por qué en educación los “especialistas en contenido” consideran que los “generalistas” no tenemos derecho a opinar sobre nada porque excede el tema de hoy, pero sí quiero establecer la necesidad de formar a los futuros docentes en la discusión, las diferencias de opiniones y los buenos debates fundamentados, en vez de educarlos en las “bajadas de línea” sobre enfoques únicos.
Las disciplinas están afortunadamente siempre en debate. Suelo decir que es posible encontrar un estudio que avale una afirmación tanto como otro que diga exactamente lo contrario. Si buscamos, encontraremos muchas posiciones encontradas en la enseñanza. No hay recetas válidas universalmente: hay experiencias, hay formaciones, hay trayectorias que llevan a tomar decisiones.
Una institución formadora de docentes debería ser promotora de espacios de discusión, investigación y reflexión. Las Escuelas Normales[1] tienen una historia vinculada con la búsqueda de la homogeneización que hoy es necesario trascender. Los institutos del profesorado debieran ser los lugares de donde surjan nuevos enfoques y no meros “enseñaderos”. Hace muchos años por ejemplo que en la Ciudad de Buenos Aires se desvastaron las funciones de investigación que tenían, y no alcanza con tibias políticas de acompañamiento de alguna iniciativa aislada sino que debería repensarse la organización formadora como tal: hay más preocupación por sostener una unidad académica de megaescuelas con cuatro niveles -en honor a la historia normalista- que en jerarquizar y profesionalizar la formación de quienes serán los futuros maestr@s.
En el tramo final de mi carrera como formadora de docentes, aspiro a que l@s estudiantes puedan dudar cada vez más de lo instituido; a darles herramientas para interpelar prácticas naturalizadas que debieran ponerse en cuestión; a ayudarlos a desarrollar la capacidad de argumentar lo que ellos consideran valioso y útil para sus prácticas y a empoderarlos para poder defender lo que creen. Que yo adhiera a posiciones no quiere decir que las imponga. Sería bueno que todos los formadores compartiéramos al menos este principio.
Eso sí: discutamos con argumentos y con respeto, no desautorizando desde el vamos a quienes piensan diferente. Recordemos desde Sócrates hasta Freire, que con sus métodos dialógicos vienen diciéndonos que discutir y argumentar es ayudar al otro, de alguna manera, a ser más libre.
[1] En Argentina la formación de docentes de nivel inicial y primario se realiza aún dentro de Escuelas Normales, instituciones centenarias que se mantienen al margen de las universidades como centros de formación y que poseen 4 niveles: inicial, primario, medio y superior. Si bien las universidades pueden ofertar las carreras de profesorado, son los institutos terciarios quienes tienen más peso dentro de la formación.
[…] una entrada anterior relataba una situación que daba cuenta de lo que vivimos cotidianamente quienes nos ocupamos de […]
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Débora, muy cierto tus comentarios y análisis. Me siento muy identificada con cada palabra que has escrito en esta oportunidad. Es muy difícil formar a los futuros docentes con pensamiento crítico y autónomo… hay muchos/as formadores y formadoras que fortalecen y/o siguen apoyando algunas prácticas «anquilosadas» de esa escuela normal y homogenizadora. Va una anécdota cortita: hace una o dos semanas, la maestra de uno de mis hijos/as lleva adelante la práctica de la corrección del cuaderno de clase dentro de los parámetros de aquella frase «la letra con sangre entra»!!…. y ojo es una Maestra joven alrededor de 30/35 años, y no saben la forma horrorosa que tiene de corregir… acentos a chicos de 2do. grado!!! con verde brillante y de 10 cm de largo en el cuaderno!!! En fin hay mucho por seguir pensando y haciendo…. y comparto totalmente la pérdida del trabajo de investigación desde los propios profesorados, es una herramienta muy valiosa para que nuestr@s estudiantes deberían acceder. un cariño, Valeria.
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Ay Valeria… ¿Cómo es posible que hoy una docente no se dé cuenta de lo que producen esas marcas en cuanto a la confianza de los chicos que empiezan a formarse como escritores? ¿Cómo puede ser que sigamos alejando a los chicos de la escritura poniendo la mira en las formas más que en lo que producen?
Espero que las nuevas generaciones de docentes logren plasmar el cambio.
¡Un abrazo!
Débora
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Hola otra vez Débora:
trabajo, paralelamente a mis clases (música) sobre el retorno de lo reprimido en la escritura, algo que por supuesto, también pasa en las partituras y afirmo categóricamente que la labor de la re-escritura es mucho más interesante como camino para el autoconocimiento y el descubrir cómo uno aprende que forjarse caligrafista. Esto último es muy rico como experiencia estética y dejaría espacio para ello, pero antes, está el acompañar a ese otro que quiere saber hacer, en el descubrimiento de sí, algo imposible si no adviene en el momento de descubrir el mundo cuya herencia se le ofrece.
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