La escuela y el silencio

Créditos foto: "Silenced", Craig Sunter. Fuente: Flickr.

Hay que decirlo: la escuela tiene una gran obsesión por el silencio. Sin lugar a dudas esto podría resultar algo más característico de un templo a donde algunos han comprometido votos para mantenerse callados, que de una escuela que representa el espacio a donde cientos de chicos pasan horas de sus días. A pesar de ello, el culto al silencio sigue siendo un baluarte de la vida escolar.

Muchos dirán que es importante aprender a escuchar al otro, cosa que evidentemente no puedo dejar de compartir, pero este objetivo me parece bien lejano de la continua obsesión implícita por el silencio que atraviesa las instituciones educativas. Es necesario enseñar que la palabra de uno es tan importante como la del otro para ser escuchada, aunque lo que más enseñamos con nuestras acciones es que la del docente es la que realmente vale la pena escuchar.

No voy a negar que el ruido extremo de las escuelas satura, a veces hasta produce dolores de cabeza que he tenido personalmente por esta causa. Tampoco voy a ocultar que de tanto escuchar hablar a otros todo el día, cuando los docentes regresamos a nuestros hogares valoramos mucho tener un rato de silencio y quietud. Pero vale la pena detenernos a pensar sobre el valor simbólico que tiene la constante apelación a callar dentro de las escuelas.

En principio, quienes concordamos que aprender no se trata de recibir información, sabemos el enorme valor de la participación y la expresión a través de la palabra de los alumnos. La posibilidad de escucharlos es a su vez la de comprender qué y cómo van entendiendo todo aquello que tienen que aprender. Siempre digo que aquellos alumnos que uno no escucha son de los que más deberíamos preocuparnos. Dicho esto, el llamado constante al silencio se presenta como una contradicción pedagógica cuando se trata de conocer los procesos individuales de aprendizaje.

Sobre este punto hay mucho para analizar cuando se trata de ver qué hay detrás de un “conversa mucho con sus compañeros” en el boletín, remarcado dentro de los aspectos sobre los que se necesita seguir trabajando. La búsqueda de la atención constante es claramente una obsesión que tenemos los docentes. Ahora… ¿nosotros prestamos atención constante a todos y cada uno de nuestros alumnos? ¿Mantenemos la atención fija por horas en algo como les pedimos a ellos?. Vuelvo a resaltar antes de que me ataquen que por supuesto que es necesario aprender a escuchar, pero de ahí a pedir 100% de atención permanente me parece que hay un abismo.

Cuando reclamamos tantas veces la atención de todos los alumnos: ¿no nos debería llevar a pensar qué pasa con nuestras estrategias didácticas que no la logramos? Es un principio básico el hecho de que uno presta atención a aquello que lo interesa y lo motiva, aunque también es cierto que a veces no la prestamos sencillamente porque algo nos distrae y que puede entrar sólo en el orden de lo personal. Mal que nos pese, el rumor es un indicador de que algo está pasando en una clase. Si nos empeñamos en taparlo con pedidos de silencio, lo más probable es que nunca sepamos por qué pasó, pero además lo que es seguro es que nos perderemos la oportunidad de dar voz a los alumnos que evidentemente necesitan decir algo.

El silencio es uno de los contenidos más poderosos de lo que llamamos curriculum oculto: todas aquellas normas, valores o costumbres que se enseñan y que no se explicita que se están enseñando, pero que suelen cobrar incluso más fuerza y contundencia que cualquier contenido curricular. No es menor reconocer entonces que estamos enseñando a niños y jóvenes a callar.

En una sociedad democrática y participativa, el valor de expresar ideas y pensamientos es irrenunciable: ¿no estamos siendo un poco contradictorios entre los discursos y las acciones pedagógicas?

Creo que en el plano a donde más preocupa esta enseñanza implícita tan instalada del silencio es con quienes no sienten la fuerza para expresarse ante otros: aquellos a los que culturalmente se les ha enseñado a callar, a “agachar la cabeza”, a someterse; con quienes este curriculum oculto opera como una reconfirmación que silencia toda posibilidad de expresión. Si tomamos el caso por ejemplo de los niños o jóvenes que son foco de acoso escolar por parte de sus pares, la gravedad de esta enseñanza se extiende a situaciones que se vuelven riesgosas.

Educar en el silencio es anular a veces las pocas posibilidades que un alumno tiene de pedir ayuda, de hacer oír sus problemas. De este modo perpetuamos sin darnos cuenta estados de situación que con el tiempo van minando la confianza que tiene cada chico para expresarse, hasta que llega en un momento en que aprende “que es mejor callar”, que no decir nada “está bien” y que el silencio es la única opción posible en la escuela si quiere “invisibilizarse” para sobrevivir. ¿Resabios de épocas pasadas? Sin dudas… la pregunta es por qué los sostenemos.

Empoderar, dar voz, abrir espacios para hablar, debatir… en síntesis: usar la palabra como medio de expresión cotidiana debería constituirse en uno de los ejes de las enseñanzas de la escuela. Quizás si nos ponemos a pensar cuántos espacios concretos damos para todo esto en relación con cuánta energía ponemos en callar a nuestros alumnos, las cosas comiencen a verse un poco diferente. Podemos empezar por la evaluación: aquella en donde ponderamos a los “buenos alumnos” como aquellos que pasan su tiempo callados y escuchando, frente al estereotipo de los “malos” identificados como los charlatanes sin remedio. Probemos empezar por estas pequeñas cosas.

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8 comentarios

  1. Siempre me aportan tus intervenciones.En cuanto al «supuesto silencio» no me parece que se trate de un auténtico silencio sino de un simulacro.Hacer lugar a que conozcan lo que es el silencio,así fueran apenas unos segundos y luego trabajar acerca de los que les pareció,sería considerarlo con autenticidad.Lo que se reclama es no interferir la «bajada de linea».Por ej.cuando los niños cuchichean entre si, invitarlos a compartir lo que se pueda de lo que hablan.en lugar de sanciónarlos pidiendo un silencio que no lo es y que está bien representado en la imagen con la boca tachada.Agradecida .

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    • ¡Gracias Frida! Cuesta tan poco empezar con estas pequeñas cosas y sin embargo… ¡qué poco se ven en las aulas!
      Me gustó tu idea de que conozcan lo que es el silencio, cuáles son sus sentidos, cuáles son sus valores…
      ¡Buen fin de semana!
      Débora

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  2. Muchísimas gracias por la entrega. Es probable que la gran mayoría de educadores que lean este artículo, piensen en cómo invertir el tiempo necesario en escuchar a nuestr@s alumn@s, y que la ratio lo dificulta, ¿Cómo dar el temario del currículo, cumplir objetivos, y verte sometid@ a la presión de inspecciones, que no nos permiten enamorarnos de la profesión más bella?.
    Si olvidamos la estructura convencional de aula de 30 alumnos y profesor- clase magistral, y trabajamos equipo educativo con el nivel completo. Empezando por el desarrollo de la inteligencia emocional, las habilidades sociales, mientras descubrimos sus inteligencias potenciales, para desarrollar su iniciativa, la elección, gestión y planificación de sus proyectos individuales, y cada profesor-a guiase al alumn@ en lo necesario para desarrollar su trabajo personal, disfrutarían, crecerían, su formación sería completa, y estarían realmente preparad@s para vivir en una sociedad, que no sabemos cómo va a ser, y necesitamos ser camaleónic@s, adaptables, creativ@s, y enamorados de nuestro trabajo.

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    • El silencio y el expresar las ideas son dos formas de una misma realidad y no se combaten entre si. Todo ser humano necesita espacios de silencio que le ayuden a encontrarse a si mismo y a no dejar que otros piensen por él. Cuando haga esto tendrá ideas personales para compartir y no será un mero repetidor de lo escucha. por desgracia, hoy padecemos una gran necesidad de personas que piensen por si mismas.

      El silencio no es un enemigo sino un amigo. Cualquier psicólogo lo sabe. Finlandia, país a la puntera de la educación en Europa, lo primero que enseña a sus niños es el saber callar y escuchar, y cuando hay que hablar. Gasta el primer año de preescolar ( que en ese país es a la edad de 6 -7 años), no en enseñar a leer o escribir sino en enseñar al niño a escuchar y a saber cuando hablar. ..Quizás por eso les va tan bien.

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      • Estimada Carmen:
        Creo que en este caso se confunden algunas cuestiones. Nadie dice que el silencio no tenga relevancia y, además, tiene diferente valoración según la cultura. Pero acá estamos hablando hablando de las voces silenciadas con intención, de la fantasía del control de la conducta a través del silencio que de ninguna se emparenta con el ejemplo de enseñar a escuchar. Trabajar la escucha es tan importante como dar lugar a las voces silenciadas, no son cuestiones incompatibles.
        En cualquier caso, no creo que el éxito del sistema educativo de Finlandia se deba a que enseñen a callar. De hecho no lo he leído en ninguno de los trabajos y libros que describen y analizan este sistema.
        Pero además me parece que «enseñar a callar» es bien diferente a «enseñar a escuchar». Sería importante atender la impronta autoritaria de lo primero mientras que lo segundo se constituye en una necesidad para el trabajo en el aula porque el respeto se construye sobre la base de la escucha. Y en este punto, escuchar a los chicos resulta absolutamente indispensable.
        Gracias por su comentario.
        Un cordial saludo,
        Débora

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