Créditos imagen: Xtream_i. Magic. Fuente: Flickr.
Si hay algo en lo que coincide la gran mayoría, es en que la escuela hoy está en crisis. Ya sea quienes se obsesionan por los resultados medibles como quienes miran integralmente la respuesta que como institución puede dar dentro de su contexto particular, existe un consenso extendido de que la escuela necesita un fuerte cambio.
Lo que me sorprende es la contundencia con la que muchos personajes, varios de los cuales no han pisado la escuela más que en calidad de alumnos, creen tener la certeza de cómo hay que hacer para mejorarla.
En el berenjenal de opciones que presentan como recetas, aparece siempre desdibujado el lugar del docente. Pareciera que algunos creen que los docentes somos los ejecutores de sublimes ideas que algunos iluminados nos dicen y que sólo tenemos que implementarlas. Por debajo subyace la fantasía de que si la escuela fracasa es culpa de que los maestros y profesores no están a la altura de las indicaciones precisas que se les han dado.
Pues bien: invito a cualquiera de estos iluminados a pasar sólo un mes a cargo de un grupo todos los días, en una escuela real. Quiero verlos hacer magia con sus fórmulas infalibles, con sus consejos desde el púlpito… ¡los desafío a probarlo!. ¿Por qué es sino que aquellos que enseñamos tenemos que estar sometidos a examen permanente mientras que los “opinólogos” que cuestionan el trabajo docente no son capaces de ponerse en nuestros zapatos?
Cuando leo o escucho comentarios de personas que nunca fueron docentes pero afirman con contundencia que tal o cual cosa del pasado era mejor o que hay que mantener prácticas recontra superadas, que hoy no encuentran fundamento alguno, simplemente porque “cuando íbamos a la escuela se hacía así”, no puedo dejar de pensar en la enorme irresponsabilidad de quienes hablan sin experiencia didáctica alguna. Y además discuten con los docentes poniendo en cuestión su conocimiento.
¡Claro que hay malos docentes! ¡Qué novedad! Lo he comentado muchas veces en este mismo blog. Como hay malos profesionales de cualquier campo. ¿Por eso todos van dentro de la misma bolsa? Y por otro lado ¿Con las condiciones de trabajo y la falta de reconocimiento social que tiene hoy la profesión docente, cuántas chances tenemos de encontrar más seguido a los buenos? Ah, pero no… ¡de eso no quieren hablar! Quieren un cambio pero con las mismas condiciones. Les voy avisando: sepan que eso es absolutamente imposible.
No podemos pensar que el cambio en educación va atado solamente a la voluntad personal. Tampoco podemos pensar en el otro extremo que hasta que no mejoren todas las condiciones no podemos hacer nada. No es blanco o negro, tenemos que entender que para comenzar a mejorar los docentes necesitan quien ponga el hombro a su lado y no señalándolos desde arriba.
Tampoco creo que los “recetarios” de moda llenos de secuencias didácticas para aplicar “hechas por expertos”, tengan algún impacto positivo sobre la mejora de la enseñanza. Ni en las metodologías que se proponen como la panacea y la solución a todos los males de la escuela. No es eso lo que ayuda a un docente: subestimar su capacidad es la peor forma de creer que se lo está ayudando.
Hoy creo que las únicas opciones de cambio y reflexión se dan en comunidades de práctica entre docentes. Ya sean grupos en redes sociales; blogs de docentes o espacios similares; las mejores ideas, propuestas y experiencias se encuentran en estos espacios. Sin embargo, son considerados y evaluados por quienes nuevamente miran desde arriba expresándose desde un lugar meramente discursivo. Me llama la atención por ejemplo que se hagan concursos de blogs educativos en los que evalúen académicos y no colegas, pares. Más aún me llama la atención en Argentina la ausencia total de espacios de encuentro e intercambio en persona de experiencias docentes. Siempre se plantean eventos a donde los docentes asisten en calidad de escuchas de “los especialistas”.
A todos aquellos que critican a maestros y profesores, que dan indicaciones desde una formación que nunca los llevó a conocer el día a día de un aula real, los invito a dejar de lado sus comentarios sin fundamento y a preguntar a quienes enseñan en qué pueden ayudarlos, empezando por escuchar y entender la complejidad de los contextos en los que trabajamos. Dejen de señalar con el dedo y arremánguense o –si eso no es posible- al menos acompañen sin cuestionar.
A los “expertos en educación” y capacitadores, es hora de entender que la solución no está en dar recetas sino en ayudar a pensar. Sí con buenos modelos para la práctica, sí con experiencias reales compartidas, pero no con fórmulas supuestamente mágicas. Es muy frustrante para los docentes sentir que muchas veces nos subestiman.