Comencé a pensar esta entrada conmovida por los hechos de la tragedia de Rosario. Me preguntaba una y otra vez por los chicos que veían las imágenes en los medios acerca de lo sucedido: cómo las digerían, qué preguntaban, qué se les respondía. Y por supuesto en esta escena imaginaria apareció la escuela como el lugar de las preguntas: los chicos no siempre se animan a preguntar en casa y a veces trasladan esas dudas a la escuela, por ejemplo cuando ven a sus padres tristes o preocupados.
¿Cómo responde la escuela antes estas preguntas? En general, y sobre todo cuando se trata de niños pequeños que concurren al nivel inicial o al primer ciclo de la primaria, se suele ocultar o negar hechos y actuar como si asistiéramos a la «escuela burbuja». Los argumentos que muchas veces se escuchan esgrimen que los chicos deben ser «protegidos» de la realidad, que es muy dura para ellos y en nombre de esta dureza la única herramienta útil que aparece es la negación. ¿Cuántas veces hemos escuchado a docentes decir «para qué vamos a hablar de xxx tema» argumentando que es mejor «cambiar de tema para que los chicos piensen en otra cosa»? Pero claro: los chicos no piensan en otra cosa.
La subestimación de la capacidad de comprensión de los chicos es frecuente, pero los pequeños hoy acceden a una enorme cantidad de información que necesitan indagar, comprender y analizar con ayuda del adulto. Porque la escuela la niegue, esa información no va a desaparecer. La realidad está ahí, al alcance de todos, incluso de los menores, aún más cuando tienen un acceso cotidiana a los medios. Por eso es función esencial de la escuela la «alfabetización en medios«. Brindar herramientas para comprender y analizar críticamente la información es parte de la enseñanza actual, y esta función debe abordarse sistemáticamente desde la escuela.
Pero como decía al inicio, esta entrada se originó por los hechos de Rosario. Sin embargo, a los pocos días, sucedió otra situación que me llevó a pensar la escuela aparentemente desde otro lugar. Algunos medios se hacían eco de una «denuncia» de cierto sector que se manifestaban censurando libros enviados por el Ministerio de Educación de la Nación, en donde supuestamente se hacía apología de la violencia y el sexo. Cuando surge este tema, empiezo a dudar sobre cuál de los dos escribir… ambos me parecían prioritarios esta semana y ponían a la escuela en un lugar para pensarse. Y de pronto descubrí que ambos remitían a lo mismo: a la relación de la escuela con la realidad.
Cuando leía la cobertura de los medios sobre el caso de los libros, llamó mi atención la frase de un director de la provincia de Mendoza que cuestionaba su envío argumentando: «- Para mí, la escuela es una institución que tiene que ofrecer otra alternativa al conocimiento, que no sea ese conocimiento basura que tienen a través de Internet o de la calle”. No pude evitar preguntarme en qué mundo viven los chicos de esta escuela que dirige. Un director que piensa que lo que proviene de Internet o de la calle es basura está diciendo que la escuela debe mantenerse al margen del mundo real. Y nada más lejos de alfabetizar que esto… Cuando nos preguntamos por qué los chicos se desinteresan por la escuela, es importante darnos cuenta de que mientras la escuela mire para otro lado y nos les dé herramientas para insertarse mejor en el mundo real, difícilmente crean en ella como un lugar de relevancia.
La tendencia conservadora a encerrar la institución educativa en sí misma y «mirarse el ombligo» es la responsable del fracaso y la deserción escolar. Esta posición no es ingenua: tiene una profunda raíz conceptual e ideológica. Porque los chicos que se forman en una escuela a donde no se les enseña a analizar, comprender y cuestionar la realidad son futuros candidatos al aislamiento ciudadano, a la falta de compromiso social, al «no te metás». Mantener a la escuela lejos de la realidad adormece las mentes de los chicos y de los jóvenes y- por qué no- también de sus familias.
La escuela tiene la función de social de ayudar a niños y jóvenes a insertarse en un mundo en el que puedan accionar comprometidamente. Ni la subestimación de sus capacidades ni la negación de los temas del mundo de hoy pueden contribuir a que esto suceda. Así que dejemos que la realidad entre cotidianamente a la escuela o, lo que es mejor, derribemos las barreras entre las instituciones y el «mundo exterior».
Hablemos sobre las cosas que pasan en la vida cotidiana: pueden ser duras, pueden no gustarnos. Pero los adultos estamos para orientar y guiar a los chicos, para enseñarles y darles herramientas para entender y «digerir» las cosas que no son fáciles. Los docentes tenemos la formación y la responsabilidad social de encarar estas cuestiones, no podemos eludirlas porque nos resultan «incómodas».
La escuela burbuja ya no tiene razón de ser en el Siglo XXI. Sería bueno que todos los docentes y equipos de conducción nos demos por enterados. Empezando por quienes confunden poner las cosas en palabras con hacer «apologías».