La historia en los medios de todos los días… Hoy se trata de una afamada escuela privada de la zona Sur del Gran Buenos Aires, de la que sale un grupo de chicos que se dedica a abusar de chicas de su edad o más pequeñas en diversas situaciones y que es alentado por un grupo de «voyeurs» compuesto por adolescentes mujeres y varones que se dedican a mirar la humillación que sufren públicamente quienes son abusados. Y la respuesta de siempre: la escuela se desliga de la responsabilidad, se desentiende del problema que se ha suscitado y manifiesta no tener nada que ver con él. ¿Es así?
Hemos comentado aquí cantidad de situaciones a donde la escuela se desentiende de los problemas, tanto en casos de bullying como en el uso de las TIC, pasando por todo el abanico de posibilidades imaginables. ¿Entonces qué fue de ese debate de los ´90 en donde aparecían con fuerza los contenidos actitudinales como parte del curriculum, y que venían a «denunciar» de algún modo la supuesta «neutralidad» que la escuela decía sostener y que era propia de épocas a donde había que homogeneizar pensamientos y valores? ¿Qué fue de ese énfasis en explicitar los contenidos que formaban parte del curriculum oculto?
El discurso se ha corrido nuevamente, solo que ahora la responsabilización recae exclusivamente en la familia, vista como fuente de todos los males, omisiones y «peligros» en este sentido. Parece que las actitudes y valores y solo se forjan en el hogar, en el contexto, y que la escuela no formara más parte de esa realidad. Por supuesto que nadie va a negar que las pautas culturales y sociales condicionan las formas de entender la realidad y de actuar en ella, pero de allí a que la escuela no se constituya en responsable de la enseñanza de valores hay un trecho muy grande.
Oscilamos entre «la vida en un mundo rosa» del Jardín de Infantes y «la escuela no tiene nada que ver con esto que ha pasado». En ambos casos el rasgo común es la fragmentación entre la escuela y el contexto, pero por sobre la desrresponsabilización del lugar educativo que le compete sobre el plano de los valores.
Ahora bien… ¿de qué valores estaríamos hablando?. Por el peso de la tradición solemos connotar a las «actitudes y valores» como una especie de «moralina» sin sentido. Pero ya no se trata de «inculcar una moral» o «imponer el respeto a la autoridad» como se hacía cuando los adultos de hoy íbamos a la escuela: hablamos de pensar nuevas formas de participación y compromiso ciudadano; de generar redes de colaboración; de alentar el cuidado entre pares y desde los adultos a los chicos y jóvenes; de enseñar a debatir y respetar posiciones y puntos de vista; etc. ¿Estamos preparados para hacerlo?
Nuestra sociedad argentina está asistiendo a momentos de gran intolerancia por las diferencias de opinión. Considerando que somos un país con una amplia tradición de debate, cuesta entender que no podamos respetar posiciones divergentes. Y esto que se vé en los medios, que se transmite cotidianamente en la calle, que se vivencia en las familias también se instala en la escuela como forma de desconocimiento del «otro». Desde un posicionamiento que hasta podría definirse como «narcisista» cada uno de nosotros asume posiciones terminales en donde parece que nunca será posible el respeto por la diferencia y, menos aún, el consenso.
Este mensaje permanente que «cosifica» a los otros nos hace perder entidad como personas. De allí los atropellos entre pares, las humillaciones públicas y ese sentimiento de que debe salvarse quien pueda en una carrera por sobrevivir y no ser avasallado por el otro. Por eso asistimos a situaciones a donde algunos jóvenes se ríen cuando presencian la humillación pública de otro, a quien en ese momento no se lo vé en su dimensión humana, y en donde solo les da tranquilidad el hecho de no haber sido ellos los «elegidos» para ser abusados.
¿Y entonces la escuela no tiene un rol en la enseñanza? ¿A quién le corresponde abordar y trabajar estos valores y estas actitudes? ¿A los padres que no tienen la preparación ni las herramientas para enseñar algo tan complejo pero que además apenas si sobreviven ellos mismos a la serie de maltratos cotidianos que enfrentan?
Estoy convencida de que la escuela debe recuperar el lugar de la enseñanza de valores y actitudes. No los valores antidemocráticos y retrógrados, pero sí los que permiten una convivencia en un clima social adecuado. Y cuando los docentes son los primeros en constituirse en modelo de valores que ya no tienen sentido para esta sociedad y este momento histórico, dejan a los alumnos desarmados frente al complejo mundo en que les toca vivir. La escuela tiene que recuperar su lugar proactivo y dotar a chicos y jóvenes de conocimientos y herramientas para respetarse; para tolerar las diferencias; para buscar llegar a acuerdos; para generar actitudes solidarias que les permitan construir redes de sostén; para cuidar lo que es colectivo; para aprender a no avasallar al otro ni a su intimidad; para comprender y valorar la justicia y las normas que nos regulan. ¿Acaso lo sucedido no forma parte de la omisión de una buena enseñanza de la Educación Sexual Integral?
Esto no es mágico, no viene solo, no es que «lo traen de su casa o no hay nada que hacer». Abandonemos esa tendencia determinista que opera como una muy buena excusa para no meternos y lavarnos las manos de los problemas y temas que, indudablemente, hoy la escuela no puede seguir eludiendo. Las escuelas tienen responsabilidad, los docentes tenemos que enseñar valores y actitudes. Hoy hablamos de hechos vinculados con la Educación Sexual Integral, pero mañana serán otros temas y si no empezamos a cambiar estaremos en la misma…