¿Se debería enseñar «sensibilidad» en la formación de profesionales?

Llevo muchos años dedicándome a la formación no solamente de docentes sino de profesionales de otros campos: he trabajado con ingenieros, farmacéuticos, bioquímicos, abogados, contadores, economistas, sociólogos, etc. Por una cuestión personal, ya que he pasado una semana acompañando a mi madre en una situación de internación durante una semana, he tenido oportunidad y mucho tiempo para observar y analizar algunas cuestiones inherentes a la formación del personal de salud como médicos/as y enfermeros/as. Clara deformación profesional, tiendo a pensar en cómo se formaron, qué les enseñaron, qué siguen aprendiendo. Y me he encontrado con algo que a mi juicio comparten fuertemente los profesionales de la salud con los de la educación: la falta de sensibilidad.

Gran parte de los problemas que aparecen en la escuela son consecuencia de un excesivo desapego y la escasa sensibilidad por parte de los docentes. Eso mismo les pasa a los de salud.

Voy a hablar de la deshumanización y la «cosificación»: esta idea de que los otros existen solo en los papeles, solo en los reportes como las pruebas en la escuela o las pruebas de laboratorio. Esa extraña práctica naturalizada por la cual cada persona pasa a ser solo un número o parte de una estadística y deja de ser lo esencial: un ser humano.  ¿Cómo se manifiesta? Hablando del otro en términos anónimos o numéricos «el de la 410», «ese que vimos a la mañana»… no hay nombres: solo «cosas a enumerar». Otro ejemplo claro se produce cuando se ignora a quien se está atendiendo (sea alumno o paciente) y se habla con otros de esa persona como si no estuviera allí, como si fuera invisible, como si no existiera. La persona ya no tiene entidad u opinión: solo se constituye en el objeto de trabajo.

Esta situación se lleva a tal extremo que cuando el paciente o el alumno opinan, lo que dicen no cobra relevancia alguna: solo se observan los estudios o pruebas en papel, lo que diga no es tenido en cuenta.

Claro, uno piensa lógicamente… ¿cuál es la motivación que lleva a médicos o docentes a elegir esa profesión? Si hay algo que se supone que comparten ambas, es el deseo de ayudar a otros a mejorar: en un caso referido a la salud, en el otro referido al aprendizaje. Pero… ¿cómo se puede ayudar a otro a quien se ignora, no se escucha ni se observa?

La clínica médica ha perdido una práctica que la caracterizaba: la de realizar diagnósticos a través de la escucha de los síntomas, de las entrevistas que se realizaban a los pacientes. Hoy parece que escuchar a los pacientes no es necesario: los médicos preguntan y se responden ellos mismos. Muchas veces tienen delante personas a las que no vieron nunca, pero no preguntan acerca de ellas, sobre lo que es habitual en su vida cotidiana. No les interesa. Y fíjense cuánta similitud guarda esta situación con la de muchos docentes que han caído en la burocratización de la profesión.

¿Será la «burocracia de guardapolvo blanco» la que comparten? ¿Y de dónde sale esto?

Yo creo que hay un problema en la formación. Quienes somos formadores aspiramos a brindar una sólida formación académica pero raramente ponemos la mirada sobre educar la sensibilidad o la empatía. Y esto no es algo «que viene dado» en todos naturalmente: creo que es importante empezar a pensar en el desarrollo de una formación de profesionales que puedan lograr una escucha activa y que aprendan a observar a las personas con quienes trabajan desde una perspectiva vincular y no cosificada.

Todos los que trabajamos con personas sabemos que las interacciones y la comunicación no resultan sencillas. Pero si además creemos que esto debe «venir de antemano» corremos el riesgo de que cada vez se pierda más sin abordarlo como parte de la formación.

No vamos a ser menos «académicos», serios ó profundos por educar la sensibilidad… Escuchar, observar, comprender al otro, acompañar, crear empatía deberían ser algunas de las capacidades pendientes de incorporar en la currícula de la formación de profesionales.

 

 

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4 comentarios

  1. Visito a pacientes en un piso de hospital. Siempre voy en búsqueda del que está en la cama 302 o 310 o 315 porque es más fácil ubicarlo en su lugar. Si buscara a Pablo o Pedro tendría que hacer un mayor recorrido por todas las camas. Hoy me pidieron revisar a un chico con adicción, en la sala A, llegué y encontré a Luis, pero no era el requerido, sino Jorge, también con adicción pero en otra área.
    Uno personaliza a los pacientes en la medida que la atención requiere seguimiento.

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    • Hola Juan Carlos:
      Creo que como en toda relación entre personas lo primero que se requiere es un mínimo de empatía. No estoy segura si pasa sólo por saber si el otro es Juan o Pedro, pero me parece que cuando un enfermo o su familia están en situación vulnerable como lo es atravesar una enfermedad o un trauma, requiere el mayor esfuerzo de quién está en situación de poder y puede contener o acompañar. Lo veo muy parecido a lo que pasa en una escuela o aula.
      Entiendo que la propia práctica de profesionales de educación o de salud a veces nos «endurece» para poder seguir adelante. Sin embargo creo que debemos estar atentos a no perder la sensibilidad y registrar la vulnerabilidad del otro.
      Gracias por sumar tu opinión!
      Un afectuoso saludo,
      Débora

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  2. Coincido totalmente con la opinión de la nota. Sostengo que en todas las profesiones es necesaria la vocación como principal motor para ejercer con pasión lo que elegimos pero lo es más aún en el caso de la medicina y la docencia. Y hablo con conocimiento de causa porque soy bioquímica y docente en nivel secundario.
    El acompañamiento a un paciente o un alumno es importante en el camino que transitan que es obviamente diferente en su realidad pero similar en el objetivo: ayudarlos a superarse poniendo lo mejor de sí y es aquí donde médicos y docentes tienen un rol protagónico.
    Espero que en algún momento alguien tome la decisión de barajar y repartir de nuevo, antes de que sea demasiado tarde.

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