Confundir calidad educativa con rigidez pedagógica

Hay un tema sobre el que pienso recurrentemente en los últimos tiempos: esa idea de que la «calidad educativa» en el imaginario social es equivalente a la nostalgia sobre la «tradición académica», que regía como la Meca de las familias cuando los adultos de hoy éramos pequeños.

Creer que la calidad se obtiene por tener más horas de clase; más materias; por recordar más información (de la que hoy se obtiene en Internet en un segundo) o por mantener los estándares de ortografía y cálculo que supimos conseguir a fuerza de memorizar y sufrir la escuela; es sencillamente una gran falacia. Creer que las «buenas escuelas» son las que «dan mucho» por la cantidad de cosas, independientemente de que lo que se dé no sirva para nada, es el principal problema que debemos enfrentar. Más tarea, más libros que comprar, más cuadernos llenos, no es igual a mejor educación.

Es hora de asumir que la calidad no es la imagen «de la vieja escuela». Estoy cansada de escuchar a los docentes decir que los alumnos de ahora «son un desastre»; que «vienen sin saber nada»; que «no se esfuerzan por nada». Los alumnos de hoy son diferentes! Han cambiado porque cambió el conocimiento, la circulación de información y la forma de construir saberes. ¿Cuándo lo vamos a entender en las escuelas y dejaremos de añorar los chicos sumisos y repetidores acríticos a quienes catalogaban de «buenos alumnos»? Dejemos de añorar el enciclopedismo y de verlo como un triunfo del modelo pedagógico, porque no lo es.

Los alumnos llegan con muchos conocimientos e intereses. ¿La escuela les da lugar? ¿Los escucha? ¿Los padres los valoran? Mientras sigamos pensando que la calidad «se mide» con estándares de resolución de pruebas tradicionales de Lengua, Matemática y Ciencias nos la pasaremos quejándonos. ¿Por qué no miramos todo lo que pueden hacer nuestros alumnos reales en vez de quejarnos por todo lo que no pueden hacer porque no es propio de esta época y porque no les interesa? ¿Por qué seguimos pidiéndoles que se formen en conocimientos que ya no les sirven para este mundo y después les reprochamos porque no los tienen?

No es posible que aprendan más y mejor si partimos de la base de que «son un desastre». Esa es una excelente excusa para no aceptar el desafío docente de pensar los contenidos y las estrategias desde otro lugar.

Los chicos están desanimados, están cansados de que no crean en ellos y que vivan diciéndoles que no saben, que no pueden y que no quieren. Necesitan ser motivados y alentados, en vez de ser siempre cuestionados y responsabilizados por cuestiones inherentes a otros.

Me preocupa la calidad. Pero tengo muy claro que calidad no es repetir los datos o procedimientos de memoria sin entender, ni tampoco «no tener faltas de ortografía». La calidad no se consigue por pasar más horas en una escuela que sigue mirando al pasado: los chicos querrían estar más tiempo en la escuela si los motivara, si los desafiara a cada momento.

Por supuesto que es difícil también encontrar docentes motivados para cambiar y pensar estas cuestiones cuando no se llega con el sueldo a fin de mes. Hay prioridades que atender. Pero es importante poner en agenda estos temas y desterrar las formas de subestimación perpetuas hacia los chicos y jóvenes. Tenemos que ir juntos, no por caminos diferentes.

16 comentarios

  1. AY Débora! qué genial entrada! estoy totalmente convencida de lo mismo! Hasta que no se de cuenta el sistema actual que los chicos y las necesidades son diferentes no vamos a cambiar nada más que las etiquetas. De hecho me vino a la mente un día que vino la inspectora pidiendo por favor que cambiemos las formas de evaluar, que cada chico podía manifestar su conocimiento de diferentes maneras y que eso involucraba nuestra creatividad para poder «medir» cómo andaban y bue, yo me acuerdo que se me dio por hacer con uno de los cursos las lapbook que recién conocía y no sabés las cosas hermosas que hicieron y los profes no podían creer que alumnas que no hacían nada hubieran hecho trabajos realmente excelentes!

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    • Gracias Paula!
      Necesitamos más docentes que inspiren y motiven, no cuesta tanto, solo hay que ver la escuela desde otro lugar. Hay quienes lo hacen como contás, y es muy necesario compartir las experiencias para alentar a los colegas.
      Un gran abrazo!
      Débora

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  2. Optimismo… en alguna parte lo dije hace tiempo. Una condición de la docencia, sumada al respeto por esa persona que es el niño. Para mí, por ahí, por ese lado empieza la verdadera calidad en la educación. Creo que los docentes que se embarcan en los comentarios como los que escribiste («son un desastre», «no sé cómo llegaron a primer año», «la verdad no sé para que me gasto en hablarles»…etceteras similares), perdieron todo el optimismo: perdieron el optimismo en sus alumnos: se olvidaron que cada uno de ellos, todos, tienen un potencial asombroso por desarrollar; perdieron el optimismo que conlleva el enseñar: el saber tácitamente que esos chicos van a ser el futuro, un futuro construido por ellos a su forma, y que nuestra impronta quedará en ellos: si consideramos que son unos inútiles, seguramente lo asimilarán y seremos en parte responsables de sus fracasos; si creemos firmemente que serán constructores de sus propios sueños, se verán alentados por nosotros para ejercer su autonomía, elevar su autoestima y construir su propio futuro, no el de otros.
    Perdieron también el optimismo que da la alegría de enseñar y de arriesgarse a cambiar, a actualizarse, a jugarse por aquello que le es significativo a los chicos; a tomar partido del cargo de docente y, sin pedirle nada a ellos, convertirse en, quizás, el único adulto referente y coherente que los rodee…
    Pero, tal vez, lo más preocupante es que perdieron el optimismo para con ellos mismos… un docente pesimista, toda una contradicción, ¿verdad? 🙂

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      • Yo creo que la primera pata es recuperar la confianza en los colegas. Si confiamos en nuestros colegas, podemos trabajar en equipo, repartirnos las responsabilidades y sumar más. No sólo es una cuestión de los docentes, debería ser una cuestión de gestión escolar. La segunda pata es perderle el miedo a jugarse, a probar nuevas formas de enseñar, a empezar de cero con las prácticas… y ahí también fallan los espacios comunes por su ausencia: repensar las prácticas docentes, pero no aislados, sino en conjunto de toda la escuela. En una de mis escuelas hacemos eso cada 15 días y salimos recargados de iniciativas y ganas de hacer y probar. La tercera pata (ya se… a esta altura algunos de lo que leen deben estar pensando en un sueldo digno) es la solidaridad de las familias, de la comunidad con la labor docente. Dejar de pensar en el docente como un quejoso con amplias vacaciones y en lugar de eso, pensar asertivamente que somos agentes de cambio social, conductores de futuros posibles y actuar en consecuencia, en forma solidaria con los docentes. Nadie puede negar que sea una tarea muy difícil y compleja, pero es mi humilde opinión -puedo estar equivocado, lo admito- que éstas son las condiciones de base para recuperar el sentido de enseñar. 🙂

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  3. ¡Al fin un eco en el desierto…! Recién me acerco por primera vez a este blog. Y no puedo estar más de acuerdo con lo aquí expuesto. Últimamente he estado posteando en facebook algunas reflexiones al respecto, por ejemplo:

    «Mientras sigamos concibiendo el conocimiento como mero objeto de almacenamiento (memorización); mientras sigamos reduciendo la noción de talento solamente a la capacidad de calcular; mientras sigamos diseñando exámenes más para discriminar que para consensuar y evaluar un contexto; mientras nosotros, maestros, sigamos creyendo que la prioridad es cumplir con el programa, por más alejado que éste esté —en un momento dado— de la compleja realidad de nuestros educandos (conocimientos previos, recursos y carencias reales, expectativas, imponderables…). En fin, mientras tal estado de cosas persista, no tendremos ningún asidero genuinamente ético —por no decir práctico— para pretender salir de tan penoso círculo vicioso… Ni hablar: «a Dios orando y con el mazo dando».

    ¡Saludos desde México!

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    • Muchas gracias por tu comentario!
      Si seguimos más preocupados por lo que pasa con los resultados de los exámenes PISA que por la realidad de lo que se enseña y aprende en las aulas difícilmente logremos cambiar algo. Pero veo que somos muchos que pensamos lo mismo en diferentes lugares. Enhorabuena!
      Un afectuoso saludo,
      Débora

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  4. Querida Debora!! que placer encontrar sentido común, reflexión desde la practica, desde el propio ahcer, volver a la pasión de educar y de lo que hace que una escuela sea eso y no una fábrica…He descargado todos estos artículos, para reflexionarlos con mis alumnos de secundario…Cariños desde Mendoza!!

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  5. […] Hace un tiempo escribí una entrada sobre “la escuela que yo quiero” en donde enumeraba una serie de situaciones que deberían darse para que la educación mejorara. No me parecen inviables, creo sencillamente que se necesitan las decisiones políticas y los acuerdos sociales que nos permitan empezar a cambiar de verdad la escuela, más allá de los momentos de campaña a donde todos los políticos prometen cosas que nunca suceden. Y cuando hablo de la sociedad, hablo también de los padres, que deberíamos abandonar la nostalgia por la escuela que tuvimos como si fuera la única opción posible y empezar a pensar que la que necesitamos hoy debería estar bien lejos de esa imagen que nos quedó del pasado en vez de reclamar “la vuelta de la mano dura”, “la vuelta de los bochazos aleccionadores” o “la cultura del esfuerzo”. Por supuesto que vale la pena esforzarse para aprender, pero sencillamente hay que hacerlo por aquellas cosas que en el futuro valgan la pena para nuestros hijos, no por los modelos del pasado como señalaba en “Confundir calidad educativa con rigidez pedagógica“. […]

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  6. […] No siempre más es mejor: en muchos casos, y mal que nos pese, puede ser justamente lo contrario. Cuando las instituciones educativas se convierten en “guarderías” y pierden su horizonte como centros de enseñanza si bien son capaces de resolver los problemas de las familias desvían el eje de lo básico. Son espacios destinados a enseñar y aprender y esto que parece tan obvio se termina volviendo un hecho secundario. Se pueden pasar muchas horas en la escuela y no lograr que los chicos y jóvenes aprendan nada. […]

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