Foto: Geoff Livingston "I Don't Want to Go Back to School!!!"
Hace poco tiempo compartí en este blog acerca de lo que costaba reconocer los errores en la escuela, y allí un colega comentaba que le había parecido que escribí esa entrada como madre y no como docente. Tampoco veo que esté mal que así fuera, pero la verdad es que en aquella ocasión había escrito claramente como docente e inspirada por situaciones que observaba desde ese lugar. Sin embargo hoy sí que quisiera escribir desde mi lugar de madre.
Como tengo 3 hijos, he atravesado y atravieso todo tipo de experiencias de escolaridad, que incluyen haber intentado algunos cambios de escuela buscando las opciones más adecuadas para cada uno de ellos. Siempre lo hice desde la convicción de que la escuela es un lugar de valor; irremplazable; que necesita mejorar pero que bien vale siempre la experiencia dentro de ella. De hecho, sino pensara de este modo no estaría desde hace ¡29 años! (guau, acabo de contarlos…) como docente en escuelas.
Pero debo decir que cada vez se hace más difícil responder a sus múltiples argumentos acerca del para qué de la escuela. Estoy cansada de justificar lo injustificable para intentar que mis hijos encuentren sentido a numerosas actividades que les piden desde la escuela a las que yo misma no puedo encontrarles sentido. Esto nos posiciona cotidianamente ante una total falta de motivación por parte de los chicos. Y ya sé que algunos se molestan con estas palabras, pero a esta altura de mi vida yo también me molesto cuando no puedo sostener la utilidad de la educación en la escuela para la vida ni siquiera a veces con mis propios hijos o frente a mis estudiantes de profesorado. Me recuerda mucho un hermoso libro de Juan Delval (2000), Aprender en la vida y en la escuela, en el que se plantean las relaciones entre el conocimiento científico, escolar y cotidiano. Y vuelvo a preguntarme, ¿qué tan difícil puede ser darle lugar a los intereses de los chicos a la hora de construir de conocimiento y llegar así desde lo cotidiano a aprender conocimientos válidos?
Nada desvaloriza más la figura del docente que cuando nosotros mismos nos posicionamos en el lugar de la pérdida del sentido: abrimos así la puerta para los cuestionamientos que terminan siendo más que justificados. Recuperar el valor de la profesión también implica un esfuerzo de nuestra parte por cambiar algunas cosas, no porque haya que explicar que nuestro trabajo vale pero sí porque si fuera claro que lo que hacemos es absolutamente necesario y no puede ser reemplazado por otros o por Internet, sería transparente nuestra función. Siempre hemos reconocido el valor de fundamentar nuestras prácticas, ¿cómo podemos sostener gran parte las cosas que se hacen hoy en la escuela cuando pertenecen una concepción de aprendizaje ya superada hace años?
Existen tantas experiencias que demuestran cómo los cambios en la enseñanza tradicional han producido mejoras y logrado significatividad en el aprendizaje que a esta altura del partido no logro entender el por qué de seguir sosteniendo escuelas llenas de “sinsentidos”. Y esto es claramente responsabilidad de los docentes[1].
Partamos de un principio elemental: hoy todo dato que puede ser obtenido googleando en 1 segundo no debería ser “enseñado”, porque enseñarlo como tal implica tener que repetirlo fuera de contexto y eso no tiene ningún valor. Sin embargo, me atrevo a decir sin dudar que la escuela enseña hoy aún la mayoría de los contenidos de manera aislada y exigiendo su repetición “porque sí”. Y para ello se vale de la evaluación, como principal herramienta de control de retención de datos inútiles, que todos sabemos que no lograrán sobrevivir al año escolar.
Enfrentamos así una maquinaria de memorización y pruebas que lo único que producen es un enorme malestar, pero eso sí: los chicos siguen sin comprender prácticamente nada. Todo aquello que logran entender provienen de las explicaciones que con mucho esfuerzo logran de los intercambios con sus pares, de su propia indagación en busca del sentido o del pedido desesperado cuando pueden a sus padres pidiendo ayuda para encontrar sentido a lo que están haciendo.
Lo peor es cómo muchos docentes disfrazan estas acciones como necesarias y las defienden como única forma de entender la enseñanza, amparados en discursos “constructivistas” que nada tienen que ver con ese enfoque didáctico. Así tranquilizan sus conciencias de que están haciendo un buen trabajo.
¿Acaso no son demasiados los años de la vida de una persona entre su escolarización inicial, primaria y secundaria como para que no nos tomemos en serio su falta de sentido, el tedio y el rechazo que producen en niños y jóvenes? Es demasiado el tiempo que les saca de su infancia, lo poco que se les permite jugar y disfrutar de esa etapa como para que minimicemos lo que está pasando.
Es una verdad a gritos que los alumnos recuerdan a aquellos docentes que les enseñado cosas valiosas que pudieron comprender y transferir, tanto como que entablan un vínculo de mayor afectividad con aquellos maestros y profesores que explican cosas novedosas, que les abren la puerta a investigar, que los invitan a discutir y a pensar para argumentar. Y esto es tan así como que aborrecen aquellos que se toman la enseñanza como una actividad “burocrática” de “dar los contenidos”, como si se vomitaran datos sin fin cuya única función es demostrar que los chicos tienen buena memoria para recordarlos.
La proliferación de las tareas en la casa es uno de los peores males que estamos afrontando. Tras la fantasía de que la calidad educativa se obtiene por la cantidad de tareas que se hagan (¡enorme falacia si las hay!), se llena a los alumnos de deberes escolares que consisten en responder a preguntas de un libro que pensó alguien que ni los conoce; repetir ejercicios por cantidad; copiar cosas ya escritas por otros y en menor escala pedirles que “investiguen un tema” cuando en realidad sólo se les está pidiendo que busquen y traigan información sobre algo.
¿Qué chico puede querer ir a la escuela o pensar que ella es relevante para aprender cuando durante horas y horas de su día se le piden cosas irrelevantes para el conocimiento? Y aquí saldrán los que digan “siempre fue así con la escuela”, ¿pero eso quiere decir que debemos hacer que siga igual por los siglos de los siglos? Tenemos todo a la mano para hacer de la escuela un lugar maravilloso y lo desperdiciamos perpetuando lo peor de la enseñanza tradicional.
Como si fuera poco, además de no poder encontrar sentido a lo que hacen dentro y fuera de la escuela con la “tarea escolar”, en ella se suscitan numerosas situación de complejidad social que la escuela tampoco atiende con cuidado: la violencia, la falta de ética, la diversidad de valores, etc. En este terreno se deja a niños y jóvenes la mayoría de las veces solos, enfrentando situaciones para las que sí se necesitaría de la enseñanza.
Cuando todos los días hay que explicarle hay un chico por qué es importante ir a la escuela es porque necesariamente algo estamos haciendo mal con ella. O cuando los chicos dicen que quieren ir a la escuela “para encontrarse con sus amigos”. Si queremos recuperar el sentido de las instituciones escolares, es necesario encarar cambios profundos y urgentes, porque el siglo XXI llegó hace rato y somos responsables por la educación de estos chicos a los que seguimos obligándolos a vivir en el pasado, y no justamente en la mejor parte de él.
No hay excusas colegas, es hora de tomarnos en serio el tema y empezar a cambiar los métodos de enseñanza porque sino se nos va el tren. O más bien diría, despega el cohete y nos quedamos abajo mirando cómo los chicos se van en él sin las herramientas necesarias para pilotear ese vuelo. ¿Vamos a mirar cómo se estrellan?
[1] He leído mucho últimamente sobre los docentes que “cuestionan” a sus colegas. Y en esto quiero ser clara: nos debemos una autocrítica profunda. No se trata de “cuestionar” a los pares sino de superar el espíritu corporativo y ponernos manos a la obra para producir un cambio, ¡todos juntos! Si no podemos decir estas cosas entre quienes conocemos la complejidad de la profesión, ¿significa que preferimos que las digan otros?.
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Totalmente de acuerdo , como profesional y como madre . Gracias por tu valentía a la hora de expresarte.
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¡Gracias Carmen!Como siempre digo, a veces hay «verdades incómodas» que es necesario expresar.
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Excelente aporte, gracias por ello. Entiendo que así como intentamos predicar que la vida y la escuela no son compartimentos estancos, nuestra profesión y la maternidad tampoco lo es, si te propusiste hablar como madre, resultó entonces un sobresaliente aporte profesional. De eso se trata justamente, nadie prescinde del conocimiento para aplicar a cualquier circunstancia de la vida. En la escuela estamos empeñados en recrear un ambiente ficcionado que nada tiene que ver con la realidad de quienes pasan tantas horas en él. No es el reto de superación o el esfuerzo que demanda cualquier responsabilidad lo que hace que los chicos cuestionen tanto tiempo en «otro tiempo» (pasado) es el sinsentido y el consenso de que la escuela es un espacio para la seriedad, el silencio y el NO en general. El día que la mayoría de las escuelas abran sus puertas a la alegría, el ritmo y la actividad infantil, veremos una institución más feliz y más productiva. Veremos chicos contentos de ir cada día a descubrir juntos algo nuevo.
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Gracias Miriam! Cuántas cosas me quedo pensando de tu comentario… La escuela como un ambiente ficcionado, como un espacio para la seriedad y el silencio tan lejos de la alegría. Buenas puntas para empezar el cambio!
Un abrazo,
Débora
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