Me gustaría traer esta reflexión sobre todo para quienes consideran que se pueden mantener al margen las políticas de la vida escolar. He asistido cómo varios gobiernos han intentado aplicar políticas educativas de “bajar línea” a los docentes, con la ilusión de “alinear a la tropa” en el sentido que quisieron marcar. Afortunadamente puedo decir que una y otra vez he observado el rotundo fracaso de estas acciones, aunque ninguna gestión ha desistido de intentarlo. Con mucho dolor debo decir que a fuerza de miedo la más “efectiva” fue la de la Dictadura, pero así y todo tuvo su fin, aunque sus implicancias aún las seguimos sufriendo en la vida escolar. ¿Habrá nostálgicos que querrán reeditar este impacto?
Empecemos por entender que los docentes no somos una tropa de zombies a quienes se nos arrastra tras las ideas de unos iluminados que nos dicen lo que tenemos que hacer. Si bien la historia educativa ha demostrado que la tecnocracia puede tener efectos importantes en la educación cuando se aplican “recetas” – que incluso algunos colegas reclaman-, pero que el sistema educativo conserva su heterogeneidad y su resistencia intacta. Lo poca permeabilidad existe para lo bueno y para la malo, pero garantiza que nada será tan fácil imputar porque las lógicas escolares son mucho más fuertes que la fantasía de la imposición unificadora de una gestión política. A pesar de que algunos crean lo contrario…
Con esto quiero decir que todo aquello que hace tan difícil que se produzca el cambio en una escuela, es lo mismo que nos protege de la aplicación mecánica de “lo que nos bajan”. Los docentes tenemos el efectivo poder de decidir en última instancia lo que efectivamente pasa en las aulas, aunque insisto sobre esto: para bien o para mal.
En cualquier caso, no puedo dejar de pensar sobre qué es lo que creen aquellos funcionarios de la política educativa que consideran que deben mandarnos cuadernillos indicándonos paso a paso lo que debemos hacer. No puedo evitar ver la profunda subestimación de nuestra tarea y formación que subyace a estas acciones y la negación del impacto que esto puede tener sobre el colectivo docente. De seguro que algunos pocos puedan estar felices de que les den “todo hecho”, pero mayoría tomará el material y se preguntará en qué alumnos y profesores pensaron los que lo hicieron y habrá resultado un enorme gasto para algo cuyo resultado será acotadísimo. ¿Por qué entonces perseveran en amar cosas desde equipos técnicos que no tienen idea de lo que pasa el día a día en la escuela? ¿Acaso los docentes no somos capaces de producir nuestros propios materiales de enseñanza? ¿Con qué creen que trabajamos todo el año?
Cuando los ministerios de educación se llenan de gente con escaso contacto con aulas reales, los cuadernillos pasan a ser la versión actualizada de la máquina de enseñar de Skinner.
La política de subestimación y ninguneo del docente está instalada socialmente y fogoneada desde las propias gestiones. Es claro que maestros y profesores necesitamos reflexionar y autocuestionar lo que hacemos porque nos debemos muchos cambios, pero de ahí a pensar que se va a obtener alguna mejora por corrernos a un lado y hacer que otros piensen por nosotros hay un abismo.
Estos años he visto llegar muchos “cuadernillos” de este estilo en donde todo viene preparado para el alumno. El rol del docente se reduce al de un “aplicador de cuadernillos”, lo más parecido al ejecutor del libro de texto que tanto criticamos. ¿Podemos acaso pensar realmente que desmereciendo de este modo la imagen del docente nos augura alguna mejora? Quienes llevan adelante estas políticas: ¿son conscientes de este desplazamiento de la figura de quien debe ser el responsable central de la enseñanza o lo hacen intencionalmente para intentar neutralizar los efectos de sus acciones? En cualquiera de los dos casos, pensar un cambio al margen de los docentes es garantía de fracaso.
¿Por qué no plantear los espacios reales a donde maestros y profesores puedan diseñar sus propios materiales didácticos en vez de sostener a grupos de “técnicos” que los arman y “bajan” sin ningún contacto con el aula? Mucha preocupación por los diseños, los colores, la impresión… ¿y por los contenidos, las formas de implementación y su verdadera llegada?
No me malentiendan, no todos los materiales son cuestionables: hemos tenido en nuestras manos algunas veces excelentes materiales producidos por alguna gestión político-educativa. Fueron aquellos que nos enseñaron a pensar las cosas de otra manera y que nos dieron la pauta de por dónde empezar a rediseñar nuestras propuestas de enseñanza a través de ejemplos o buenos modelos. Pero de ahí a recibir un cuadernillo con actividades prearmadas en donde el rol docente se reduce nada más que a entregarlos y juntarlos es sustancialmente diferente el planteo.
Si se produjeran recursos educativos abiertos y los docentes pudiéramos tener acceso a espacios virtuales y físicos de intercambio, seguramente estaríamos en mejores condiciones para la mejora.
Lo que más duele es la fantasía de las gestiones políticas de considerarnos seres manipulables cuasi descerebrados, que pueden llamarnos a bajar línea de lo que quiera el de turno. Cuando además en paralelo no existe ninguna convocatoria para el diálogo real y la construcción colectiva, el mensaje hacia maestros y profesores es claro. Pero también es claro que no hay más calidad sin contar con los docentes. La subestimación y el ninguneo no es el camino.
Es bueno recordar una vez más que los que estamos todos los días con los alumnos y sus familias somos nosotros. Los problemas los atendemos uno por uno y entendiendo los contextos. Y esto no hay cuadernillo masificado que lo pueda soslayar. El cambio sólo es posible con los maestros y profesores. Confianza y autonomía; espacios para diseñar nuevas estrategias; autoevaluación de nuestras prácticas y acceso a los recursos para mejorarlas; compromiso y reconocimiento efectivo de nuestra tarea. La cosa va por ahí, no por series de cuadernillos en donde viene escrito lo que tenemos que hacer.
Créditos imagen: -Dj Lu- Juegasiempre, Dominación. Fuente: Flickr.
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