Regreso de vacaciones. Siento que fueron muy breves para lo intenso y difícil que resultó mi 2016, pero también vuelvo llena de preguntas y reflexiones propias de estos períodos en los que quienes somos padres y madres aprovechamos para tener más espacios con nuestros hijos e hijas. Ya conté varias veces que soy madres de 3, lo que me permite atravesar al mismo tiempo diferentes etapas, diálogos y necesidades. El año pasado por ejemplo fue uno en el que convivieron tres niveles educativos en nuestra familia: primaria, secundaria y primer año de la universidad. Se imaginarán la diversidad y riqueza de los diálogos en la mesa, y también la cantidad de problemáticas que surgieron.
De estas vacaciones me llevo muchas preguntas referidas a lo difícil que es el mundo que les tocó vivir a nuestros chicos. A veces no entiendo por qué los adultos nos empeñamos en afirmar que en nuestras épocas “de jóvenes” todo era peor, más sacrificado, más grave… La cantidad de situaciones de incertidumbre e inmanejables que se les presentan a estas generaciones no creo que puedan compararse con las que vivimos. Sí, por supuesto que voy a exceptuar a quienes vivieron un contexto de guerra cuando eran niños, pero fuera de eso, me gustaría que pensáramos sobre varios de los temas cotidianos que los chicos afrontan hoy y con grandes recursos.
Las opciones que se presentan para todo a mi entender hacen mucho más difícil la toma de decisiones. Creo que cuando nosotros éramos más chicos, todo resultaba más binario o al menos venía socialmente determinado de formas contundentes que no daban mucho margen de acción a ninguno de nosotros. Sé que muchos discutirán esta idea, pero denme unos renglones más para explicarme un poco más.
Como siempre digo, no pretende ser exhaustiva en la enumeración, pero al menos abrir unas puntas para pensar y debatir. Arranco con algunos de problemas actuales que me parecen centrales.
La participación en la sociedad: a pesar de la extensión del uso de las tecnologías y todo lo que ellas conllevan como ventaja para el incremento de la participación, la intervención en redes sociales y medios genera para niños y jóvenes una innumerable cantidad de situaciones que enfrentar, para las que no están preparados. Lo que es peor: como los adultos las conocemos poco o algunos incluso eligen negarlas, los chicos se encuentran solos y sin guía en un mundo a donde “todo vale” y las reglas resultan más que difusas. ¿Cómo salir indemne de los posibles ataques y al mismo tiempo participar?
No voy a decir que la participación en nuestra época carecía de riesgos. Ni hablar para aquellos que eligieron la militancia política en épocas de dictadura que corrieron riesgo de vida, pero las situaciones eran más claras y los riesgos –si bien el inicio no se creían- estaban sobre la mesa y generaban cantidad de situaciones colectivas de prevención y supervivencia. Había cuidados, existían códigos. Y también es cierto que para una innumerable cantidad de jóvenes a quienes se les negaba el acceso a información, el problema de la participación ni siquiera estuvo en agenda hasta conocer la democracia.
Hoy algunos han logrado retomar el camino de la participación política, pero muchos no lo conocen ni entienden. Son ajenos a su naturaleza y se mantienen sobreinformados pero al margen de la opinión crítica. El exceso de información también provoca una suerte de parálisis que obstaculiza la comprensión del contexto.
Sin embargo, por el contrario, TODOS están implicados en las redes ya sea que elijan o no estarlo. Las redes sociales son el abc de la infancia y la adolescencia. Así es como todos están expuestos a situaciones como el ciberbullying o el grooming, que ilustran con claridad la presencia de nuevos problemas. La participación está atravesada de forma muy diferente a lo que los adultos conocíamos como tal.
La sexualidad: nos guste o no reconocerlo, todo parecía más simple en este campo. Las opciones eran pocas y muchos decidían vivir una vida de ocultamiento que por supuesto hacía todo más difícil, pero era la manera de resguardarse de la discriminación. La elección sexual no parecía ser un tema de agenda, venía como algo “predeterminado”. Los avances en este terreno han sido increíblemente fantásticos, pero no por eso han hecho más sencilla la vida de las nuevas generaciones. El inicio cada vez más precoz de la sexualidad, muchas veces violentado por los contextos, pone en evidencia que nuestros chicos deben lidiar con situaciones que no son capaces de manejar ni de entender. Y por supuesto que algunas existían en nuestra época, pero la exposición en los medios y redes vuelve a ponerlos en situaciones de vulnerabilidad que a veces no están en condiciones de registrar siquiera.
Hemos crecido mucho en términos de aceptar socialmente los géneros y transitar con naturalidad su convivencia en lo cotidiano. En este punto, “chapeaux!”.
Pero a pesar de haberse avanzado mucho sobre la prevención, resulta pavoroso observar cómo chicos y jóvenes siguen siendo expuestos a enormes peligros. Lo que hemos ganado en apertura respecto de abandonar tabúes, también se ha incrementado en potenciales riesgos. Es admirable cómo se transita la diversidad en la sexualidad, pero en paralelo asistimos a esa gran exposición que no siempre es posible manejar para ellos. ¿Y qué hacemos los adultos? ¿Qué intervenciones llevamos adelante para ayudarlos con todo lo que deben afrontar?
Los consumos problemáticos: qué tema difícil… Cómo cuesta poner límites cuidando sin caer en el simple discurso de moralina. Cómo nos cuesta salir de esta idea de que “todo da igual” en donde los chicos no logran identificar de modo alguno las consecuencias. ¿Les hemos hecho creer que la libertad viene de la mano de hacer cualquier cosa?. Y no me refiero al remanido “libertad o libertinaje” con el que nos corrían a nosotros cuando éramos chicos, sino del permanente aliento al consumo en todas sus variantes.
Parece que la vida consistiera en consumir: cosas, sustancias, alcohol. En el imaginario, pareciera que estar y pertenecer implica consumir. Y después al mismo tiempo les decimos que eso “no está bien”, o que “eso no se hace” pero en paralelo les damos mensajes contradictorios acerca de lo importante que es tener y ser exitoso. El discurso inagotable de la “cultura del esfuerzo” en compañía de todo lo que tienen a la mano, no deja de ser una invitación a tratar de sortear como sea los escollos que se les presentan.
Padres que comparten bebidas o drogas con sus hijos argumentando que así “los cuidan” mientras lo hacen; medios que muestran que tomando x bebida alcohólica se consigue lo que se quiere; son unos de los tantos ejemplos de los innumerables mensajes contradictorios entre los que se mueven. Y mientras tanto los algunos educadores esgrimen mensajes moralizadores o represores sin poder llegar nunca al nudo de la cuestión.
Las representaciones acerca del éxito o el fracaso: aquí es donde veo uno de los puntos más difícil de sortear. Mientras nuestros parámetros de éxito social corresponden a un mundo que ya no existe, la presión que reciben los chicos resulta muchas veces insoportable. Se les pide que vivan una vida que no les pertenece y que adscriban a principios que no entienden y menos aún comparten. No se les pregunta, pero sí se los coerciona.
La eterna juventud; una cultura sesgada por las apariencias; el culto a los cuerpos; el aliento constante al consumo y al tener; son algunas de las cuestiones afrontan. Ya no se trata simplemente de elegir una carrera, una profesión o una opción de vida: se trata de correr detrás de lo que se les exigen como parámetros de éxito y que está siempre fuera del radar de lo que pueden alcanzar. El clásico de “te faltan 5 para el peso” les confiere esa sensación de que nunca podrán estar al alcance de las expectativas que los adultos proyectamos sobre ellos.
Cuando hablamos de los “ni-ni” (ni trabajan, ni estudian) recordemos que estamos hablando de chicos sin proyección de futuro. Nosotros en cambio vivíamos para construir ese futuro, mientras que a ellos sólo les espera un gran signo de interrogación. No importa cuánto se formen, nadie puede garantizarles que podrán acceder a lo mínimo necesario para construirse un proyecto propio. En nuestra infancia el mensaje que recibíamos era claro: el que se esfuerza, llega.
¿Qué les queda entonces a los que no llegan a donde se espera de ellos? La condena, el lastre, la mirada que juzga porque sí. ¿Pueden con tan pocas herramientas enfrentar tanto?
Las inclusiones y las exclusiones: como consecuencia de lo anterior, estar dentro o fuera de los circuitos esperados resulta muchas veces la profecía autocumplida. Claro que siempre hubo círculos de pertenencias, pero hoy las exclusiones tienen un costo muy alto del que no parecemos hacernos cargo los adultos. Las exclusiones muchas veces se presentan brutalmente no sólo de manera psicológica sino que también se hacen carne físicamente, generadas muchas veces tanto por los adultos que debieran cuidarlos como por sus pares.
Las dolorosas situaciones que se generan se digieren como se puede. Con escaso o nulo acompañamiento y contención capean el día a día, sabiendo que a cada paso pueden ser excluidos de algún modo. Aunque creamos que no, nuestra infancia y adolescencia transcurrían dentro de circuitos más sencillos, caracterizados por alguna pertenencia que nos contenía. De hecho la mayoría de los hoy adultos conservamos algún grupo de referencia de esos años. Hoy, a donde la palabra “amigo” se ha desdibujado tanto en las redes sociales, los códigos resultan sin dudas al menos confusos. Las lealtades, las presencias, la conformación de colectivos, se juegan bajo reglas que se van inventando sobre la marcha y que no permiten anticipar ni protegerse.
¿Polémico todo esto?, seguro. Pero no por eso menos importante de plantear. Es probable que muchos no coincidan con esta mirada y que argumenten que “ahora tienen todo más fácil”. Yo creo más bien todo lo contrario, y que cuando les hablamos de “esfuerzo” estamos hablando de cosas bien diferentes. Hoy viven esforzándose por sostenerse a diario en una sociedad que los bombardea de cosas que no están preparados para digerir, al tiempo que muchos los acusan de “vagos” o “poco comprometidos”.
Los argumentos de que nuestras vidas eran más difíciles porque provenimos de familias más pobres; porque trabajamos desde pequeños o porque vivíamos para el estudio no resultan suficientes. Teníamos algunas certezas y opciones más marcadas, para mejor o para peor. Ahora, por el contrario, les pedimos a niños y jóvenes que transiten estas etapas como lo hicimos nosotros mientras navegan en un mar de incertidumbres y riesgos que muchas veces no acompañamos porque ni siquiera dimensionamos o comprendemos.
¿Hablamos lo suficiente sobre estos temas en la escuela? ¿Abrimos los espacios que necesitan los chicos y jóvenes para plantear sus dudas entre tantas incertidumbres que les toca transitar? ¿Somos capaces los adultos de entender esta complejidad desde su lugar y no siempre desde el nuestro? ¿Los estamos guiando?
Para quienes crean que escribo esto desde un lugar de haber tenido una infancia sencilla y feliz, desde ya les aclaro que nada más lejos. La situación económica, política y familiar era durísima. Sin embargo pudimos estudiar una carrera y construir nuestras vidas. Claro que no era fácil y muchas veces yo misma les digo a mis hijos que “hoy tienen garantizadas muchas cosas que yo no tuve”. Pero cuando escucho sus problemas o los de los chicos de la escuela logro dimensionar y entender por qué nosotros podíamos enfrentar las inclemencias y por qué ellos cuentan con tan poco para hacerlo. Un mundo binario era más sencillo de descifrar que éste tan complejo…
Creo que nos faltan herramientas, pero ante todo nos falta escucha e intervención oportuna. Es imposible entender aquello que no se observa y atiende. Corremos a chicos y jóvenes con argumentos convencionales mientras nos piden a gritos que los acompañemos de otro modo.
Hoy la infancia es muy complicada y necesita de otro tipo de adultos que dejen de prejuzgar e intervengan orientando. ¿Estaremos a la altura de lo que requieren de nosotros?
Créditos imagen: fantástica ilustración de Saulo Cruz, Pais e Gravidez na Adolescência, con licencia CC. Fuente: Flickr.
Coincido, nací en 1950.
Sigue siendo grato visitar tu blog Débora.
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Gracias Carlos!
Un abrazo,
Débora
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Muy buena la nota!!!!!!!
Mi nombre es María Guerra Alves y mi seudónimo Elízabeth Lencina.
Escribo para niños y adolescentes. Mis cuentos y novelas tratan las problemáticas que acabo de leer.
Cuando quieras, nos ponemos en contacto. Ofrezco algunas de mis obras en PDF. Por ahora solo edité una novela, ALGO EN COMÚN, que trata de seis chicos discriminados por diversos motivos que se conocen a través de un grupo de Facebook creado por uno de ellos.
Quedo a tu disposición.
Que tengas un excelente comienzo de ciclo lectivo!!!
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[…] cuando se trabaja con niños y jóvenes puede agobiar al ser más paciente del mundo, pero además la complejidad de la vida que ellos atraviesan hoy hace mucho más difícil el poder acompañar y contener sin un costo emocional altísimo para […]
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[…] Dentro de este juego de responsables múltiples, pero a donde los que dirigen el sistema tienen en su mano decisiones políticas que no se toman y que serían las que realmente podrían producir una mejora, los chicos quedan varados en un limbo. ¿Quién se ocupa de acompañarlos, seguirlos y orientarlos en el momento en que se encuentran más …. […]
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