Repetir de año: cuando el hilo se corta por lo más delgado

En la Ciudad de Buenos Aires ayer terminaron las mesas de examen de las denominadas “materias previas” y el mismo lunes comienzan las clases. En esta vorágine que se instala en el sistema educativo tras la única obsesión de cumplimentar más cantidad de días de clases, nadie responsable de las políticas educativas parece sentarse a ver el devastador impacto que eso produce sobre los alumnos.

La clásica frase que recorre los noticieros por estos días a donde se discute salario docente es “con los chicos en las aulas”, como idea instalada de que el solo hecho de estar dentro de ellas va a garantizar que aprendan. Quizás deberíamos empezar a desterrar este preconcepto y entender que no se trata sólo de “estar” sino de tener las condiciones necesarias resueltas para que esos aprendizajes se produzcan. Comprender esto implica asumir que la cantidad de tiempo no es la variable decisiva y comenzar a solucionar los problemas educativos por las cosas que realmente los definen.

“- Los chicos salen de la escuela sin saber leer” es un cliché de moda no solamente erróneo sino obturador de la capacidad de análisis real y de resolución para pasar a la acción. Primero porque generaliza sin explicar nada, tergiversando lo que realmente sucede. Segunda porque reduce complejidades que terminan siendo resueltas en términos tecnócratas: evaluación ligada a la medición que brinda respuestas cuantitativas generales cuando los problemas son situados y de esto modo se hace creer que se resuelve todo con más tiempo en las aulas. Sencillo: más de lo mismo no da como resultado que sea mejor.

Así se describe una escuela a donde “está todo mal” y en la que los responsables son los “docentes que no saben nada, vagos, adoctrinadores”. Todo empieza a mezclarse estableciéndose el sentido común reduccionista que despierta respuestas que confluyen en denigrar la docencia. En este contexto maestros y profesores oscilan entre el desencanto y la bronca sin poder accionar demasiado y se conforma un combo explosivo que sólo tiene como consecuencias la destrucción de la escuela. Sería bueno entonces parar la pelota y mirar la cancha antes de patear, empezando a pensar sobre una complejidad a donde no es tan sencillo buscar un chivo emisario.

Algunas pinceladas de realidad: la escuela como un queso gruyére

Recurro específicamente a esta metáfora para explicar lo que nos pasa hoy sobre todo en la educación secundaria, a donde la escuela está llena de agujeros que no se pueden cubrir.

Uno de los problemas más graves que atraviesa hoy en la Ciudad de Buenos Aires es la falta de docentes. Por este motivo muchas asignaturas quedan sin cubrir durante mucho tiempo o bien son tomadas por profesionales de las disciplinas que carecen de formación pedagógica, con las lógicas consecuencias que esto acarrea.

Si cruzamos este panorama con la enorme cantidad de situaciones sociales y económicas de las familias no atendidas por ningún área del Estado; situaciones psicológicas específicas que atraviesan los chicos (muchas como consecuencias de las anteriores); con la necesidad de atención y seguimiento que de por sí requieren los alumnos en la escuela secundaria, nos queda claro que podemos definir hoy la escuela como una bomba a donde todo el tiempo alguien enciende la mecha y el que puede corre a apagarla.

Les voy a contar una situación concreta que lo ilustra, para que puedan entender la profundidad del problema. En la escuela que dirijo tenemos como en todas un Departamento de Orientación Escolar que debiera estar constituído por 3 cargos: asesora/or pedagógica/o, psicopedagoga/o y psicóloga/o. Llevamos años reclamando que falta el último cargo y siempre nos lo niegan. Por lo tanto resulta imposible asistir a los alumnos que requieren de esta figura de forma indispensable. ¿Quién cubre esos “agujeros” escolares?.

Estas situaciones provocan una sobrecarga excesiva sobre los directivos y otros miembros del equipo, que terminan asumiendo tareas que no serían las propias y dejando de lado las inherentes a su rol. Y por supuesto cuando algo negativo pasa en la escuela, son los primeros en ser culpados por haber “hecho las cosas mal”. Es fácil señalar con el dedo cuando quienes tienen la responsabilidad de proveer las soluciones desde los organismos centrales de gobierno no lo hacen.

En este escenario los roles directivos se encuentran por un lado desdibujados, por otro sobrecargados y por eso muchas veces son esquivados por quienes estarían en condiciones de acceder a ellos: porque son garantía de enfrentarse de modo permanente a cuestiones que rozan con la violencia.

Dentro de este juego de responsables múltiples, pero a donde los que dirigen el sistema tienen en su mano decisiones políticas que no se toman y que serían las que realmente podrían producir una mejora, los chicos quedan varados en un limbo. ¿Quién se ocupa de acompañarlos, seguirlos y orientarlos en el momento en que se encuentran más perdidos?.

Los manotazos de ahogado

Hoy ha vuelto a circular con mucha fuerza el discurso de la vocación y el voluntarismo aplicado a las escuelas y los docentes. Ante un sistema que no responde la respuesta fácil apela a culpabilizar maestros y profesores, y por qué no directivos, olvidándose de que en el camino de la lapidación docente se va minando progresivamente su autoridad tanto en términos sociales como en el marco propio del aula. La desautorización como estrategia es una sábana corta porque los chicos necesitan de sus profesores para que los guíen, y perder la confianza en ellos para aprender es ni más ni menos que un boomerang. ¿En quién van a apoyarse entonces los alumnos para salir adelante si ven al adulto que tienen enfrente como un pusilánime del que toda la sociedad habla mal?

Las decisiones de política educativa que desconocen la voz y los problemas de las comunidades, son solamente cartón pintado. Llenar las escuelas de cuadernillos hechos por supuestos “especialistas”; bajar modelos de cómo deberían hacerse las cosas; montar plataformas que hay que usar porque sí sólo se constituyen en parches que no tocan la base real de los problemas del sistema.

En esta escuela “patas para arriba” la solución que encuentran es cargarla más y más de discursos vacíos y recriminaciones. Los docentes tenemos claro que hoy es necesario cambiar las prácticas de enseñanza para un mundo diferente, pero difícilmente podamos lograrlo y abocarnos a los temas centrales cuando no está resuelto lo más elemental. Podrán cargarnos de discursos verticalistas de innovación; de parafernalia tecnológica; de mandatos de cumplimiento del horario; pero no serán estos manotazos de ahogado lo que nos saque del pozo en el que estamos hundidos. Menos aún la estrategia de “vanguardias, emprendedores o pioneros” que en este contexto resulta más un “sálvese quien pueda” que una solución real para los gravísimos problemas que atravesamos en las escuelas.

La parte más delgada del hilo son los chicos

Hablamos de fracaso cuando se no aprende en la escuela pero también tenemos que hablar de fracaso cuando el Estado no responde a las necesidades básicas de los ciudadanos. Pensar en un alumno que repite de año nos debería remitir a una análisis de todos estos factores conjugados, a donde cada cual tiene una parte pero sin dudas quienes manejan el sistema más que otros. Igual, ¿importa eso cuando ya está todo perdido?. Seguramente como prevención, ¿pero para el chico que vive la situación de repetir y su familia?

Por supuesto cabe aclarar por las dudas que no siempre repetir de año es negativo. He conocido muchos casos en los que ha brindado un tiempo de maduración necesario para los chicos. El problema radica en cómo se toman estas decisiones en el nivel secundario, a donde no son producto del análisis de un equipo que pone sobre la mesa ventajas y desventajas para el alumno. Por la organización fragmentada en asignaturas del nivel medio, así como para la carencia de tiempos y espacio de trabajo en equipo para seguir y analizar caso por caso a los alumnos, el profesor que “bocha” a un alumno tiene escasa idea acerca del desempeño general que tiene en sus aprendizajes. Así por ejemplo, el profesor de ciencias exactas exige lo mismo a quienes están tienen una marcada vocación por las artes que a cualquier otro, cuando todos sabemos que una cosa son los saberes básicos y otra los que luego serán el pilar de la formación profesional elegida.

¿Cuántos docentes tienen la posibilidad de conocer profundamente a los alumnos y su capacidad de aprendizaje, cuando corren de curso en curso y muchas veces ni siquiera logran recordar los nombres de sus alumnos de tantos que tienen? En este sistema que promueve el anonimato, el fracaso escolar está a la orden del día. Mal puedo enseñar a quien ni siquiera logro entender cómo aprende. ¿Alcanza con la voluntad del profesor para cambiar esta realidad mientras el sistema siga como hasta ahora?

En este devenir de agujeros los chicos transitan solos, como pueden y a los ponchazos, muchas veces sin siquiera venir a pedirnos ayuda. Están acostumbrados a no ser escuchados y por lo tanto no exigen ni esperan más. Sencillamente asisten a la profecía autocumplida de su fracaso, algunos con más dolor y bronca, otros con trágica resignación. ¿Pueden imaginarse el impacto de esto sobre la autoestima de los chicos? ¿Cómo pueden volver a confiar en que podrán aprender después del “fracaso” si nadie los acompaña y asiste? ¿Cómo puede hacerlo hoy una escuela que no para de apagar incendios en vez de atender lo realmente importante, siempre distraída en lo urgente?

Cuando cierra el ciclo lectivo, algunos de los chicos y algunas de las familias lloran ante lo que viven como un fracaso. Muchos de los que estamos en la escuela asistimos con impotencia a estas escenas, pensando en todo lo que pudimos hacer y no logramos porque nos perdimos en la maraña que antes describí. Al final, a todos nos queda sólo el dolor y la frustración a pesar de los esfuerzos.

Podemos hablar horas de “la pérdida de la cultura del esfuerzo”; “la falta de atención de los chicos”; “lo poco que estudian”; “cómo especulan hasta último momento”; etc., pero entonces seguiremos en la línea de cortar el hilo por lo más delgado.

¿Este laberinto tiene salida?

Lo primero que me gustaría decir es que la escuela debe hacerse cargo de sus errores y responsabilizarse también por los fracasos. En esta línea, cuando los chicos repiten es importante analizar cada caso y ver la posibilidad de se queden en la escuela para acompañarlos de otra manera. ¿Será esto posible?

También es cierto que no siempre es bueno para todos los chicos quedarse en el mismo contexto: muchas veces el cambio de escuela hace la diferencia y los alumnos repuntan dentro de un escenario diferente. Lo esencial es tener la posibilidad de analizar en equipo y con las familias el caso por caso. Ahora bien… ¿cómo hacemos esto posible cuando los chicos terminan de rendir materias un viernes y el lunes siguiente empiezan las clases? Esta vorágine que imponen los gobiernos, corriendo detrás del cumplimiento de una cantidad de días clases y desconociendo las necesidades de contar con estas pausas para analizar y pensar, son lo que atenta principalmente contra las buenas decisiones que puedan tomarse. ¿Acaso es lo mismo quedarse con partes de 3 materias sin aprobar que con 9 materias enteras? Si como sabemos lo social condiciona fuertemente el aprendizaje, ¿cómo influye en el caso de cada chico en particular? ¿Están todas las familias en condiciones de afrontar un cambio de escuela? ¿Es ésta la mejor escuela para este chico? Hay muchas cuestiones para considerar en la situación de repetición y diferentes planes de acción a seguir para cada cual.

Este panorama obliga a equipos directivos y familias a tomar decisiones poco ajustadas a las necesidades propias de cada chico y más ligadas a la desesperación de garantizar una vacante que a acompañarlo en lo que requiera para su aprendizaje.

Si tan solo alguna vez los que están en los ministerios y toman decisiones pensaran en estas cuestiones esenciales, en vez de correr detrás de estadísticas, mediciones y burocracias, seguramente tendríamos una escuela mejor.

En medio de este berenjenal es bueno que las familias escuchen los deseos y necesidades de los chicos y que no se dejen correr por la inercia de un sistema que -a pesar de que los pone en el centro de los discursos político-educativos- realmente no piensa en cómo les afecta a ellos toda esta fragmentación, segmentación y burocratización a donde los alumnos sólo son un número.

Los docentes queremos discutir estas cosas, no queremos estar discutiendo todos los años salarios. Queremos que nos paguen dignamente lo que nos merecemos por un trabajo que implica enorme responsabilidad y compromiso de nuestra parte sin tener que discutirlo, como se hace en los países a los que realmente les importa la educación. Los directivos no queremos estar atendiendo las fallas del edificio, las cuestiones de limpieza, la respuesta a miles de expedientes: queremos ocuparnos de lo pedagógico que es lo que sabemos. Los docentes queremos enseñar y buscar la manera de hacerlo cada día mejor, eso es lo nuestro.

Sólo si se resuelven nuestras condiciones más elementales nos podremos abocar a pensar en las cuestiones verdaderamente importantes como el por qué del fracaso escolar. Mientras nos tengan ocupados con otras cosas, no habrá cambio posible. Cuando los gobiernos hagan lo que les corresponde, sabrán que estamos dispuestos a discutir todos los temas clave que condicionan el cambio educativo. Convóquennos, dennos los tiempos y los espacios, y allí estaremos siempre dispuestos. Cuando lo urgente no tape lo importante.

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Un comentario

  1. Excelente! ! Los actores reinvindicaban «somos actores, queremos actuar». Acá habría que decir ‘somos docentes, queremos enseñar».

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