Ponerse en nuestros zapatos

Me cuesta mucho escribir. Es muy reciente la pérdida de nuestros colegas de la escuela de Moreno Sandra y Rubén y todavía el dolor está muy a flor de piel. Pero también siento que así como todos los directivos de Moreno se reunieron y acordaron no volver a las escuelas hasta que haya una inspección fehaciente de que se encuentran en condiciones, todos los demás tenemos que trascender el miedo y hablar de lo que pasa en nuestras instituciones. Es imperativo, no podemos esperar un minuto más.

Voy a hacer un breve relato para que quienes no conocen lo que venimos reclamando para las escuelas públicas entiendan la impotencia que sentimos hoy. Aclaro que mi experiencia personal es dentro del distrito más rico y privilegiado del país, la Ciudad de Buenos Aires, por lo que me produce hasta pudor contar una realidad que no llega a revestir ni la mitad de la gravedad de la de mis colegas de la Provincia de Buenos Aires o incluso de los de mi propia jurisdicción pero que se encuentran en zonas desfavorecidas como quienes conducen la escuela conocida como “Banderita”, que este año sufrió su desguace que sin embargo no trascendió en los medios más de un día.

Comienzo contando que quienes ascendemos a cargos de conducción tenemos el sueño de transformar y hacer crecer nuestras escuelas: llevar adelante proyectos pedagógicos; conseguir que nuestras comunidades tengan acceso a lo mejor; hacer lo imposible por que nuestros alumnos estudien en las mejores condiciones. Sin embargo, apenas asumimos los cargos caemos en la cruel realidad de que, sin exagerar, dedicamos el 90% de nuestro tiempo a atender las cuestiones inherentes al mantenimiento de los edificios y las condiciones para el dictado de clases, junto con el abarrotamiento burocrático inherente a lo administrativo. ¿Cuánto espacio nos queda para nuestros “sueños pedagógicos”?

En el casos de las instituciones como las que dirijo, accedemos al cargo por elecciones y presentando proyectos. Para que se den una idea de todo lo que nos proponemos, aquí les comparto lo que fue nuestra propuesta como equipo: proyecto “Juntxs X por la Escuela Pública”. Mientras la Ministra de Educación y sus funcionarios dicen que no queremos cambiar; que somos ineptos y conservadores; que “nos resistimos”; nosotros generamos propuestas y seguimos apostando a la escuela. ¿Están dadas las condiciones? ¿Quiénes son los responsables de que así sea?

Leo a una querida colega que pone en un chat: “La cantidad de veces que hacemos cosas que no nos corresponden para poder seguir!” y no puedo dejar de pensar en cada día de escuela. Los directivos, sin preparación alguna inherente al mantenimiento de edificios, cada jornada revisamos, observamos, damos aviso. La gran parte de las veces nos tratan de molestos, de ignorantes, de exagerados. Antes de ayer llegaron a decirme que “no hay que sembrar paranoia”. Sin embargo, si algo inherente a la seguridad en la escuela sucede, ¿saben quiénes son señalados como responsables? ¡Los directivos! Los mismos que somos tildados con desprecio; somos atacados por nuestras advertencias. Y quiero ser justa e incluir en este grupo también a los docentes, que nos acompañan permanentemente en esta observación y resguardo y nos ayudan a detectar las situaciones de riesgo.

Nuestras jornadas transcurren recorriendo el edificio, atendiendo lo que se detecta y pidiendo solución a los problemas porque hay que aclarar que las escuelas no cuentan con equipos estables de mantenimiento. Ni siquiera una institución como la que dirijo, que tiene 2 edificios y varios pisos que ocupan una manzana completa y por la que circulan alrededor de 5000 personas, tiene personal de mantenimiento permanente. Para cada cosa hay que pedir que vengan a reparar y lidiar con la burocracia del sistema, además de implorar para que vengan a resolver. En el mejor de los casos nos responden que será al otro día y que tengamos paciencia en la inconmensurable lista de pendientes que se van acumulando. «- Hay prioridades, todo no se puede junto», suelen respondernos. Y mientras tanto nosotros nos debatimos entre la duda de cuánto tiempo pasará para que vengan a cambiar por ejemplo todos los vidrios por reglamentarios, encomendándonos a la suerte para que nada suceda y extremando medidas de resguardo y prevención. También reclamamos reiteradamente y aguantamos que nos traten de molestos por hacerlo. Esto consume y se lleva casi todas las horas de nuestra jornada laboral.

Paradójicamente, también muchas veces recibimos el enojo de las familias cuando hacemos pedidos preventivos, sobre todo cuando afectan la jornada escolar. ¿Saben cuántas noches nos desvelamos por la preocupación de que pueda suceder algo? ¿Saben cuántas veces evitamos que efectivamente suceda?.

Como si esto fuera poco, vivimos amenazados por una gestión cuya única obsesión es sumar días de clase a como sea. Recuerdo este año que pasamos casi 3 días sin agua en nuestra escuela: cuando al inicio decidimos levantar las clases porque no se podía estar sin suministro ni garantizar las mínimas condiciones de higiene requeridas, la cantidad de cosas que nos dijeron. Mientras tanto nadie daba solución efectiva al problema: todas las propuestas salían de nosotros y estuvimos permanentemente tomados como “sospechosos” al punto de deslizar que teníamos algo que ver con la falta de agua. Cuando dábamos alguna propuesta nos cuestionaban lo que opinábamos porque claro… ¡”no saben de mantenimiento”! ¿No sabemos?  Después de un año de gestión les puedo garantizar que cada directivo se vuelve un experto en infraestructura, mantenimiento, inspección de riesgos y gestión de recursos en situaciones de emergencia. ¿Pero para eso asumimos nuestros cargos?

Claro que en paralelo están las campañas y los reproches sobre “los resultados de las pruebas de calidad de los aprendizajes”. ¿Y a quiénes se hace responsable? Por supuesto que en primera instancia a los mismos directivos que nos vemos sumidos en la maraña de intentar tapar los baches para seguir dando clase. Además nos convertimos en psicólogos; trabajadores sociales; luchadores que defienden a los chicos de violencias cotidianas; corredores de ladrones en la puerta; acompañantes terapéuticos; inspectores de salubridad; administradores de comedores; gestores de los escasos fondos de las Cooperadoras para cubrir todo lo que se necesita; supervisores de quienes hacen algo del mantenimiento u obras; financistas de lo que falta para dar clase; etc., etc., etc. Podría usar una página entera enumerando las acciones que llevamos a cabo en cada día escolar y que no están vinculadas con lo pedagógicos. Pero eso sí… ¡después nos corren con la calidad!

Ahora… ¿por qué hacemos todo esto? ¿Somos locos, masoquistas? La verdad que algo de esto debemos tener, pero en nuestra defensa les digo sencillamente que tenemos sueños, utopías. Creemos que en algún momento todo esto que atendemos será solucionado y podremos ocuparnos de lo que elegimos hacer. También hay que decir que no toleramos ver a nuestras alumnos y a sus familias pasar tantas situaciones de dolor que nadie atiende y ahí es cuando ponemos el cuerpo para salir a hacer lo que quienes debieran no hacen.

Es sencillo: el Estado es responsable y los gobiernos de turno son los que establecen mediante sus políticas las condiciones para que podamos enseñar y los chicos puedan aprender.

Política… ¿esa “mala palabra” como la quieren presentar los funcionarios que dicen que nuestros reclamos “son políticos”? Es política desatender la infraestructura y el mantenimiento de las escuelas. Es política no tener suficientes equipos de apoyo y orientación. Es política bajar la calidad de los alimentos de los comedores. Es política sub ejecutar presupuestos. Es política haber abandonado la escuela pública de modo tal que hoy llegamos a lamentar las muertes de Sandra y de Rubén. ¿De qué nos están acusando entonces?

Cada paro docente escuchamos en los medios el ataque sistemático a nuestra profesión: que tomamos de rehenes a los chicos; que se pierden días de clase. Nadie parece escuchar que junto con nuestros reclamos salariales están siempre los reclamos por las condiciones de infraestructura en que están nuestras escuelas. No parece entenderse el riesgo al que nos enfrentamos todos días. ¿Es mejor tener clase a como sea?

“- No tenemos más muertos porque tenemos suerte” dice una compañera.

¿Había que esperar la trágica muerte de Sandra y Rubén para empezar a entender? Y quiero ser clara: tampoco creo que el reclamo salarial sea poca cosa porque la pérdida del poder adquisitivo del salario docente en los últimos años ha sido espantosa y provoca una pauperización creciente. ¿Acaso un maestro que no puede comprarse un libro o que corre entre 3 cargos diarios porque no llega a fin de mes puede ser exigido porque su enseñanza no tiene la calidad esperada? ¿No es clara la relación entre estos factores?

Cuando llegamos con el cuerpo cansado de la escuela, con la desazón de haber enfrentado todo el día cantidad de tormentas diferentes; con la escasa satisfacción de haber podido frenar al menos alguna de ellas; lo que nos sostiene es nuestra elección. No somos mártires: estamos en la escuela porque queremos cambiar las cosas. “Idealistas”, tal vez sea lo máximo de lo que puedan acusarnos. Algunos tratan de corrernos por el lado de la “vocación”, esa expresión que tanto se ensucia y enarbola en nombre de una supuesta abnegación que debería darse de manera sumisa, agachando la cabeza. Pero sepan que no es así como vamos a conseguir mejorar la educación.

Por último, quiero pedirle a los periodistas -como profesionales- que reflexionen toda vez que se hace un reclamo docente, porque lo que exigimos es principalmente por sus hijos, por sus sobrinos, por sus nietos… No se trata de mezquindades o corporativismos: estamos peleando por una educación mejor, pero también muchas veces por algo tan elemental como no correr riesgos de vida cada día en las escuelas. ¿Saben el dolor que sentimos que los escuchamos hablando de nuestra tarea diaria de manera despreciativa y lapidaria después de lo que la enorme mayoría de los docentes y directivos soportamos cada día en las escuelas?

Necesitamos que haya un periodismo que no sea cómplice del ocultamiento de las condiciones en las que trabajamos y que nos ayude a mostrar la realidad. Para eso también es importante que sepan que se siembra el miedo para que los directivos y docentes no hablemos. Así que cuando los representantes gremiales toman la palabra, recuerden que recogen las voces de un enorme colectivo que es silenciado, disciplinado y amenazado con sanciones. Si alguno osa hablar o mostrar imágenes de su escuela, automáticamente comienza el hostigamiento de la gestión política sobre el directivo. En algunas ocasiones incluso se ha llegado a dictar normativa para que los equipos de conducción no puedan hablar con los medios. ¿Cómo se expresarían en este contexto nuestras voces si no fuera a través de los representantes sindicales que tanto se han demonizado?

La realidad de las escuelas duele porque sencillamente hay abandono de las funciones esenciales del Estado.

Hoy escribí desde la indignación, la impotencia y la bronca. Disculpen tal vez mi escritura un poco desordenada. Espero que estos sentimientos sean el motor para que luchemos juntos porque nos devuelvan la escuela pública que queremos. Es momento de sumar fuerzas. Se lo debemos a Sandra y a Rubén.

 

Un comentario

  1. Sumamente pertinente para las cosas que están pasando, las desproligidades que se están perpetuando en las escuelas duelen y las escuelas de Retiro son un más que claro ejemplo actual.

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