Cómo llegar a fin de año escolar y no morir en el intento

En nuestro país siempre que empieza noviembre arranca un período durísimo en las escuelas. Sin embargo este año pareciera que no podemos salir de la sensación de que “nos pasó un camión por encima”. No recuerdo haber escuchado tanta desesperanza, dolor, impotencia y agobio como en este noviembre que recién empieza. Lo veo en docentes, en estudiantes, en familias, en mis colegas de equipos de conducción. No hay casualidades, hay hechos. Lo que hemos vivido tanto en la sociedad en general como en las escuelas en particular, nos ha dejado arrasados. Tal es así que yo misma no he logrado escribir sistemáticamente en el blog, algo que desde hace 5 años había logrado mantener hasta este accidentado año.

¿Qué hacemos? ¿Cómo seguimos? ¿Cómo llegamos a fin de año?

Hace un tiempo escribí una entrada que se llamaba “Lo que nos sostiene”, una suerte de enumeración propia de pequeñas cosas que hoy se resignifican y cobran otra dimensión. Hoy casi que me siento obligada a pensar en una lista mucho más extensiva y profunda, pero lo cierto es que por más exhaustiva que sea, es probable que no logre impactar ni mínimamente en el contexto de bajón generalizado.

Hay momentos sin embargo en que apelo al “deber ser” de la docencia y opino que deberíamos poner por delante con fuerza todo lo que nos permite seguir: una especie de “último esfuerzo” para llegar al receso a recargar pilas luego de un año tan difícil. La ecuación es sencilla: si apelamos a nuestra capacidad de resiliencia sobrevivimos. Y sencillamente voy a decir que nuestros alumnos/as lo necesitan. Resignifiquemos el viejo “optimismo pedagógico” y hagamos de él una poderosa herramienta que nos permita transitar esta dura etapa.

Las pequeñas cosas, de nuevo…

Hace pocos días tuve la maravillosa suerte de escuchar la conferencia de Phillipe Meirieu en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Quiero contarles que cuando terminó me sentí “empoderada”: como si me hubiera transmitido una altísima dosis de esperanza que me andaba faltando. ¿Qué fue lo que produjo en mí ese efecto? ¿Podré llegar a producir la décima parte de eso en quienes me leen o en quienes trabajan conmigo hoy en la escuela? Voy a tratar de explicar lo que sentí al escucharlo.

A medida que avanzamos con nuestra profesión, vamos construyendo un marco análitico y de referencia para la práctica pedagógica y lo vamos recreando, ampliando, sosteniendo y cuestionando de manera permanente. En este sentido, lo primero que me pasó al escuchar a Phillipe Meirieu fue el confirmar que las referencias conceptuales que desde hace años tomo para construir mi propio modelo de la práctica pedagógica, coincidían casi completamente con las que él mencionaba. Ahí volví a entender que no era una casualidad: que hay un camino, un recorrido coherente de formación que te lleva a autores, debates e ideas que operan como “faros” que te van orientando. Hay mucho de intuición en cómo vas recogiendo esas “señales” y cuándo las ves articuladas dentro de un modelo pedagógico claro y coherente, pero te transmite la tranquilidad de que vas “por el buen camino”.

Meirieu en su conferencia nos alentaba  a construir una pedagogía emancipadora para estos momentos difíciles. Explicaba con suma claridad que lo que está pasando en nuestro país responde a una tendencia internacional que es necesario frenar antes de que arrase nuestros sistemas educativos. Hacía rato que no veía con tanta claridad la relación entre las dimensiones políticas y pedagógicas como en lo que presentó en su análisis. Reconfirmó de este modo que, robando una frase poco feliz usada en otro contexto, estamos “haciendo lo que hay que hacer”. Su presentación nos compromete de nuevo, nos lleva a seguir adelante configurando redes de trabajo que nos fortalecen. La fortaleza está, aunque a veces el contexto abrumador logre taparla.

Lo que no salva son los colectivos

Además de este discurso alentador de un pedagogo de la talla de Meirieu, este año también hicimos un profundo trabajo de resignificar y valorar lo cotidiano. Veo tal vez como nunca cómo circula el afecto en los vínculos que construimos entre docentes y estudiantes, la necesidad de abrazo reconfortante en medio de días tan duros. Palabras sentidas entre colegas, necesidad de expresarse, de cuidar lo institucional. Transitamos los pasillos y las calles llenos de pines que muestran nuestras referencias y pertenencias; de pañuelos que nos acompañan y nos reconocen. Las paredes de la escuela se llenan de poderosas expresiones de ese sentir: a veces son frases, a veces puro arte. El arte que recorre la lucha por nuestros profesorados es definitivamente una bocanada de aire puro. Lo que es realmente increíble es que hemos construido un enorme colectivo entre instituciones de nuestros profesorados, a donde nos reconocemos en cada acción que llevamos adelante y nos apoyamos. Encuentro gente en una marcha que me dice “- Hola, te conozco de Twitter!” y sólo con ese guiño nos damos fuerza para continuar.

Un escenario de conflicto hoy necesita mirarse como un espacio de creatividad para que no nos aplaste, pero lo central es entender que la clave está en las redes, en los entramados que podemos construir para sostenernos y acompañarnos, ayudándonos a transitarlo colectivamente.

La escuela pública está atravesando uno de los períodos de mayor ataque y virulencia contra ella. Difícil transitar sus espacios sin sentir el agobio ante estas campañas de desprestigio y desvalorización. Por eso hoy más que nunca el cuidar, querer, valorar, pertenecer cobran nuevos sentidos. No se trata sólo de pañuelos y pines sino de lo que significan en términos de reconocernos como parte de ese algo que se ha generado y que por suerte va creciendo.

Nos queda aún un paso: el de poder lograr producir más allá de responder a las urgencias y a los embates cotidianos. Que nuestras acciones no sean sólo defensivas sino que se adelanten, que construyan discursos e instalen discursos y prácticas, que marquen caminos. No es fácil a esta altura del año y con este cansancio, pero hay que tenerlo en la mira para evitar perderlo de vista.

Pueden atacarnos por todos lados, pero aquí estamos: firmes y unidos, por nuestra escuela pública. Mal que les pese a los agoreros. #NuestrosProfesorados este año han dado cátedra acerca de esto.

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