Educar en tiempos turbulentos

Son semanas extremadamente movidas en el ambiente educativo de la Argentina: en este punto, creo que debemos festejar que se empiece a hablar a de ciertas cosas. No sé si importa demasiado a quién agradecerle poner la escuela secundaria en agenda, pero allí está, siendo discutida por la comunidad y visibilizada en los medios (con todo lo positivo y negativo que esto implica). Claro, con las consecuencias clásicas en este tipo de casos: se dice cualquier cosa, muchas sin ningún fundamento. ¡Ojo! No veo mal que se opine, pero en educación a veces hay que guardarse un poco si tu único sostén de lo que decís es haber pisado la escuela cuando eras chico.

Los que estamos en las instituciones educativas de la Ciudad de Buenos Aires hemos sufrido estas semanas diferentes tipos de embates. Con la proliferación de las tomas de las escuelas medias en reacción a la incipiente implementación del proyecto “Secundaria del Futuro”, quedó un poco atrás en otro intenso debate sobre si el tema de la desaparición de Santiago Maldonado era “digno de la escuela” y provocaba adoctrinamientos en masa de niños y jóvenes fácilmente influenciables. Interesante preguntarnos desde cuándo se le ha comenzado a atribuir tanto poder a la escuela, a esa misma “pusilánime” y “desastrosa” que todos critican tanto. ¿Podría un moribundo tener tanta fuerza para agitar estos fantasmas?

Cuando empecé a estudiar la carrera docente, una de las primeras preguntas que nos plantearon fue cuál era la función de la escuela. Las múltiples respuestas posibles corresponden sin dudas a momentos históricos que van desde la sarmientina idea de garantizar el derecho a la educación y el acceso a la “civilización” para alejar la ignorancia, hasta la    clásica “formación del ciudadano”; pasando obviamente por todos los matices de época. En este abanico, quizás tengamos que volver a pensar hoy de qué hablamos cuando hablamos de construir ciudadanía, porque los sentidos comunes circulantes no parecen ir todos en la misma línea.

La instalación de un fuerte discurso social de demonización de la política, del que los medios se han hecho no sólo eco sino sobre el que han plantado sus banderas, nos llevan necesariamente a volver a definir lo más esencial de la democracia. ¿La política hoy es la imagen sarmientina de la barbarie amenazante?

Basta con googlear la definición de democracia para que aparezca:

“democracia: nombre femenino

  1. Sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes.
  2. Régimen político basado en esta doctrina.”

Qué rareza entonces este repentino “espanto” por “la política”. ¿Acaso se trata de un espanto por las formas más elementales de la democracia?

Hablar de democracia es referirse necesariamente a participación, voto, debate. En cualquiera de las acepciones que pensemos en el término política nos vamos a referir a estas cuestiones. ¿Por qué entonces silenciar, ningunear y alzar la bandera de la “apolítica” en la escuela? Formar ciudadanos en democracia nunca puede pensarse al margen de estas cuestiones.

¿Cuándo fue que la escuela era “apolítica”?

No tengo duda alguna: para quienes nos educamos en la escuela de la Dictadura la diferencia entre la ausencia de la política y la escuela democrática salta a la vista de manera directa. En mi escuela secundaria se prohibía la participación explícita aunque se hacía a escondidas; se reprimía el debate, aunque clandestinamente pensábamos igual. Pero voy a relatar un ejemplo de lo que creo define mucho más clara esta discriminación entre escuela de la democracia y lo que no.

Transitábamos creo 1981 con mi querida amiga y compañera de banco, de esas amigas que son “tu mitad”, cuando una profesora de Historia nos llamó por separado a ambas para hacernos sendos interrogatorios sobre las actividades “políticas” de la familia de mi amiga. Por supuesto en el combo las mías (inexistentes) eran también sospechosas. Ambas muertas de miedo respondíamos lo que podíamos como podíamos, a sabiendas de que esa no era una mera “charla escolar” sino que habría consecuencias que trascenderían nuestra escuela pública. Teníamos 15/16 años.

Nunca logré olvidar el terror que me produjo ese interrogatorio, que venía de… ¡mi profesora de Historia! Yo era “buena alumna”, las represalias no serían académicas. En esa charla nos dejó bien en claro que no podíamos emitir ningún tipo de opinión sobre nada y con nadie, que el silencio hacia afuera era la única opción y con ella el único camino era la “delación”.

Muchos años después, 2003 creo, yo coordinaba un proyecto en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y había sido invitada a exponerlo en un evento. Antes de hacerlo, al ingresar a la escuela a donde se realizaba la actividad me encuentro con aquella profesora de Historia del interrogatorio. Un frío me corrió por el cuerpo, se me cerró la garganta. No entendía qué hacía ahí ese personaje nefasto. Adivinen…

De pronto me entero que esta profesora había sido “premiada” por el sistema educativo y que era Supervisora del sistema: ni la democracia había conseguido filtrar estos personajes. Y era la misma democracia quien me llevaba a convivir en ese evento con aquella persona que había sido como una especie de “torturadora psicológica”, dándole además el poder de “supervisar”.

¿Tenemos claro entonces cuál es la escuela “apolítica”? ¿Esa es la que se invoca? Porque si es así estamos teniendo problemas más graves de los que creemos. Deberíamos temer más a esta historia que a espantarnos porque hay «política» adentro de las escuelas.

Bla bla “el pensamiento crítico”

Una de las frases hechas con más rating es que la escuela enseña pensamiento crítico. No me voy a detener en este punto porque ya lo hizo previamente y muy bien Manuel Becerra en “Fue la pluma”, pero a algunos se les soltó la cuerda porque de la nada este latiguillo se volvió más poderoso de lo que creíamos como para que por ejemplo un Alejandro Rozitchner declare que “el pensamiento crítico es un valor negativo”. Extrañamente la divergencia; los argumentos; los fundamentos; el debate; etc. pasaron a representar los “peligros”, aquello que debe mantener al margen de las instituciones educativas “para no contaminarlas”.

Algo que nos parecía hasta no más que una frase hecha adquirió un inusitado valor en la reivindicación de estos estos fantasmas del “librepensamiento”.

¿Qué nos está pasando como sociedad para que carguemos a la escuela de semejante nueva grieta? ¿Acaso no alcanza con tener que lidiar con las otras que la impregnan y la desgarran cada día?

La escuela no es la arena de lucha de la campaña partidaria y no debería exponerse a sus directivos y docentes a estar en medio de ella. Los chicos no son “rehenes” ni víctimas pasivas de adoctrinamientos: son seres pensantes; con sus conflictos y argumentos. Y no porque sean “sujetos políticos en formación” como señala Mariano Narodowski eso desmerece, subestima o anula el valor de sus planteos y debates. Hay tanto adulto sin experiencia de debate político alguno que si fuera por eso tendríamos que “vedar” la opinión de todos los que están “en formación”? ¿Cuándo se comienza a ser “actor político”? ¿Qué define que lo sean? ¿Acaso un adulto no es susceptible de ser “adoctrinado”? A las pruebas me remito… Sí, claro, niños y jóvenes no son iguales a adultos. Sin embargo, y a juzgar por muchas de las actitudes que observamos en los últimos tiempos, los roles parecen confundirse bastante.

Educar es hoy cada vez menos transmitir y mucho más analizar, reflexionar, argumentar. En la era en donde el acceso a la información es inmediato, lo importante es aprender a distinguir la validez y confiabilidad de esa información, que es la gran deuda pendiente de la escuela. ¿Cuánto de esto puede aprenderse si hablamos de la realidad y hablamos de política en la escuela? Nada mejor que confrontar discursos políticos con hechos; fuentes y datos concretos. ¿Eso querría decir que vamos a hacer campaña a la escuela? Si fuera así, nunca podríamos haber aprendido por ejemplo nada de Historia, menos aún de Formación Ética y Ciudadana. Ni hablemos de la argumentación en Prácticas del Lenguaje ¿Cuándo fue que empezamos a ver estos objetos de conocimiento como “sospechosos” en la escuela?

Recuperar el lugar de la escuela, valorar el criterio docente

En este “manto de sospecha” que la escuela y el docente supieron conseguir, los medios tienen y han tenido un rol preponderante. El permanente fogoneo desprestigiante hacia maestros y profesores ha llegado a un impacto tal que la autoridad de conocimiento de quienes enseñan ya no se visualiza. Padres y madres que reclaman que quienes educan a sus hijos en las escuelas sean seres sin opinión ni sentimientos, muestran a las claras una de las principales paradojas actuales. El “maestro sospechoso” vuelve a la cancha como en los mejores años de la dictadura y es llamado a ser colgado en la plaza en caso de exhibición de pensamiento propio expresado públicamente. Pareciera que los docentes somos los únicos seres que en vida democrática no tenemos derecho a opinar nada, algo así como unos “zombies silenciados” para el imaginario popular.

¿Cómo se puede enseñar en las escuelas sin contar con autoridad pedagógica alguna, porque ha sido raleada y pisoteada en todos lados? ¿Se imaginan posible establecer algún límite en un aula después de que los chicos y jóvenes han escuchado cómo los medios llaman a silencio a sus maestros y profesores? ¿Hay alguna posibilidad de educar siendo un “docente sospechado”? ¿Por qué los docentes deberíamos callarnos en una sociedad democrática?

Es muy poco el margen que nos queda en las escuelas para mantener a los chicos y jóvenes resguardados de las agresiones entre adultos a las que asistimos a diario. ¿Tenemos que pintarles una realidad que no existe? Basta con encender la radio, la tele o ver un diario para entender que hoy no se puede estar al margen de este clima social. ¿No es hora de que paremos un poco la pelota?

El primer paso sin dudas está en confiar en el criterio docente: creer que un maestro o profesor va a hacer campaña a un aula es llanamente subestimar no sólo a los alumnos sino también a los propios enseñantes. Todos hemos tenido referentes que nos han enseñado a pensar de forma autónoma y no por eso nos han “adoctrinado”. Enseñar a pensar implica generar dudas en los alumnos; instalar cuestionamientos; solicitar fundamentos. Los alumnos nos interpelan todo el tiempo y es imposible que nos dejen pasar cualquier cosa que decimos como válida. Y esto, afortunadamente, sucede desde la educación inicial. Sin embargo es innegable la influencia de aquellos con quienes nos identificamos afectivamente, incluso a quienes les “perdonamos” pensar diferente a nosotros. ¿Quién no ha tenido algún docente del que aprendió mucho pero con el cual no coincidía para nada en su forma de pensar?

La única manera de esbozar una salida es recuperando el diálogo en la escuela: docentes y alumnos; con las familias, con la comunidad educativa en su conjunto: abandonar el clima de sospechas, restablecer confianzas elementales, aportar otras formas de relación y comunicación desde los adultos. Volvamos al viejo paradigma de los “buenos modelos”.

Ya lo decía el conocido refrán:

“La culpa no es del chancho sino del que le da de comer”.

La escuela pública es el mejor espacio para aprender no sólo contenidos sino a vivir en democracia. Alejemos el discurso del miedo y arremanguémenos para trabajar juntos, porque sino -en breve- “se nos viene la noche” y nos vamos a encontrar con que de la escuela sólo nos queda tierra arrasada.

Créditos imagen: "Storm chaser's incredible photos document just one month spent in Tornado Alley". Fuente http://komonews.com/weather/scotts-weather-blog/storm-chasers-incredible-photos-document-just-one-month-spent-in-tornado-alley

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2 comentarios

  1. Acuerdo en general con tu ubicación acerca del objetivo de la educación en escuelas públicas,No obstante necesito realizar algunas aclaraciones.Somos seres políticos,es decir venimos de un grupo,familiar o el que fuere en el cual valores rigen la convivencia y a la vez estructuran una mirada hacia la vida y la comunidad en la que vivimos.Crean un ordenamiento de cómo ver y entender lo que nos rodea.Inexorable.Necesito diferenciarlo de una política partidaria y entre nosotros se confunde al decir que» la política no entre en las escuelas» Disparate.La escuelas,amén del sistema educativo vigente se comportan con una práctica política.En nuestras escuelas al igual que otras instituciones,como los hospitales–medio que conozco desde adentro-han sido concebidas con un modelo vertical que muchas veces ha sido atentatorio con un orden democrático,al requerir sometimiento.Hoy eso «cruje».Considero que en las escuelas ,desde la primaria debiera conocerse nuestro contrato social es decir la Constitución Nacional.También realizar la tarea de un modo democrático diferenciando roles y marcando esa situación cada vez que aparece.O en los recreos observar conductas de acoso y trabajar grupalmente sobre ese y otros temas.Esa base de tarea política habilitaría a una participación con fundamento.En esta rebeldia–bienvenida-juvenil sólo he escuchado slogans,partidarios. que no conocen a fondo No tienen idea de nuestra Constitución y qué reglas nos rigen.Y todo eso confunde a la comunidad toda y desata las más oscuras represiones de las que todos somos portadores en diversa medida y formato.Antes se llamaba Educación Cívica. Yo aprendí con alegría a conocer y leer la Constitución y cuáles eran mis derechos como adolescente Necesitamos algo así .de lo contrario una rebeldia rica y fundamental se convierte en algo deslucido,empobrecedor y territorio vulnerable para quienes deseen servirse de él-Agradezco tu aporte,Déborah y la oportunidad de manifestarnos que favorece que nosotros mismos tomemos conciencia de lo que pensamos.

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  2. […] En Argentina hemos visto con crudeza estos últimos tiempos el cuestionamiento a la escuela y los docentes por el tratamiento del tema de la desaparición de Santiago Maldonado. Chicos de todas las edades que llegaba preguntando por aquello que habían visto, leído o escuchado en medios y redes, sobre lo que intentaban buscar respuestas. Ante esto, el reclamo de silenciar el tema por parte de algunos medios y familias que se hicieron eco de este mensaje, poniendo en tela de juicio la capacidad de los docentes para dar tratamiento a este tema complejo. La figura del maestro “sospechada”, que abrió la puerta para todo tipo de ataques y desconfianzas sobre las escuelas. […]

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