La innovación «maquillaje»

Hace un tiempo hablé de cómo nos han robado todas las palabras y les han cambiado el contenido. O más bien las han vaciado al punto en que ya no tienen valor alguno en la educación, sólo el de la sospecha. Así es como quienes venimos trabajando en experiencias innovadoras y desarrollando una formación docente en esta línea quedamos en el campo de la desconfianza por la irresponsabilidad de quienes han hecho de los procesos de cambio educativo e innovación pedagógica un mero slogan de marketing político.

Algunos nos vemos entonces obligados a autocensurar discurso para no quedar “del lado equivocado” por quienes buscan instalar la idea de que existen sólo lecturas binarias a donde se posicionan “los modernos” y los “conservadores”. En el último grupo estaríamos ubicados todos aquellos que creemos que no se puede arrasar con todo, refundar, cambiar de cero, todas las prácticas educativas. “Los modernos” parten de la idea de que nada sirve, de que en educación todo debe desaparecer tal cual es conocido para pasar a un “nuevo mundo educativo” que consideran acorde a este siglo XXI. Sin embargo, quienes desde las aulas venimos generando nuevas prácticas; registrando experiencias diferentes; formando en estrategias didácticas superadoras de los esquemas tradicionales no tenemos lugar en esta “grieta”.  La convicción de que las buenas prácticas pedagógicas se construyen con los propios actores del sistema, desde su propia reflexión y análisis crítico de la enseñanza, nos deja fuera del radio de “arrasadores” y “conservadores”.

Es interesante ver que en este lugar es donde nos ubicamos la gran mayoría de los docentes que formamos a los nuevos maestros y profesores. La formación en un posicionamiento que cuestiona lo tradicional al tiempo que recupera aquello que sí tiene valor, es una de las cosas que más molesta a los funcionarios que definen la política educativa. Para ellos es necesario abonar sin lugar a dudas un discurso de la innovación que ningunee a los docentes, que meta a todos en la misma bolsa y los muestre como “los resistentes al cambio”, como los que no quieren la innovación. Así nos hace responsables de todos los fracasos educativos, cuando la realidad muestra que las decisiones políticas que se toman o se omiten intencionalmente son las verdaderas culpables del estado educativo actual. Políticas que precarizan el trabajo docente; que atacan la figura de maestros y profesores y los muestran como inútiles para que la sociedad los castigue; que ocultan las realidades sociales y económicas de los alumnos y las esconden bajo supuestas homogeneidades; esas son las verdaderas responsables de la crisis educativa. Nada mejor que tirar para otros lo que corresponde a las decisiones políticas. Ya sabemos de qué hablamos cuando hablamos de “chivos expiatorios”.

El problema de esta situación es que, algo que no parecen ver quienes la generan, en cualquier momento hará eclosión de la peor manera. Los docentes, por más discurso vocacionista y ninguneador, no pueden ser eliminados del sistema y cambiados por “voluntarios”, “facilitadores” o como se quiera llamarlos. Las consecuencias de semejante decisión política no tardarán en verse y la crisis educativa pasará a un estado terminal del cual no podremos salir ni en 30 años. ¿Hay alguna conciencia de esto en los funcionarios que ocupan hoy el gobierno y toman decisiones? No parecería.

Una educación que le da la espalda a maestros y profesores está condenada a fracasar. Quienes se llenan la boca invocando experiencias de otros afamados sistemas educativos del mundo podrán ver que en ninguno de ellos la mejora llegó de la mano del hostigamiento sistemático a los docentes. ¿Por qué aquí tanto empecinamiento en esta línea? Es evidente que los intereses que mueven estas decisiones son otros.

Cuando se ignora la centralidad del docente en los procesos de enseñanza y aprendizaje (no sé cuánto sabrán funcionarios políticos de la tríada didáctica a donde no existe conocimiento sin enseñanza y aprendizaje, y por lo tanto la relación pedagógica requiere sí o sí del docente en ese triángulo) se busca el camino del “maquillaje”. Así se cae en las absurdas ideas de creer que porque se cambian los muebles o se pintan las aulas de otro color y se llenan de artefactos tecnológicos, el aprendizaje va a mejorar.

Como he dedicado muchos años de vida a la formación docente – y en particular a la didáctica y su relación con la tecnología cuando de procesos innovadores se trata- puedo afirmar con absoluta seguridad que la mera exposición a los artefactos tecnológicos no produce mejora alguna en el aprendizaje. Sin embargo, las decisiones políticas de los últimos tiempos han estado signadas por la inversión en equipamiento mientras que las investigaciones dan cuenta de que ello no ha producido el impacto que se buscaba sobre la mejora. A pesar de todo, siguen y siguen por el mismo camino. Por alguna extraña razón, el gasto en objetos tecnológicos, en lugar de la inversión en mejores condiciones de trabajo docente, les parece más efectiva aunque toda la literatura seria al respecto demuestre lo contrario, incluso aquella que los mismos que llevan adelante este discurso usan como sustento. Tal es el caso de las propias pruebas PISA, que han demostrado que el acceso a la tecnología no ha dado mejores resultados de aprendizaje por sí. ¿Por qué sin embargo continuar por esa vía?

De seguro que las tecnologías pueden producir un aporte a la enseñanza, cuando la centralidad está puesta en la enseñanza y no en los artefactos. El problema está en que esto requiere por parte de quienes la implementan tiempos y espacios de trabajo, investigación y análisis; aquello sobre lo cual los funcionarios políticos no quieren invertir. ¿Cuál sería el motivo real por el cual seguir en esta línea? 2+2=4 : la tecnología no tiene opinión, no cuestiona; en cambio maestros y profesores sí. ¿Esto nos llevaría a hipótesis tecnofóbicas? No por lo menos a mí.

El problema de este tipo de razonamientos binarios es que caen en la idea de que si defendemos las condiciones de trabajo docente tenemos que cuestionar el interés en la tecnología. La falsa creencia por ejemplo de que el acceso a Internet de calidad en las escuelas no es importante mientras no estén solucionadas otras cuestiones de infraestructura. No quieren hacer creer que, en el orden de prioridades, es una cosa o la otra. Y la verdad es que no: necesitamos escuelas en condiciones y necesitamos Internet de calidad. Necesitamos soluciones a los gravísimos problemas socioeconómicos de los alumnos y necesitamos equipamiento tecnológico. Necesitamos tecnología pero por sobre todo necesitamos de los docentes que sepan cómo usarla para enseñar mejor. De nada sirve maquillar escuelas mientras defenestran a maestros y profesores.

La innovación va indudablemente de la mano de la solución de las condiciones de trabajo docente. No hay innovación real posible si los salarios son pobres; si no hay tiempo para planificar y evaluar porque hay que correr de una escuela a otra; si las instituciones no tienen las condiciones básicas para dar clase y si no se atienden las profundas problemáticas con que nuestros alumnos llegan a estas instituciones. Pueden tildarnos de «resistentes» por denunciar estas condiciones, pero sabemos bien que no hay nada más conservador que enunciar discursos como cáscaras vacías. Mientras tanto, se podrá seguir con esta innovación “maquillaje”, aunque ya sabemos lo que dice el refrán:

“La mona aunque se vista de seda, mona queda”

 

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